Mirar, leer, entender, votar

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Mucha gente se acercará hoy a las paradas de libros como esta en el paseo de Gràcia para buscar las novedades de este año o ese libro deseado

Hoy es Sant Jordi y el 12 de mayo hay elecciones en el Parlament de Catalunya. Leer, votar... ¿Existe algún vínculo sustantivo entre estos dos actos? ¿La democracia puede prescindir de los libros? Y si fuera así, ¿hacia dónde vamos? (si es que esto implica algún cambio de dirección). En 1994, Alain Touraine publicó en la editorial Fayard un ensayo de título engañosamente divulgativo: Qu'est-ce que la démocratie? (¿Qué es la democracia?). En realidad, era una empresa de altos vuelos, más cercana a la filosofía política clásica que a la sociología. Aquí, la existencia de una sociedad formada e informada resultaba inseparable del proyecto democrático. Touraine se declaraba deudor del planteamiento que había guiado una obra casi homónima de 1987 de Giovanni Sartori, Democrazia: cosa è (La democracia: qué es). En 1984 Norberto Bobbio nos había regalado Il futuro della democrazia (El futuro de la democracia), una obra muy importante que hoy se cita poco; el papanatismo con la cultura anglosajona hace inevitable estos olvidos. Los tres dibujaban una línea continua en la recuperación –crítica– de la idea de democracia liberal por parte de la izquierda europea. Pero aquí nos interesa algo más concreto que tiene que ver con los libros.

Para Sartori, algunas disfunciones de la democracia podrían ser corregidas a través del papel activo de la opinión pública verdaderamente informada, lo que situaba a los medios de comunicación en el mismo centro del debate político: la ciudadanía opina y toma decisiones –entre otras, votar– en interacción con los flujos informativos de los que dispone. En 1987 Sartori evaluaba estos flujos como excesivos e insuficientes a la vez. Una década después, en el polémico ensayo Homo Videns, el filósofo italiano iba mucho más allá de esta primera crítica y se refería, nada menos, que a un supuesto “postpensamiento” que guiaba –y a la vez era guiado– por la “videopolítica”. Se trata de una afirmación que, al margen de la evidente vehemencia conceptual, conviene situarla en su contexto. A finales de los 90 se habían consumado dos hechos históricamente inéditos: la primera supuesta "guerra en directo" (Kuwait) y las primeras formulaciones maximalistas de la sociedad de la información (Nicholas Negroponte). Ambos aspectos podían tener traducciones políticas contradictorias: no estaba claro si nos adentrábamos en la era de la visibilidad tutelada (las cámaras de la CNN) o de la visibilidad engañosamente libérrima (el flujo caótico emanado de internet). El pospensamiento se mueve de forma errática entre los dos extremos. Desde la perspectiva del racionalismo ilustrado, que era la de Sartori, los medios eran el principal aliado de la democracia: permitían entender qué se vota y a quién se vota. En el actual paradigma de la visibilidad, este principio se invierte: votamos lo que pensamos que vemos. El resto, de alguna manera, no existe, y por tanto no merece ni siquiera ser pensado. Se trata de una falsa ilusión de libertad, inoculada hace treinta años por el zapping (que según Sartori ya no era un fenómeno puramente televisivo sino mental) y hoy por las redes sociales. Entre ver-qué-se-vota o votar-lo-que-se-ve hay una distancia sideral que no nos hace ni más libres ni más modernos ni más nada.

Hemos pasado de la polis a la telépolis; negarlo resultaría ridículo. Pero aparentemente no hemos renunciado a nuestra condición histórica de ciudadanos libres, no teledirigidos. El futuro de la democracia pasa por una toma de conciencia sobre el carácter contingente del futuro: no hay ninguna máquina hostil que la amenace ni tecnología providencial que la salvaguarde. ¿Y los libros qué papel tienen en todo esto? Dice Sartori: "En la cultura del libro el desarrollo del discurso es lineal, lo que significa que el libro se basa en la coherencia de la argumentación, o al menos en la construcción consecutiva de los argumentos. El hipertexto, en cambio, es interactivo y acompaña al texto escrito con sonidos, colores, figuras, gráficos, animaciones, etc. Su característica central es que ya no es consecutivo: el usuario puede recorrerlo en el orden que prefiera”. O incluso en ningún orden: si espigamos bien por las redes, siempre tendremos razón. Los libros son distintos. ¿Una democracia de personas incultas y desinformadas es posible? ¡Naturalmente!: ¿de dónde creen que ha surgido el éxito de Donald Trump? Pero ¿esta modalidad de democracia basada en la brutalidad dialéctica de las redes sociales y ajena a los libros es viable a largo plazo? Quizás sí, pero preferiría no vivirla.

Este artículo está dedicado a la memoria de mi buen amigo Josep Maria Terricabras (1946-2024)

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