Benjamin Netanyahu y Donald Trump en rueda de prensa conjunto en la Casa Blanca después de reunirse y hablar de Gaza.
05/02/2025
2 min

Las palabras de Donald Trump diciendo que quiere convertir la franja de Gaza en una suerte de Riviera Maya me han hecho entender, al fin, de quien hablamos.

No es lo mismo reconstruir una zona arrasada por la guerra (¿qué despropósito, verdad?) para los que vivían en ella que reconstruir una zona arrasada por la guerra para los turistas y jubilados del mundo, en busca de un Marina de Oro, de un Las Vegas con playita, sin ningún vestigio de lo que había. Ni fauna autóctona, ni flora autóctona, ni monumentos autóctonos (si es necesario, reproducciones, que siempre nos gustan más), ni un estilo de vivienda autóctona basado en el sentido común, ni, claro, palestinos autóctonos. Una vez que hubiesen suministrado la mano de obra (qué exquisito cinismo sería hacerles construir nuevas casas donde estaban las suyas) ya se les podría deportar, si no querían trabajar. Veríamos si los topónimos los mantendrían. Supongo que no, claro. Cuestan pronunciar y hacen feo. ¿Al-Bayuk? Ay, uix. Seguro que sería mejor Nueva Nueva York o Illinois by the Sea.

¿De quién hablamos? Trump es uno de esos constructores de los años ochenta, porciolescos, que se hicieron ricos con la fiebre del ladrillo, que tenían un mal gusto estratosférico y ninguna conciencia de tenerlo. Mientras algunos reconstruían paredes de piedra seca y no dejaban caer las masías y las barracas de campo, ellos construían muros (qué ilusión los hacen) imitando la Alhambra de Granada. Aquella época (los más viejos de la región se acordarán) en la que en los periódicos había anuncios de prostitución (la Señora Rius, entre ellas) y cuando estaba la feria Construmat, en Barcelona, ​​algunas de las casas de sombreros ponían la foto de una mujer sexy que llevaba un casco de obra de aquellos de pico de color amarillo.

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