Walden 7: así se vive en el fascinante edificio de Ricard Bofill en Sant Just Desvern
El emblemático edificio del Taller de Arquitectura que dirigía Ricardo Bofill llega a medio siglo reivindicando su utopía


Esplugues de Llobregat"Este edificio es como una fuga de Bach". Anna Bofill lo dice en serio, y más tarde lo explicará sentada en uno de los bancos de uno de los cuatro patios azules del edificio que ella contribuyó a levantar desde el Taller de Arquitectura. Estamos en el Walden 7, esta gran mole de Sant Just Desvern que destaca desde la autopista y la mayoría conoce sólo por haber oído hablar de ella o por fotografías. Hace frio y el interior es sombrío, imponente. No es de extrañar que algunos comparen el edificio con una catedral, quizás barroca como el músico, porque en estos espacios comunales de la planta baja hay una clara –y quizás demasiado obvia– voluntad de monumentalidad. Pero logran el efecto. Imponen, fascinan. Otra cosa serán después los pisos, que son de distintos tipos pero en muchos casos acogedores y, sorprendentemente, luminosos.
Walden es un pueblo. De hecho, hay más de 500 pueblos en Cataluña con menos habitantes y quizás con menos historias que este edificio, que con los años –este cumple cincuenta– se ha convertido en uno de los grandes hitos de la arquitectura catalana del siglo XX. Acoge unas 1.100 personas –la población es fluctuante, como ocurre en todos los pueblos– en unas 430 viviendas de diversos tamaños y formas, pero al final tienen en común que todas están hechas a partir de una misma célula que se va repitiendo y combinando. Esto es importante porque es el centro del proyecto. El edificio está construido a partir de 1.084 células, unos cubos de unos 30 metros cuadrados (de hecho, 28,10 m2, puesto que el espacio restante se emplea para usos comunes) que eran la unidad básica. Las viviendas podían ser de uno, dos, tres o cuatro cubos que se combinaban en horizontal o en vertical, aunque con los años ha habido vecinos que han ido adquiriendo más módulos para configurar viviendas de mayor tamaño.
Es apasionante leer las explicaciones de Anna Bofill, compositora y arquitecta que ahora acaba de publicar, precisamente, un texto inédito de aquellos años setenta iniciales –Hacia la ecomorfología. Entre la utopía y la realidad (Ediciones Asimétricas, 2024)– en el que explica el trasfondo geométrico y matemático de toda la construcción. Y también el musical. "Es una fuga de Bach, porque está hecho con los mismos principios de composición que utilizaba Bach para las fugas y los contrapuntos –explica Bofill–. Se trata de coger un motivo, en este caso un cubo, que se traslada y forma esta escalera Walden aplicando simetrías [...]. , vas creciendo en el espacio".
La simetría es fundamental en el Walden, explica el arquitecto Fernando Marzà, que fue de los primeros que acudieron a vivir en 1975. Aunque hace ya años que no es vecino, sigue igualmente fascinado por este edificio que ha estudiado durante años y que nos muestra con deleite. No es fácil explicar ni describir, porque está lleno de detalles y perspectivas cambiantes. Insiste una y otra vez que nos fijamos en el eje de simetría entre las dos entradas, la Norte y el Sur, entre las que hay dos grandes halls que comunican con los cuatro grandes patios interiores azules en torno a los cuales se estructuran todas las viviendas. El edificio cambia un poco más en la parte central, donde el acceso a las viviendas deja de realizarse por los patios interiores y pasa a hacerse por el exterior, por la fachada.
"Cuando salgo de casa, en la planta 14, para ir al ascensor si llueve tengo que coger el paraguas", dice Natàlia Bravo, presidenta de la comunidad de propietarios del Walden. "No tengo la sensación de vivir en un bloque de pisos, sino en un pequeño pueblo con calles y vida comunitaria, que además es muy tranquilo". Está orgullosa, y quiere que los vecinos también lo estén: "Queremos volver a poner en valor al Walden y situarlo en el lugar que merece un edificio como este". Por eso, además de los actos del 50 aniversario, que aún se están acabando de definir y tendrán uno de los puntos álgidos en Sant Joan, tienen previsto crear una fundación que pueda gestionar las visitas y peticiones de todo tipo –de grupos, publicidad, cine, fotografías– para hacer cosas en el edificio. Ahora se pueden realizar visitas previa petición (e-mail: visitas@walden7.com), pero no dan a basto por la cantidad de solicitudes. Explica que en 2026, cuando Barcelona será capital mundial de la arquitectura, el edificio se incorporará por completo a las rutas turísticas de la capital. No sé si son conscientes de lo que esto puede suponer para los vecinos.
Bravo, de hecho, lleva muchos años viviendo en el Walden, pero llegó, explica, en 1996, un año después de que finalizara la gran restauración que acabó con la leyenda negra del edificio. Esta leyenda que aún tiene marcado en el imaginario colectivo la idea de un edificio que caía a pedazos y que tenía redes para recoger las baldosas de la fachada que iban cayendo. Esto ahora es historia, pero vale la pena recuperarla un poco para situar bien el edificio en su contexto histórico.
Unos primeros veinte años conflictivos
En el libro Walden 7 i mig, publicado por el Ayuntamiento de Sant Just Desvern en 1995 –y que se puede descargar gratuitamente en la web municipal–, se incluye una exhaustiva cronología de estos primeros veinte años conflictivos del edificio. Desde la explicación de por qué se construyó en los antiguos terrenos de la fábrica de cemento Sanson hasta el complicado proceso del Ayuntamiento para evitar su demolición tras la quiebra de la empresa constructora. No es broma.
