¿Los ricos han comprado la democracia?
Una cosa es utilizar el palco del Bernabéu para generar amistades y facilitar contactos que después te pueden ser útiles en tus negocios, y otra es hablar directamente con Zelenski y Putin aprovechando que eres el BFF (best friend forever) del que será nuevo presidente de Estados Unidos. Esta es una de las muchas diferencias entre Florentino Pérez y Elon Musk. Pero más allá de los nombres y de las situaciones, lo más sorprendente es el salto de escala en la relación entre el poder económico y el poder político que se está dando en estos momentos, especialmente en Estados Unidos, pero también en otros países, como Argentina. Una de las novedades de la campaña de Trump ha sido el protagonismo de los grandes nombres del negocio tecnológico, como Elon Musk, Jeff Bezos o Peter Thiel (propietario de PayPal y uno de los cerebros a la sombra del éxito de Trump). En el discurso de Trump poco después de que se conocieran los resultados de las elecciones presidenciales, el presidente electo dedicó una parte significativa a glosar las maravillas de las que era capaz Musk, adhiriéndose a lo que la revista Time ya dijo de él hace tiempo: "El hombre del futuro que con la tecnología hará que todas las cosas sean posibles”.
A lo largo de la campaña fueron constantes los ataques de Trump al deep state, a las élites y estructuras de poder que de forma poco transparente mandan y deciden. Y en ese universo incluía tanto a las viejas élites demócratas (Clinton, Obama, Biden... y a sus amigos y conocidos) como a las élites de su propio Partido Republicano. Por eso evita referirse al partido y habla del movimiento MAGA (Make America Great Again). Aprovecha así a fondo las ventajas de las redes y de la comunicación digital directa. No hace falta pasar por los intermediarios de los partidos. Como ha dicho el propio Musk: "You are the media now". El mensaje es aprovechar las ventajas del mundo digital para cargarse viejas intermediaciones. Airbnb controla apartamentos en todo el mundo sin ser propietario. Uber controla movilidad sin poseer coches. Amazon vende más que ninguna tienda sin tener ni una. Y así podríamos seguir. ¿Es necesario que un dirigente político utilice un partido para llegar al poder, o es mejor que se fíe de lo que saben hacer y hacen Musk, Bezos y Thiel? O, ya directamente, que ellos conviertan sus redes en la forma de gobernar el mundo.
Pero en democracia no se deciden cosas que afecten solo al vendedor y al comprador. Las transacciones no son un elemento privado sino que tienen efectos universales. Marcan las reglas de juego. Y no funciona exactamente como maneja Musk su empresa X (antiguo Twitter) o como hizo Bezos, que prohibió al Washington Post que hiciera un editorial decantándose en la contienda electoral presidencial. La política democrática parte de la idea de que decidir es un asunto colectivo en el que todos participamos, de forma indirecta escogiendo a quien decide por nosotros y de manera directa debiendo asumir las consecuencias de lo que finalmente se ha decidido.
Ya no estamos en la época en la que Mario Conde, Ruiz Mateos o Jesús Gil en España o Berlusconi en Italia quisieron poner de relieve que si eras un emprendedor espabilado en los negocios también podrías serlo en la política. El aura de éxito que aparentemente los acompañaba en los negocios podía servir, circunstancialmente, para deslumbrar a la gente que iba cansándose de las promesas incumplidas de los políticos. Pero después venían el desencanto y las consecuencias de confundir un gobierno con una empresa. El sistema económico ya no es lo que era. Los dueños de GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft), los impulsores de las criptomonedas, quienes controlan los grandes fondos de inversión, juegan otra liga. Una liga global, que escapa a los límites decimonónicos de los países. Son gente que controla los satélites con los que los países se comunican y operan, o gente que puede acondicionar las redes de distribución o el funcionamiento del sistema monetario.
Karl Polanyi analizaba aterrorizado, en 1943, en su libro La gran transformación, que nos esperaban todo tipo de males si pasábamos del mercado como uno de los elementos de funcionamiento de la economía a una sociedad de mercado en la que todo –la naturaleza, el trabajo, las relaciones– se mercantilizase. Ahora, viendo lo que está ocurriendo en Estados Unidos y en otros países, estamos a las puertas de la mercantilización definitiva de la política. Podemos tratar de cambiar esta dinámica. Pero habrá que ser capaces de pasar del saber al hacer. De hacer que las promesas de la democracia, demasiado tiempo incumplidas, puedan ir haciéndose realidad. Y esto exige de entrada un giro en las dinámicas digitales para que no sean solo controladas por los nuevos oligarcas. Una presencia pública en internet y en las redes que garantice accesibilidad y control público. Para avanzar en mayor capacidad de respuesta, más alianzas sociales, más protagonismo civil y nuevas formas de hacer política.