Salvador Illa: una tarea ingente y delicada

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Salvador Illa, nuevo presidente de la Generalitat de Catalunya

El 8 de agosto fue un día importante, significativo para Catalunya. Lo realmente trascendente, relevante e importante sucedió en el Parlament de Catalunya. Se materializó un cambio de rasante necesario e inaplazable. Una presidencia socialista que, con la mayoría proporcionada por otros grupos de izquierda e independentistas hartos del engaño del Procés, se dispone a superar la confrontación, división y utopía paranoide de los últimos doce años. Lo más destacable es que la mayoría no cambia de bando, no trata de sustituir a un sector del tablero por otro, sino justamente de superar bandosidades y hacer la política práctica que ha demandado la ciudadanía catalana. También quiere generar un nuevo marco de convivencia, puentes y no trincheras, cierto sentido de transversalidad y de país. Esto es lo que representa la presidencia de Salvador Illa. En el Parlament se impuso la concordia integradora, la Catalunya un solo pueblo, frente a la división excluyente y sectaria. Fuera del Parlament no había ninguna grandeza, más bien una patética expresión de irrelevancia, pese a que los medios públicos de comunicación –también los concertados– se empeñen en focalizar lo anecdótico por encima del hecho sustancial. Hacer mirar el dedo del sabio, en lugar de la luna, que señala. Fuera, representación de una farsa que, de paso, pasó por encima del prestigio de los Mossos y, también, inhabilitó a Junts moral y políticamente.

El trabajo del nuevo president es ingente y, a la vez, muy delicado. Parece la persona adecuada para ello. Es necesario, ante todo, recuperar la capacidad de acción política de unas instituciones catalanas que han tenido muy anquilosado su sentido práctico. Es necesario recuperar los servicios públicos y dotar al sistema sanitario de más medios humanos y de mejores condiciones, a la vez que hay que asumir una muy necesaria transformación del sistema público de educación que además de falta de recursos ha estado en manos de fracasadas orientaciones pedagógicas. Habrá que empujar un proceso de reindustrialización centrado en actividades tecnológicas, conocimiento y más valor añadido, propulsando un crecimiento que no pase por una contraproducente y hegemónica industria turística. Tendrá que afrontar de forma profunda el que, probablemente, es el mayor problema que tiene el país: el de la vivienda. Combatir la pobreza y evitar los fenómenos de exclusión. Habrá que gestionar el fenómeno migratorio y evitar su uso xenófobo y perverso. Hay que dibujar, si se me permite, un nuevo “proyecto nacional” fundamentado en los servicios públicos y el bienestar de todos, que supere la dejadez y pretensiones descabelladas.

Pero Salvador Illa, más allá de las numerosas políticas sectoriales, tendrá que asumir cuestiones complejas que afectan al modelo de gobernanza autonómico de España. No es solo ir hacia un nuevo sistema de financiación que no todo el mundo entiende, sino iniciar el debate para que el Estado vaya del modelo autonómico hacia un federalismo asimétrico. Costará tener aliados aquí y ahí para que esto sea posible. Hará falta todo el tesón del nuevo president, y más, para hacerlo posible, pero parece la única manera de superar, trascender, un debate territorial, el actual, que se hace desde miradas muy cortas y con demasiada tentación para la confrontación. Y es necesario construir un nuevo contexto político en el que, en primer lugar, se restituya el prestigio de unas instituciones bastante degradadas y, al mismo tiempo, se cree un nuevo clima político en el que la discrepancia se dirima y se resuelva desde el respeto y con diálogo. Rebajar las pulsiones para restituir la cohesión en la sociedad civil y en las organizaciones políticas. No es poco.

Las condiciones políticas en las que deberá operar el nuevo president facilitan en parte su liderazgo y acción, pero la debilidad de sus rivales y socios políticos resultan también un peligro. Pueden faltar interlocutores válidos. Junts no parece estar decidida a ejercer de oposición creíble. No solo hace falta un paso al lado de Puigdemont. Esquerra entrará en un período de debate interno conflictivo y que la debilitará. No hay que descartar rupturas. Los Comuns, después de los migrados resultados, también iniciarán un tiempo de replanteamientos y cambios de liderazgo. Todo esto refuerza la dirección del president y del PSC, ya que, además, no puede recibir ninguna moción de censura. Durante un tiempo, la única oposición real, no la estrafalaria, la hará el PP. También con ellos habrá que explorar vías de diálogo, una oportunidad si se quiere construir la Catalunya de todos. Retos difíciles, tiempo de esperanza.

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