Siria, España, genocidios

Se calcula que Bashar el Asad, presidente dictador de Siria desde julio del año 2000 hasta el pasado día 8 del mes en curso, es responsable de la muerte de 600.000 personas, víctimas de la guerra civil desatada por su régimen, sin contar las decenas de miles de torturados y represaliados y los millones de refugiados y desplazados. Ha superado de largo las marcas macabras de su padre, que también gobernó Siria como dictador en los treinta años anteriores, entre 1971 y 2000. El Asad padre es recordado sobre todo por la masacre de Hama, ciudad que arrasó con el objetivo de sofocar una revuelta de los Hermanos Musulmanes. En la operación armada murió un número de personas que quedó indeterminado: entre las 10.000 y las 30.000 víctimas.

Los sirios han vivido un total de 53 años bajo la tiranía de los Asad, una calamidad no tan difícil de imaginar para los súbditos del Reino de España, que pasaron casi cuarenta bajo la dictadura del general Franco. Los cálculos sobre las víctimas del franquismo oscilan entre las 130.000 y las 145.000 personas, aunque es difícil concretar su número porque durante la guerra los registros civiles estuvieron parados y la mayoría de ejecuciones fueron extrajudiciales. Sí se sabe que más de 40.000 personas fueron ejecutadas por el franquismo en tiempos de paz, y que Franco firmaba más de 10 sentencias de muerte diarias durante los primeros 10 años de gobierno (siguió firmando hasta el final). Son datos que va bien de recordar, frente a aquellos que aún insisten en presentar el franquismo como una especie de dictadura de baja intensidad.

Cargando
No hay anuncios

Bashar el Asad accedió al poder un poco por azar, porque el hijo primogénito de Hafez el Asad, su hermano mayor Bassel, había fallecido seis años antes en un accidente de tráfico. Bashar el Asad había estudiado oftalmología en Londres, y tal vez esto contribuyó a crear la ilusión de que el entonces joven Al Asad sería un líder de mirada abierta, que conduciría a Siria hacia una transición democrática. El balance ha sido un tsunami de sangre, del que ahora empiezan a conocerse detalles: las fosas comunes estibadas de cadáveres anónimos, previsiblemente repartidas por toda Siria, constituyen el legado de la dinastía Al Asad a sus conciudadanos. También el captágono, la droga sintética producida a escala industrial por el régimen de Bashar el Asad, que se financiaba con el narcotráfico, con unos efectos devastadores entre la ya bastante devastada juventud siria.

Hace meses que existe un extraño debate sobre si lo que perpetra el gobierno de Netanyahu y sus socios de ultraderecha integrista en Palestina es o no es un genocidio: digo "extraño" porque, obviamente, se trata de un genocidio. También lo ha sido la sórdida colección de crímenes monstruosos perpetrados por Bashar el Asad y sus secuaces durante trece años de guerra civil. Comparables, por su atrocidad, a quienes cometieron Franco y su régimen durante la guerra y la dictadura. Como sucede ahora entre nosotros, dentro de un tiempo, en Siria, habrá también nostálgicos de los Asad y de su infamia.