La secreta ventura que nos provoca Andrés Iniesta

Sigo la rueda de prensa de Andrés Iniesta, que dice que se retira del fútbol profesional. Ha llegado a la ciudad deportiva (así lo llamamos) en una furgoneta, con la familia numerosa. Cuenta la ida de Fuentealbilla a Barcelona, ​​con sus padres, y explica esa comida, la última juntos, durante el viaje, donde él no comió nada y, claro, los padres tampoco. Cuando lo cuenta se emociona. No puede seguir hablando. Y entonces yo, que me lo miro, también me emociono y me pasa lo del nudo en la garganta, los ojos como si hubiera bebido agua con gas, el nudo –concretísimo– en el estómago. Enfocan a sus seis hijos, sus padres, la madre de sus hijos, compañera suya. Todos emocionados.

Ver a alguien que se ríe, que no puede más, que no se puede aguantar de risa me provoca una pasión de risa imposible de detener. Como reír es tan caro, tan escaso, cada vez que he visto actuar a la Maña le he agradecido este juego inteligente, el principio de la modernidad teatral, que es hacer imaginar que ella improvisa una broma y que a las bailarinas se les escapa la risa. Ver a alguien que no puede parar te hace no poder parar.

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La lágrima es otra cosa, también complicada. Ver cómo este jugador se detenía, atragantado –la palabra es exacta–, me hacía atragantar, de emoción.

Hay personas que son como piedras. Nunca llorarán y, por tanto, desgraciadamente nunca reirán. Como decía Marion, el personaje de Woyzeck, llorar con mayor intensidad es reír con mayor intensidad. Hay una enfermedad –o una merced– nunca diagnosticada que creo que algunos tenemos. Exceso de empatía. Doctores, sabios, estudiennos. No nos pretendan curar, que no queremos. Somos quienes sentimos intensamente el dolor y el placer de los demás. Y ésta es nuestra secreta ventura.