Con el desenfreno de los expados –esta semana se ha hablado mucho en las redes a raíz de una pieza del 3/24 en la que se explicaba que el fenómeno comporta un riesgo de debilitación de las redes sociales de proximidad– no puedo evitar pensar en el conocido dicho catalán "Hostas vinieron que de casa nos sacaron." Esta frase de la cultura popular en forma de pareado advierte del peligro de que las personas con una propiedad legítima de una tierra o de una casa sean ahuyentadas por “gente adventicia”. La pérdida de derechos o beneficios de los autóctonos se explica por la llegada de los forasteros. El adjetivo adventicio señala a personas desconocidas, extrañas o sobrevenidas. También en Cataluña se habla de los "sobrevenidos" a la familia, refiriéndose a las parejas de los hijos. La polisemia del extranjero abarca una diversidad de términos y expresiones. El extranjero es el otro. Pero no cualquier otro. Hay otros más extranjeros que otros. Todo depende de dónde ponemos el quicio.
¿Qué plantea este dicho del refranero catalán? ¿A qué hace referencia, más allá de la explícita cuestión de lo propio y lo ajeno, de lo legítimo y de la adventicio, del autóctono y el forastero? Duele plantear, este tipo de preguntas, porque abordan una intimidad colectiva apretada ya veces difícil de atravesar. La dicotomía se traduce en la expresión "ellos o nosotros". Los expados son ellos. Nosotros somos nosotros. Nos proponemos construir una línea de defensa: reforzar la propia identidad amenazada, conservar y transmitir los valores compartidos, la lengua, la cultura, las costumbres, así como el hábitat. Los expados piden tostada con aguacate. Nosotros reivindicamos los desayunos de tenedor. Los expados no conocen el barrio, teletrabajan y sólo se relacionan con gente como ellos. Nosotros, en cambio, vamos a comprar a la charcutería de Dolors de toda la vida, pedimos dos cebollas y un tomate al señor Ramón del tercero primera. Los expados sólo hablan en inglés. Nosotros hablamos catalán. Nuestras vicisitudes cotidianas se enmarcan en una perspectiva de sentido que anticipa las pequeñas o grandes diferencias en la relación con los demás. Los expados no entran en ese marco de sentido, más bien al contrario: le hacen entrar en crisis. Sobre todo porque les expados también están por fuera de su propio marco de sentido: fuera de su país de origen y en una suerte de tierra de nadie económicamente globalizada. En cambio, el poder adquisitivo les da prioridad en un mercado de oferta y demanda en el que lo importante es qué puedes pagar. En medio de este estado de cosas, existen, por un lado, las condiciones estructurales de tipo económico (lo que permite el sistema) y, por otro, el fenómeno humano, paradójico y único en muchos casos, que genera situaciones inéditas entre personas. Mi tía abuela vivía en el piso donde nació, en la calle Princesa de Barcelona. En los últimos meses antes de morir se hizo muy amiga de dos chicas francesas que habían alquilado uno de los pisos del edificio. La amistad con estas chicas la alegró mucho: la ocasión de acoger la alegría y las sorpresas de la vida. No sé cómo se entendían. Pero al conocer su muerte sintieron una pena honda y sincera, como si fueran de aquí, de los nuestros.