Adeu, Viqui, madre del Raval y del mundo


BarcelonaAdiós ya ver, madre del mundo, de tus alumnas cuando eras maestra ya medio rebelde en los grandes colegios de las teresianas, madre de los enfermos del sida detrás de sor Genoveva, madre de las putas y de los yonquis del Raval cuando seguías al inacabable hermano y al de la casa Sant Pau, y de los cientos o miles de abandonados e inacabables del Hospital de Campaña, de la gente que necesitaba apoyo.
¡Vique de la sonrisa inacabable, inmensa! Amiga de mis maestros, Jaume Botey, Padre Manel, Maria Pau Trayner. De esas grandes personas que han marcado una época. De aquellas cristianas que se creen lo de tu querida Teresa de Ávila que entre los pucheros anda Dios. Con un solo obispo, Dom Pedro Casaldáliga del Araguaya, con un solo Dios, el que, frágilmente, vive en la miseria del mundo. Con una sola misión: la justicia, la igualdad, la paz, la transformación del mundo y codo con codo con las personas de buena voluntad de cualquier ideología que se sublevan contra la gran injusticia que es la desigualdad.
Viqui, tuviste más suerte que el Padre Manel, no muy querido por los obispos. Tus hermanas teresianas te dejaron hacer, quizás porque eras imparable, inacabable, hiperactiva junto a la gente, en el Hospital de Campaña, escribiendo sin cesar, sabiendo que el corazón no lo resistiría. Navegabas en medio del mundo desde tu identidad de teresiana, que nunca escondiste. Eras de las cristianas queridas por el pueblo, ahora llorada por las musulmanas de tu Raval. Sin hacer proselitismo hacías creer que otro Dios era posible. Sin signos externos de poder, ningún otro signo de identidad que tu sonrisa inacabable. ¡Y tus abrazos!
¡Sabes, Viqui, solo de cara al mundo el gran defecto era ser mujer! Y la gran virtud. Por eso no tuviste los honores que merecías, porque todavía estamos marcados por ese macromachismo sutil. Y eso que un honor te hubiera gustado, me dijiste: la Medalla de Honor de Barcelona, tu querida ciudad. Pero no ésta, es la de oro que siempre has merecido, amada y honrada maestra.
Sin ti y con esos machos alfa que se van imponiendo en todos los campos y que van arrasando, el camino se nos hace muy empinado. Muy triste. Muy doloroso sin tu mística de los pucheros. Aquella mística que debe hacernos creer en la divinidad de la persona y sobre todo la más mísera. Benditas las pobres, las que pasan hambre, las que lloran, las que le rechazan, porque sois las que puede construir el mundo mejor, imprescindible, porque no quiere el poder que aplasta. Las que puede ir más allá de la religión. Las que podéis decir a esta montaña: "Levántate y tírate al mar". Las que entiende como Teresa de Ávila, como Viqui Molins, que el absoluto se encuentra en medio de los pucheros, en medio de la vida. Un abrazo y una sonrisa de los tuyos, querida Viqui.