Cuando yo era estudiante, en aquella época de típex y tizas, que se ve que era tan tremenda, donde el suspense se remarcaba en frustrante color rojo, los adultos decían que eso de recuperar en un verano lo que no habías hecho durante el curso, en septiembre, era tratarnos con algodón. Que en tres meses, por mucho profesor particular que tuvieras, por muchos trabajos que te mandaran (entonces te los mandaban, porque eran unos fachas) y por mucho más fácil que fuera el examen, no se podía hacer lo que no se había hecho durante un año. Era tradicional que el estudiante suspendiese no fuera de vacaciones con la familia, que se lo reprochaba, y se pasara el verano sin piscina, amigos y pueblo.
Siempre se pueden mejorar las cosas para evitar ese terrorífico dolor, malestar, drama de lesa humanidad. Y hace un tiempo que lo hemos hecho. Ya no hay recuperación en septiembre. Los pobres suspendidos de hoy tienen derecho a pasar un verano familiar. Pero, claro, ¿qué hacemos con ellos? Calma, comunidad educativa. La solución es tan genial como práctica. El alumno que suspende el examen final, una semana después del fatídico “no logrado” ya puede realizar el examen de recuperación. En una semanita lo arreglamos. Ya nos dijo Míster Wonderful que la palabra imposible (y la palabra suspendido) no existe en nuestro vocabulario.
Pero, claro, puede ocurrir que algún alumno, incluso después de estudiar y esforzarse durante una semana, no consiga el aprobado. Esto es un drama. Puede generar frustración, dolor, tristeza. Y por eso propongo a nuestros gobernantes (la tendencia es mundial, al parecer) que a estos pobres no logrados, les ofrezcan una tercera recuperación. Ésta sería con un sistema similar al Rasca-Rasca. Si rascas tres casillas, te sale el aprobado.