“Hace demasiado tiempo que habito con quienes detestan la paz”

El Papa Francisco acariciando a un creyente
21/04/2025
Periodista
2 min

Así se titula uno de los capítulos de la autobiografía que Francisco publicó meses atrás. De hecho, como detestaban la paz, lo detestaban a él; tanto es así que oraban para que muriera pronto. Por eso, el pasado otoño se despidió de un grupo de catalanes que fue a verlo a Roma con una sonrisa: "Oren por mí, pero en el buen sentido, ¿eh?"

Francisco, que ya no quiso vivir en el Palacio Apostólico, no será enterrado en el Vaticano, como sus predecesores. "El Vaticano es el hogar de mi último servicio, no de la eternidad", había dicho, y dejó escrito que lo enterraran en la basílica de Santa María la Mayor, sin pompa ni catafalco, ni triple ataúd de ciprés, plomo y roble.

Un Papa que el primer día rechazó los zapatos rojos con un "se acabó el Carnaval", que viajó a Mosul y a Mongolia, que se ha llevado a Roma a una familia de refugiados sirios de Lampedusa, que pidió que las iglesias de las ciudades se abran como hospitales de campaña (como la parroquia de Santa Anna, en Barcelona). Ha dejado un testamento explícito sobre quiénes eran los suyos y cómo había que tratarlos.

Francisco se ha acabado convirtiendo en un contrapeso moral del miedo y la oscuridad de Trump en la batalla mundial por las ideas, y ahora la batalla se trasladará al cónclave, porque el nuevo Papa será una pieza codiciada. Hace cuatro meses, Francisco nombró a 21 cardenales nuevos procedentes de Perú, Argentina, Ecuador, Chile, Japón, Filipinas, Serbia, Brasil, Costa de Marfil, Irán, Canadá, Australia e Italia, informados con un pensamiento de Gustav Mahler por el que sentía una explicable predilección: "La tradición no es la adoración de las cenizas, sino la preservación del fuego".

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