Mañana es Sant Jordi
Mañana es Sant Jordi. Desde que tengo memoria, el veintitrés de abril ha sido uno de los días importantes del año para mí. He vivido de todos los colores, pero, cuando era jovencita y simplemente era un día bonito, no podía imaginar hasta qué punto acabaría siendo también fundamental en mi vida.
El primer Sant Jordi que recuerdo especialmente fue el de mi primera rosa de enamorada. Salíamos con un chico desde diciembre, éramos muy jóvenes y creo que al llegar la primavera apenas nos habíamos dado algunos besos breves en los labios.
El chico en cuestión era del estilo kumbayano, que decíamos entonces: del centro excursionista, amante de la vida sencilla, nada pendiente de las marcas de ropa ni de las motos ni de otras cosas que solían interesar a los adolescentes de la época. Como era de prever, no fue a una floristería a comprarme una rosa, la cogió de un jardín lleno de rosales que había a medio camino entre su casa y mi casa. Era una rosa roja, que no tenía el tallo demasiado largo ni ningún tipo de adorno. Ni espiga, ni verde, ni bandera, ni papel de celofán. Una rosa roja, pequeña y desnuda. Olía muy bien.
El segundo Sant Jordi destacado en mi memoria fue el de mis veinte años. Mi padre había muerto en marzo y el luto era todavía una herida abierta. Cuando llegó el veintitrés de abril, me cogió desprevenida, ese año no pensaba en ello. Ver a la gente en la calle, la fiesta de los libros y las rosas por todas partes, las sonrisas de todos, me hizo venir un pinchazo de añoranza que me hizo llorar buena parte del día. Quizás fue la primera vez que pensé: "La felicidad ya no volverá a ser completa nunca más".
El tercer Sant Jordi –por orden cronológico; si hablamos de importancia, es el primero de todos– fue el del año 1995, hace treinta años. Mi primer hijo vino al mundo a las doce del mediodía del veintitrés de abril. Todo el mundo me regaló rosas. Todo el mundo me preguntó si se llamaría Jordi (que no). Pensé que era un día hermoso para empezar la vida. No sabía aún que los veintitrés de abril serían días de mucho trabajo para mí y deberíamos encontrar el momento para celebrar su cumpleaños.
Después vinieron todos los Sant Jordis que he vivido como escritora, desde aquellos que me pasaba el día sola y aburrida, muerta de vergüenza, y firmaba uno o dos ejemplares, hasta el del año en que había ganado un premio importante y vi crecer las colas de lectores delante de mí con auténtica estupefacción.
He vivido Sant Jordis de mucho calor, de lluvia y pedriscos, de frío y llovizna por la mañana y sol por la tarde. vamba que me había hecho una ampolla en el talón.
Entonces llegó en el 2020 y el día de Sant Jordi yo estaba ingresada en Can Ruti, bastante destartalada, y los compañeros de Òmnium de Badalona me hicieron llegar un libro donde cada uno de ellos la prisión. Las enfermeras vinieron a ver qué tenía, tanto que lloraba. ¿Cómo será este Sant Jordi 2025?