Trump, Putin y el debilitamiento de Europa

Donald Trump y Giorgia Meloni en el Despacho Oval el 17 de abril.
21/04/2025
3 min

En la guerra, incluso la idea de una tregua se convierte en rehén de la confrontación. El conflicto de Ucrania ha entrado también en una guerra de altos el fuego; de anuncios incumplidos; de supuestas promesas de tregua que coinciden con ataques sobre el terreno. El sábado Vladimir Putin anunció por sorpresa una pausa de dos días por la Pascua y Volodímir Zelenski se añadía. Pero, desde entonces, tanto Kiiv como Moscú han denunciado cientos de violaciones del alto al fuego en el frente de guerra. Con Estados Unidos que amenaza con desentenderse del conflicto si no hay avances negociadores, la oferta de tregua se ha convertido en una maniobra más para ganarse el favor de un Donald Trump ávido de gestos.

Hace más de un mes, en las negociaciones que la administración estadounidense desplegó en Arabia Saudí, Ucrania ya había aceptado un alto el fuego incondicional de treinta días, pero entonces Moscú no solo no lo secundó, sino que intensificó los bombardeos. El 13 de abril, el ataque ruso sobre Sumi, una ciudad en el norte de Ucrania alejada del frente de guerra, dejó la peor masacre contra civiles ucranianos de este 2025.

Pero aquella predisposición incondicional que Zelenski mostró a Riad logró, en cambio, reabrir los canales de negociación entre Kiiv y Washington tras la tras Tras. Ahora es Putin quien utiliza esta oferta de tregua simbólica para dar pececillo a un Donald Trump frustrado por la falta de avances sobre el terreno y dispuesto a embarcarse en otra negociación con el régimen de Teherán por el futuro del programa nuclear de un Irán debilitado regional y económicamente.

Entre tanta gesticulación diplomática, Estados Unidos ha retomado también el diálogo con los europeos, el pasado jueves en París y esta semana en Londres. Europa se afana por reforzar su propio espacio de influencia, consciente de que su seguridad depende del desenlace de la guerra de Ucrania pero también de la gestión de las incertidumbres que conlleva la nueva administración estadounidense. Sobre todo porque, pese a las cifras deformadas de Washington, el 60% de la aportación de ayuda a Ucrania es europea. Mientras Trump habla de negociar con Rusia, Francia y Gran Bretaña buscan afianzar una coalición de fuerzas occidentales que pueda ofrecer garantías de seguridad en Ucrania.

La Unión Europea se ha convertido, desde el regreso de Trump al poder, en una olla a presión de agendas políticas contradictorias obligadas a actuar y entenderse en una multiplicidad de frentes. Mientras Londres y París continúan con el plan para reunir una "fuerza de estabilización" de unos 25.000 soldados que podría desplegarse lejos de la línea del frente en Ucrania si llegara un acuerdo, otras capitales priorizan el futuro inmediato de las relaciones con Washington por delante de Kiiv. Por eso, la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, ejercía de mediadora, la semana pasada, ante Trump hasta el punto de autocensurarse a sí misma en la traducción al inglés de una respuesta suya en la que había dicho que "claramente" la guerra de Ucrania se había originado por la invasión rusa. "Italia será el elemento más distorsionador de Europa después de Hungría porque están muy alineados con Trump", asegura un antiguo diplomático europeo, evidenciando el nivel de desconfianza que impera en el Consejo de la Unión.

Pero, sin embargo, la UE está condenada a encarar un debilitamiento transatlántico que puede durar mucho tiempo. Es una falla que va más allá de la agresiva retórica y la visión global de Donald Trump. El orden internacional ha cambiado hasta tal punto que la mirada eurocéntrica de muchas capitales de la Unión Europea no permite calibrar bien. Con Estados Unidos en retirada y una Europa que, por incapacidad, se ha ido borrando del mapa global, China se ofrece como garantía de estabilidad en un mundo que no ha olvidado que, en el peor momento de la pandemia de la cóvid-19, fue Pekín, y en menor grado Moscú, los que garantizaron el suministro. Para buena parte del mundo, Ucrania es sólo un problema europeo. Un conflicto lejano en unas dinámicas globales que, sobre todo, están pendientes de la confrontación entre China y Estados Unidos.

Los Veintisiete están obligados a entenderse cuando la seguridad del continente europeo se decide en unas negociaciones dirigidas por un presidente que reniega de los acuerdos internacionales, que entiende la cooperación y la gobernanza compartida como una muestra de fragilidad, y que avala el expansionismo geográfico y la imposición de la ley del más fundido. El mundo transaccional de Donald Trump está hecho de ganadores y perdedores, y es en este contexto en el que el debilitamiento de Europa es casi –y por distintos motivos– un objetivo compartido por Donald Trump y Vladímir Putin.

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