Por supuesto que el Hard Rock es un problema

“¿Sacrificarán los presupuestos por esto?”, preguntaba, exclamándose, Pere Aragonès a los diputados de los comuns en el Parlament. Con "esto" se refería al macroproyecto del Hard Rock Café, que para el PSC y para los comuns es una línea roja, pero de sentido opuesto: unos ponen como condición sine qua non que se garantice la vía libre para el Hard Rock para aprobar las cuentas, mientras que los demás exigen que se descarte, si el gobierno de ERC quiere su voto favorable. Presión por presión, Aragonès cede a la de los socialistas, que a fin de cuentas son los socios, en Catalunya y en Madrid. No siente “entusiasmo” por el Hard Rock, reconoce, pero viene a decir que qué le vamos a hacer. Paciencia y resignación. Al fin y al cabo, argumenta el president, "es un proyecto que ya está aprobado y ahora mismo no existe una mayoría alternativa que permita revocarlo". Y sobre todo no hay ganas, para nada, de hacerlo, añadimos. Ni siquiera intentarlo. Las mayorías alternativas se negocian, se buscan, se forjan. Pero para eso hace falta lo que se llama voluntad política. Es más fácil simular que es una cuestión menor: "No sacrificarán los presupuestos por eso".

Pero no es menor. Es cierto que, junto a la magnitud y la complejidad de unos presupuestos, el Hard Rock es “solo” algo. Sin embargo, hay proyectos que son más importantes por lo que representan que por lo que son. Y tampoco es que el Hard Rock sea precisamente poco: cuando se haga, porque se hará, será el mayor casino de Europa. Su historia, nada ejemplar, hace doce años que se arrastra, de cuando se llamaba Eurovegas y lo impulsaba un magnate tejano, Sheldon Adelson, que parecía escapado de alguna parodia de los hermanos Coen y que está muerto hace rato. Sin embargo, desde el inicio la ubicación ha sido la misma: entre Vila-seca y Salou, en el corazón del muy descuidado y siempre maltratado Camp de Tarragona. Y desde el inicio también, y durante muchos años (pero ya no), ERC se había mostrado firmemente en contra de su construcción. No había para menos, y de hecho los motivos que llevaban a los republicanos a esta postura se mantienen perfectamente vigentes.

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Y es que el Hard Rock no es “solo” un casino, o un megacasino, en el sur de Europa. También es, y sobre todo, una expresión de decadencia. Una forma de decir que nos hemos resignado (Catalunya, Baleares) a ser la zona de recreo del turismo de baja calidad de toda Europa. Un reconocimiento tácito de la falta de fuerza, y de imaginación, para impedir que el talento huya hacia otros países, porque el futuro que se les ofrece aquí es servir copas, hacer de crupiers, o convertirse en oferta turística complementaria, naturalmente en B. Es un sí a decir que hemos bajado los brazos, que nos rendimos al dinero fácil, que malvendemos la poca tierra que nos queda y el agua que no tenemos para que los cuatro de siempre se lleven los beneficios a los paraísos fiscales de siempre y, encima, presuman que les debemos la creación de riqueza y puestos de trabajo. ¿Es motivo para no votar unos presupuestos? Ni idea. Pero sí para indignarse.