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Terraplanistes

En Estados Unidos, las consecuencias de un mandato en la Casa Blanca se alargan, más allá de las dos legislaturas posibles, a través de la justicia. El motivo por el cual es importante tener un presidente demócrata es, pues, el Tribunal Supremo.

Donald Trump no solo fue un presidente lamentable durante una legislatura e intentó dar un golpe de estado para perpetuarse enviando a las hordas de la reacción al Capitolio, sino que cambió la fisionomía del Tribunal Supremo en una estrategia que tendrá repercusión durante las próximas décadas.

Trump nombró en un solo mandato de cuatro años a tres de los nueve jueces del TS y al 30% de los tribunales de apelación. Básicamente, optó por hombres blancos que no llegan a los 50 años y que anuncian decisiones terraplanistas que afectarán a unas cuantas generaciones.

“We won’t go back”

Miles de mujeres enfadadas gritaban los últimos meses “No volveremos atrás” en las manifestaciones convocadas después de que se filtrara que el TS estaba dispuesto a poner fin al derecho al aborto. Hoy la filtración ya es una decisión firme que deroga la anterior del caso Roe vs. Wade (1973) y pone fin al derecho constitucional al aborto hasta la semana 23. De poco ha servido que dos tercios de los norteamericanos defendieran mantener la sentencia original y que un 57%, según una encuesta del Wall Street Journal, estén a favor del derecho al aborto libre.

De este modo, se da luz verde a los estados para que regulen el aborto y en los 26 que están gobernados por los republicanos es más que previsible que se legisle imponiendo restricciones que conviertan el aborto en un delito. La interferencia sobre la vida, la salud, las aspiraciones y la ideología de las mujeres no acabará con los abortos, sino que condenará a muchas de ellas sin recursos económicos y vitales a la ilegalidad, a la inseguridad sanitaria y al miedo a su sexualidad, a la maternidad y al futuro. Quedarse embarazada será un peso para muchas mujeres que verán vulnerada su intimidad en nombre de una ley que está por encima de su libertad y su salud física y mental.

La mitad de los abortos en EE.UU. son por razones médicas y nada hace pensar que las mujeres dejarán de abortar si su vida está en riesgo. Accederán a la medicación más habitual a través de internet y la legislación las convertirá en delincuentes si en algunos estados, como es el caso de la propuesta de Missouri, se califica el envío de este tipo de medicación como tráfico de drogas.

La decisión del TS de EE.UU. es un siniestro paso atrás en la libertad de las mujeres en un país que fue una de las grandes democracias liberales. Un país que se va oscureciendo y polarizando, y que quizás es, una vez más, la vanguardia de muchos acontecimientos en Europa.

De momento, el retroceso da pavor. Que la batalla iliberal vuelva a jugarse en los cuerpos de las mujeres es una bofetada a muchos años de lucha y de reflexión política. En los Ensayos sobre la igualdad sexual de John Stuart Mill y Harriet Taylor Mill, que escribieron a cuatro manos en 1860, se puede leer que “la subordinación social de la mujer surge como un hecho aislado en medio de las instituciones sociales modernas; como violación solitaria de lo que ha llegado a ser su ley fundamental; como único vestigio de un viejo mundo de pensamiento y de costumbres que se han derrumbado en el resto de los aspectos, pero que se mantienen en este único punto del mayor interés universal”. Se equivocaban, porque no era el único vestigio, pero supieron advertir a contracorriente sobre lo que tenía que ser la gran revolución futura, la de los derechos de las mujeres.

Un año antes, ahora hace 163 años, en Sobre la libertad, Mill escribía que “el individuo no debe cuentas a la sociedad por sus actos, en cuanto que estos no se refieren a los intereses de ninguna otra persona, sino a él mismo”. “La única finalidad por la cual el poder puede, con pleno derecho, ser ejercido sobre un miembro de una comunidad civilizada, contra su voluntad, es evitar que perjudique al resto. Su propio bien físico o moral no es justificación suficiente”. En el supuesto país de la libertad, esta tiene límites para las mujeres.

Los tiempo están cambiando y EE.UU. cada día hace pensar más en el terrible libro y serie de Margaret Atwood El cuento de la criada. Un mundo donde el objetivo superior que se asigna a las mujeres es la maternidad y donde sus derechos están sujetos a las decisiones externas sobre su cuerpo. Proteger su libertad parece un trabajo infinito con pasos atrás y derechos que nunca se pueden dar por garantizados. La defensa de la democracia y de los derechos individuales es un bucle infinito cuando se intenta frenar la verdadera revolución en marcha, que es, todavía hoy, la de la igualdad y los derechos de las mujeres.

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