El regreso de los vampiros a Chile

Kast al pronunciar su discurso de victoria, en Santiago de Chile.
16/12/2025
Escriptor
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Hace un par de años, el cineasta chileno Pablo Larraín estrenó El Conde, una película que caracterizaba, en tono de farsa o de esperpento, al dictador Augusto Pinochet como un viejo vampiro que sobrevolaba el país con su capa de general. También exprimía los corazones de sus víctimas y, con la sangre, se hacía batidos que le proporcionaban el vigor necesario para perpetrar sus vuelos nocturnos. La metáfora de la película era evidente, pero sin embargo, o quizás precisamente por eso, funcionaba con contundencia: al fin y al cabo Pinochet —como otros dictadores, de Franco a Putin, pasando por los que ustedes quieran— sí que la tenía, cierta fisonomía vampírica. Y sí que su régimen, que arrasó Chile entre 1973 y 1990, fue un baño de sangre y de corazones exprimidos. Y rotos, y ahogados, y fusilados, y torturados.

Chile ha pasado de enorgullecerse de ser uno de los países más progresistas del Cono Sur a abismarse de nuevo en el pinochetismo con la victoria incontestable del ultraderechista José Antonio Kast en las elecciones del domingo, tan sólo con treinta y cinco años entre uno y otro. Asimismo fue un país que sometió a la dictadura militar de Pinochet a un largo proceso judicial, con acusaciones de tortura, terrorismo y genocidio contra el propio Pinochet y contra su junta militar, con comandantes como Merino, Leigh o Mendoza. Tras el asalto al Palacio de la Moneda que terminó con el suicidio del presidente Salvador Allende, la junta militar usurpó el poder y gobernó desde la violación permanente de los derechos humanos y el saqueo a fondo de las arcas públicas. El proceso contra Pinochet se desarrolló entre Chile, Reino Unido y España, con la intervención providencialista de Baltasar Garzón (que después fue expulsado de la magistratura, oh casualidad, cuando quiso abrir un proceso similar contra los crímenes del franquismo). Duró hasta el 2006, con un final agridulce: el dictador había sido acusado y procesado por sus crímenes, ciertamente, pero logró escabullirse de asumir responsabilidades y murió de viejo, a los noventa y un años, en una cama de un hospital de Santiago de Chile.

Pinochet cayó del poder a causa del resultado del plebiscito de 1988 con el que pensaba dar permanencia y estabilidad a su gobierno, pero que perdió. Entre 2020 y 2022, Chile vivió un proceso constituyente que buscaba enterrar definitivamente la Constitución pinochetista y hacer una nueva, que desde las izquierdas quiso ser pionera en mil cosas. El proceso resultó fallido y hubo una fuerte polarización, que ahora muchos señalan como la principal causa del triunfo de Kast y la extrema derecha. Pablo Larraín tenía catorce años cuando Pinochet perdió el poder, y en El Conde se preguntaba por los motivos de la persistencia del pinochetismo, una sombra tenebrosa que ha planeado sobre todo Chile durante las últimas tres décadas y media, hasta que ha vuelto al poder. La metáfora de los vampiros ya hemos dicho que era obvia. Los paralelismos con la política española, hasta cierto punto, también.

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