Tertulianear de Navidad: qué trabajo

La figura literaria podría llamarse “exageración interesada” o “exageración pecunaria”. Sería lo contrario de una reducción al absurdo. La comete el tertuliano, el articulador, el orador y el seccionador que debe salir del paso, llenar unos minutos, un papel. En estas fechas, en estos días en tierra de nadie, cuando Navidad está demasiado cerca y ya demasiado lejos, también hay que opinar de ello. Hay que ponerse a favor, o muy en contra, para hacer una media tinta hay que ser Josep Pla y, sobre todo, no vivir en este siglo. Los argumentos del billete, grabado para ser emitido a las ocho de la mañana del día veintiocho, a la fuerza deben ser gruesos. “Una vez hemos hecho que la pobre abuela coma veintiséis balones, todo volverá a la normalidad...”, dirá uno. "Nos prometeremos, como en los últimos quince años, que haremos régimen, pero será otra mentira", dirá el otro. “Invitar a los primos que odias...”, gorjeará el de más allá.

Se trata de una mentira que te va bien por el argumento ya construido. Como cuando alguien critica la escuela de antes –la escuela a la que yo iba– donde “un señor en lo alto de una tarima pontificaba y vomitaba una lección”. No había tarimas, pero quizás hubieran ido bien, y ningún señor o señora pontificaba, ni vomitaba ninguna lección. Te lo inventas.

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Este artículo o billete que comienza con un “dicen que Navidad es...”, sin contar quien lo dice, para después rebatirlo, es involuntariamente humorístico. Ni la tía come veinte balones, ni hace quince años que prometes ir al gimnasio (sin ironía), ni odias tanto a alguien por invitarle a casa.

Nota. Alguien podría decir que he cometido la figura literaria “exageración interesada” por hablar de quien hablo en este artículo.