Tierra da fraternidade

Cuando el 25 de abril de 1974 Celeste Caeiro, que entonces tenía 40 años, llegó al restaurante donde trabajaba en Lisboa, su jefe les dijo, a ella y al resto de trabajadores, que ese día no abrirían, que los militares habían ocupado las calles y que podía haber un golpe de estado. Pero antes de que se marcharan les pidió que se llevaran las flores que había comprado para regalar a sus clientes. Justamente ese 25 de abril, el restaurante donde trabajaba Celeste Caeiro celebraba su primer año. Ella decidió que no volvía directamente a casa. Cogió unas cuantas de esas flores y fue a ver qué pasaba en la calle. Por el camino, un soldado le pidió un cigarrillo. Como ella no la tenía, le dio un clavel. Y el soldado le puso en el cañón de su arma. La revolución de los capitanes empezaba así a poner rumbo hacia un nombre ideal e idealista: la Revolución de los Claveles. Celeste Caeiro es una pequeña mujer que recuerda con emoción un gesto que le salió espontáneo. Cambiar un cigarrillo por un clavel. Y titular la revolución más poética de la historia.

La poesía, sin embargo, ya la llevaba la medianoche. Fue entonces, pasados ​​veinte minutos de las doce cuando, desde el programa Limite de Radio Renascença, empezó a sonar la canción de José Afonso Grândola, villa morena, el himno revolucionario más emocionante de entre todos los himnos, lo que es imposible que no te ponga la piel de gallina y las lágrimas en los ojos. Grândola, villa morena/Tierra da fraternidade/ O povo é quem mais ordena/ Dentro de ti, ó cidade fue la señal que indicaba a los militares insurgentes que el plan para acabar con la dictadura de Salazar salía adelante. Sin embargo, el origen de la insurrección nació en África. Portugal era uno de los últimos estados coloniales de Europa y la dictadura, que se negaba a perder su pasado glorioso, enviaba soldados a combatir a los movimientos independentistas africanos sin presentar ninguna opción de solución política. Ante las bajas de ambos bandos y la guerra sucia que se libró a los países africanos, los capitanes entendieron que la única manera de detener todo aquello era acabar con el régimen gobernado por Marcelo Caetano. De este modo, sin pretenderlo, los africanos que querían liberar a las colonias fueron, a la vez, quienes pusieron la semilla de los claveles para que la metrópoli se liberara de la dictadura.

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La dictadura portuguesa fue la más larga del siglo XX europeo. Muchas de las personas que la sufrieron no llegaron a vivir el pasado 25 de abril. La PIDE, la policía secreta, se encargaba de la represión y de encerrar en prisión a miles de hombres y mujeres que sufrían torturas y vivían en condiciones infrahumanas. A las mujeres las encerraban con sus hijos y todos acabaron sufriendo secuelas psicológicas graves, quien sobrevivió. La Revolución de los Claveles se hizo sin ningún derramamiento de sangre. Los cuatro manifestantes que murieron fueron asesinados por la policía secreta. Los cañones de los militares sublevados continuaban armados con claveles.

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Cincuenta años más tarde, Portugal tiene un gobierno conservador y un exceso de diputados de extrema derecha, como el resto de Europa. No hay ninguna poesía en eso. Al contrario. En esta península nuestra se decidió, por la extraña razón de la ignorancia, vivir de espaldas a Portugal. La cultura portuguesa es, pese a la proximidad, la más alejada de nuestros hogares. En mi casa, cada 25 de abril suena fuerte Grândola, villa morena. Porque siempre es tiempo de invocar revoluciones que defienden la libertad con claveles. Porque en tiempos de violencia general, no se me ocurre nada más subversivo que una insurrección floral.