Mujeres del 25 de abril: 50 años de la Revolución de los Claveles

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Grupos de manifestantes recorren Lisboa exhibiendo claveles, en una imagen sin fechar de finales de abril de 1974.

Cuando pensamos en el 25 de abril de 1974, fecha de la Revolución de los Claveles en Portugal, a los que ya tenemos una edad nos vienen a la cabeza imágenes que se han convertido en icónicas: los soldados con un clavel en el cañón del arma o el rostro del capitán Salgueiro Maia, uno de los héroes de la revuelta, que nunca aceptó ningún ascenso derivado de su actuación de ese día.

La Revolución de los Claveles tiene también caras y hechos menos conocidos. Hay también un 25 de abril de las mujeres, y uno de sus grandes momentos es el sobreseimiento del proceso penal contra Maria Isabel Barreno, Maria Teresa Horta y Maria Velho da Costa, las autoras del libro Nuevas cartas portuguesas. Esta obra, de autoría rigurosamente colectiva e indistingible –nunca se ha sabido a ciencia cierta quién escribió cada uno de los fragmentos que la componen–, no es sólo un texto literario magnífico, sino el emblema del feminismo portugués en las postrimerías de la dictadura salazarista.

¿Qué tenía este texto para enfadar tanto la censura de Salazar, o, mejor dicho, de Marcelo Caetano, entonces su sucesor? Este libro complejo, que mezcla todos los géneros literarios de prosa y poesía, se publicó en abril de 1972 y se vendieron 3.000 ejemplares sin ningún problema. Sin embargo, en junio del mismo año sus autoras fueron acusadas de haber escrito un libro “obsceno y pornográfico” y llevadas a juicio. Nuevas cartas portuguesas, no es, por supuesto, un libro obsceno ni pornográfico, y de hecho lo más curioso es que no hubo acusación por delito político, cuando el texto es una crítica terrible a la guerra colonial ya la situación social de Portugal . Lo que se consideró “obsceno y pornográfico” es la visión que el libro envía de la situación de las mujeres, del dolor y también del disfrute –quizás eso les dio aún más rabia– de todo tipo de mujeres. Mujeres de los tiempos antiguos, como las estropeadas –“Madre abadesa, aquí me envían de la casa de mis padres. / No ha habido pan para nosotros en la mesa de los hombres. / Nuestro cuerpo inútil es entregado al Señor”– o las brujas, con citas del Diccionario infernal de Collin de Plancy (1863); pero también, y son el núcleo de la obra, las mujeres contemporáneas: obreras casi analfabetas que escriben como pueden a su prometido que está en la guerra, jóvenes universitarias que empiezan a tomar conciencia de los límites que la dictadura les impone, mujeres que abortan o que descubren su cuerpo como fuente de placer –eso coció mucho a los censores–, mujeres que leen libros prohibidos, mujeres maltratadas que se sublevan contra su maltratador y, todas ellas, mujeres que afirman: “Nunca caza seremos / ni objeto dado”.

Todo este mosaico parte de un mito-metáfora que se desarrolla como un juego de espejos metaliterarios: el de Mariana Alcoforado, la monja, cuya existencia real es probada, que amó a Noel de Chamilly, un capitán de caballería francés que no se la merecía y de quien Saint-Simon dice a las suyas Memorias que no tenía nada deesprit, o sea que era cortito. Mariana Alcoforado es la pseudoautora –este es un tema muy complejo que no puedo desarrollar aquí– de las Cartas portuguesas, las famosas cinco cartas de dolor y de desamor que, publicadas en París en 1669 bajo la ficción del manuscrito encontrado por Gabriel de Lavergne, vizconde de Guilleragues, crearon un nuevo género epistolar, “la portuguesa”, una carta de mujer abandonada .

Las mujeres de “las tres Marías”, como se las llamó, son variaciones del nombre de Mariana, que está presente con cartas apócrifas que completan el texto del siglo XVII y que comienza una estirpe de mujeres que sufren, desean, escriben, disfrutan, se rebelan y piensan. Son Ana Maria, Marianna, Ana, Maria, ya sin el apellido que representa el linaje del padre y ya sin el sor de la clausura. Mujeres, además, que no bajan los ojos y son malhabladas –eso también enojó a los censores– en un país donde se llaman muy pocas palabrotas.

El libro de “las tres Marías” se convierte así en la continuación natural del volumen de artículos y fotografías Mujeres de mi país, que la fotógrafa Maria Lamas había publicado en 1948 y que fue, con sordina, un desafío a Salazar. Ambas obras componen un cuadro de la situación de las mujeres portuguesas demasiado alejado, por demasiado real, de la versión mítica de la “sección femenina” del régimen,Obra das mães para la educação nacional. El 25 de abril, que liberó a Portugal de 48 años de dictadura y de 13 de una guerra colonial no menos cruel que Vietnam pero sin imágenes, también significó el inicio de una nueva etapa para las mujeres y Nuevas cartas portuguesas fue el estandarte y la vanguardia.

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