Un servicio obligatorio para los jóvenes
El gobierno de Macron quiere ofrecer a las familias de los adolescentes en riesgo de convertirse en delincuentes de tenerlos un par de semanas de colonias lejos del barrio, o bien todo un curso escolar en un internado. El objetivo es que los adolescentes que pierden el rumbo y dejen sus estudios o se salten la ley rompan la relación con las malas compañías y así “vuelvan al recto camino” de los valores de la república. Los padres que no se avengan a la propuesta de internar a los hijos verán agravada la propia responsabilidad en caso de que el menor delinque.
Este tipo de medidas –de las que habría que ver la eficacia, dudosa sin una transformación de las circunstancias a las que devolverán los chicos y chicas después del internamiento– en Catalunya no debemos plantearlas porque no tenemos un problema tan grave de violencia adolescente como tienen en Francia. Ahora: ¿cómo debemos hacerlo para no tener que plantearlas nunca, medidas para un problema así? ¿Qué hacer que sea preventivo, y no una reacción cuando la situación ya es demasiado difícil de reconducir?
Lo que se puede hacer es encontrar la manera de que los adolescentes y jóvenes tengan esperanza y puedan creer en su capacidad de hacer un futuro mejor para ellos mismos y para el grupo social al que pertenecen: el barrio, el pueblo o el país . Evitar que los adolescentes sufran el vacío y la falta de sentido que demasiadas veces les llevan a quejarse con desesperanza, a consumir sin necesidad, a centrar los esfuerzos en la apariencia, a destruir lo que otros han construido ya ponerse innecesariamente en riesgo. ¿Cómo hacerlo?
Puede parecer una empresa difícil, pero no lo es tanto. Para que los adolescentes puedan creer en su capacidad de mejorar las circunstancias (la filósofa Hannah Arendt decía que "sentirse capaz de transformar las circunstancias no deseadas es básico para poder ser feliz") sólo deben constatar que pueden hacer una aportación sustantiva, real y práctica en la construcción social de su entorno. Y, para ello, deben participar en iniciativas donde sean agentes activos de mejora de las condiciones. De esta manera contribuirán a la mejora del entorno (físico y social), conectarán con lo colectivo y común y, siendo conscientes del valor de su acción, encontrarán un sentido a sus capacidades y podrán fundamentar bien la su autoestima. Al verse y sentirse comprometidos con su entorno (con su comunidad) serán agentes de cohesión, y en vez de tender a la destrucción por desesperanza y rabia, como ocurre en muchos lugares de Francia, tenderán a la construcción por esperanza y compromiso con el colectivo.
¿Cómo hacerlo posible en la práctica? Adscribiendo a los adolescentes a iniciativas que les permitan participar en lo que ya funciona y que hace mejor la vida de las personas. En algunos pueblos de Catalunya hay casales de verano donde los adolescentes un día a la semana llevan a pasear a los ancianos de la residencia, otro ayudan a ordenar la mediateca municipal y otro día reconstruyen el paraje de una fuente. También hay "campos de trabajo" que implican pasar un tiempo fuera de casa y convivir con otros jóvenes, con los que se lleva a cabo un proyecto de mejora o se contribuye a una iniciativa ya en marcha, y los adolescentes que participan en ella suelen volver entusiasmados, más responsables e interiormente más ricos. Pero sin realizar estancias fuera de casa también se puede trabajar por un barrio, una villa, un paraje o un colectivo: sólo hace falta que el casal organizado por el ayuntamiento enfoca las actividades a participar en lo que ya pasa, o en el que se quiere que suceda. Atender a personas solas, ayudar a aprender a los pequeños, entretenerlos cuando los padres deben trabajar, cuidarse de la biblioteca, construir un banco para sentarse en la plaza con la ayuda de un carpintero o un albañil, montar una visita teatralizada…
Se trata de que los adolescentes puedan colaborar y sentirse útiles y valiosos. Hacerles participar en iniciativas comunitarias para darles la oportunidad de conocer cómo se organiza su entorno, descubrir su potencial, incrementar las habilidades y quizás incluso encontrar una vocación. Estoy convencida de que la mayor parte de familias celebrarían la ocasión de que sus hijos aprendan a hacer cosas, se responsabilicen y se sientan útiles, a la vez. Pero, por si acaso, la participación debería ser obligatoria, para que participen también los adolescentes de familias no tan consecuentes o que no tienen la oportunidad de plantearse algo así, y también para evitar los conflictos de las familias con hijos resistentes a participar. Podría realizarse los meses de julio entre los cursos de tercero y cuarto de ESO y de después de cuarto de ESO.
Hacer este servicio joven obligatorio, digamos Sejob, permitiría hacer una sociedad más cohesionada y trabajar por el bienestar emocional de los jóvenes, que encontrarían sentido como miembros activos de su sociedad y se sentirían útiles, capaces, valiosos y esperanzados en el futuro.
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