Sociología del contratiempo y el infortunio

Una vela encendida en una casa durante el apagón general.
01/05/2025
Doctor en ciencias económicas, profesor de sociología y periodista
3 min

Todos los descalabros sociales tienen responsables. Tanto si hablamos de una crisis financiera global como de una pandemia, de las consecuencias de una DANA o de un fallo general del suministro eléctrico. Responsables por acción o por omisión. Por abuso o por imprevisión. Por ignorancia o por incompetencia. Y aunque no suele ser habitual donde nos ha tocado vivir, los responsables directos de los descalabros suelen dimitir o son despedidos. Además, en los países serios se toman decisiones para evitar que estos descalabros se repitan o para minimizar sus efectos en caso de imprevisibilidad.

También hay que saber que la previsión frente a las catástrofes tiene un precio elevado. A medida que nos acercamos al riesgo cero, los costes se disparan. Lo sabemos sobradamente: no vale lo mismo un seguro de automóvil a terceros que uno a todo riesgo. Intervenir para evitar una crisis financiera, estar preparados para una hipotética pandemia, haber canalizado una cauce con las inversiones suficientes para evitar inundaciones o tener una red eléctrica a prueba de cualquier incidencia, no es solo una cuestión de conocimiento y experiencia, sino de la magnitud de las inversiones públicas y privadas necesarias que no se podrán dedicar a otras necesidades más perentorias.

Claro que en los casos de desastre natural, sanitario, económico o tecnológico todos queremos explicaciones. La ausencia de explicaciones inquieta casi tanto como las consecuencias del mismo desastre. Es el horror al vacío informativo. Pero, ¿cómo gestionar la falta de información para que no se extienda la desinformación? El papel de los medios de comunicación es clave, pero hay uqe ver la retórica que hace falta para llenar horas y horas de no información, especialmente si por responsabilidad no se quiere caer en la desinformación especulativa. Y, además, sabiendo que sin luz tampoco era posible satisfacer las ganas de saber de la mayoría. En este sentido, la insistente defensa de los transistores de pilas fue sublime. Por no hablar de las comparecencias políticas urgentes para decir que está todo controlado, cuando no lo está..

Hay que dedicar un breve comentario a quienes ven en las calamidades la ocasión para ajustar cuentas patrióticas, políticas o ideológicas. En primer lugar, tenemos a los de "eso solo ocurre en este país", algo empíricamente falso. Después, los del capitalismo y la especulación, los "recortes", la falta de inversiones, la privatización, las derechas –cuando las izquierdas no gobiernan– o las izquierdas –si las derechas están en la oposición–. Y aquí, siempre con la esperanza de que con la independencia esto no sucedería. La cuestión es, a falta de explicaciones, aprovechar la adversidad para encontrarlas a favor propio.

Pero opino que hay otra consideración que hacer ante las desgracias, y es sobre cómo reaccionan las víctimas. No me veo capaz de hacer una psicopatología de la desgracia, y menos de generalizar. Sabemos cómo ha reaccionado nuestro entorno más cercano, y vemos las elecciones que han hecho los periodistas para recoger la voz de la calle. Pero no tenemos ninguna aproximación sistemática sobre la capacidad de resiliencia social frente a los infortunios y los contratiempos graves, como el del pasado lunes. Además, habría que relacionarlo con el grado de afectación. No reaccionas igual si tienes que pasar ocho horas encerrado en un tren que si puedes coger el coche y salir del trabajo al primer minuto. No es lo mismo no poder comer caliente durante una comida que perder toda la mercancía del restaurante donde se tenían que servir los platos calientes. Sin embargo, a primera vista, podemos distinguir las reacciones estoicas de quienes se toman las adversidades con calma, paciencia y resignación, y las reacciones indignadas, que consideran inaceptable que se alteren sus previsiones cotidianas. Y es difícil saber si son más unos que otros, porque el estoicismo no hace ruido ni llama la atención, y la indignación es llamativa y fácil de ser recogida en las noticias.

Sea como sea, nunca como en este tipo de contratiempos, sobre todo en los que no hay víctimas mortales, es adecuado darse cuenta de la importancia que tiene la rutina en nuestras vidas. Rutina es una palabra con mala fama, y en general decimos que debemos aspirar a romper las rutinas con nuevas experiencias, que la rutina estropea las relaciones de pareja, que hay que evitar los trabajos rutinarios... Pero la sociología nos muestra que, en el fondo, en lo que ponemos más energía es en construir sistemas de rutinas que nos hagan la vida fácil y previsible, que nos permitan controlarlas y a las que podamos dar un sentido. Un día de sorpresas y aventuras, como el pasado lunes, nadie lo quiere.

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