En 1984, la promotora Ceex.3.SA (acrónimo de La Ciudad en el Espacio Experiencia 3) estaba ya en manos del Fondo de Garantía de Depósitos Bancarios, ya que la entidad madre de la que dependía, Banca Catalana –Ricardo Bofill reconocía y agradecia a Jordi Pujol poder tirar adelante el projecto- estaba intervenida- . El conflicto con los vecinos por los problemas de construcción del edificio –las obras las hizo Dragados y Construcciones–, que incluían fisuras y filtrados en cubierta, así como la espectacular caída de las baldosas, habían comenzado un año después de terminar las obras, en 1976, y las asambleas de propietarios de aquellos años, explican, eran un infierno.
Los pleitos y polémicas llenaron las páginas de los periódicos –Juan Marsé hacía mofa del edificio, y lo que simbolizaba, en su novela El amante bilingüe– hasta que, después de muchas negociaciones, el Ayuntamiento de Sant Just pudo quedarse la empresa y también los terrenos que la rodeaban, asumió su rehabilitación y urbanizó los entornos para crear más vivienda protegida a través de una promotora pública. Así, todo aquel inmenso solar contaminado de la antigua cementera que las protestas vecinales obligaron a cerrar a finales de los sesenta y que había adquirido en 1970 Ricardo Bofill por 108 millones de pesetas, empezó una nueva vida con una rehabilitación que eliminó prácticamente todas las baldosas, aislando mejor el edificio y arreglando todo aquello que se había ido estropeando por las prisas en la construcción, los escasos recursos y el exceso de experimentación con los materiales empleados.
El origen y el contexto del Walden
El proyecto era insólito, efectivamente. Como prueba, los vestíbulos de acceso a los parkings están enladrillados con poemas de José Agustín Goytisolo, poeta y uno de los principales ideólogos del Taller de Arquitectura, que dirigía Ricardo Bofill pero que, sobre todo en sus inicios, era un trabajo colectivo de un grupo heterogéneo de gente progresista e idealista -también pija– entre los que había, según las épocas, sociólogos como Salvador Clotas, actrices como Serena Vergano, arquitectos como Peter Hodgkinson, artistas como Daniel Argimon, filósofos como Xavier Rubert de Ventós y estudiantes o jóvenes arquitectos y aparejadores como Joan Malagarriga, Manuel Núñez Yanowsky, Dolors Rocamora, Anna Bofill i Ramon Collado. Cabe decir, pero, que las obras de aquellos primeros momentos, incluido el Walden, las firmaba Emili Bofill, el padre arquitecto y constructor, que fue mentor, protector y mecenas de todo el grupo.
Goytisolo publicó un poemario sobre esa experiencia. La primera estrofa del poema Walden dice así: "Quisieron construir / un lugar muy diverso de los ya conocidos / un refugio en el aire / contra la indiferencia y la vulgaridad" Y la última concluye: "De lo ocurrido con este proyecto / el tiempo dejará señales en los muros. / Si el sueño fracasó fue porque todo / estaba preparado para que así ocurriera". La utopía y su fracaso.
El mismo nombre de Walden ya remite a la utopía, a la que imaginó el psicólogo conductista BF Skinner en 1948 en su novela Walden dos, que a su vez estaba inspirada en el ensayo ecologista Walden o la vida en los bosques, publicado en 1854 por Henry David Thoreau. El autor estadounidense describe los dos años, dos meses y dos días que estuvo en una cabaña autoconstruida cerca del estanque Walden, en Massachusetts. La novela de Skinner, sin embargo, se aviene más a la filosofía del edificio y es la que se encuentra en el origen del proyecto, según explicaba Anna Bofill. En este caso tiene el número 7 junto al nombre porque en su libro el psicólogo ya hablaba de los waldens anteriores.
La principal utopía del Walden, sin embargo, más allá del nombre, era su voluntad de reinventar el urbanismo y la vivienda para un tipo de sociedad que estaba en pleno proceso de cambio. Hablamos de los años sesenta, tiempo de revoluciones de todos modos: culturales, sexuales y también sociales en lo que respecta a la estructura de la familia y la vivienda. También fue el momento en que surgieron en el mundo de la arquitectura las críticas al modelo del racionalismo inspirado en Le Corbusier, convertido en un estilo internacional que se fue reproduciendo por todas partes para hacer frente al aumento constante de población –la generación baby boom– y la migración de la población rural hacia las ciudades.
"Nosotros dijimos que eso no nos gustaba, los típicos bloques, esas cajas de zapatos que se ponen una detrás de otra, en los polígonos, los primeros, y también los que han venido después –comenta Anna Bofill–. La primera experiencia fue el barrio Gaudí de Reus. Pensábamos cómo ofrecerles a estas familias unas viviendas sociales que fueran dignas, agrupadas de manera agradable, formando una especie de poblado y evitando el típico bloque". Reus fue el primer paso de una serie de experimentos que denominaban "ciudad en el espacio", concepto que alude a una organización urbana también en vertical. Es decir, la ciudad en el espacio presuponía calles en altura en las que había varios servicios repartidos por toda la estructura. Esto se intentó en el Walden, pero finalment no funcionó y no hay mezcla de funciones, todo es residencial.
"Decíamos: "hay que romper las fachadas, no puede que todas sean siempre rectas. No podemos tener estos pasillos con puerta, puerta, puerta, puerta... Esto es como una cárcel. No puede ser que todas las viviendas sean iguales, que todas las puertas sean iguales, que todas las ventanas sean iguales, esta repetición es monotonia, no tiene personalidad, no tiene expresión, no tiene nada. Tenemos que buscdar una volumetria que romp"a con todo esto, que haga juegos, que permita que el sotre de una vivienda sea a la vez la calle para acceder a otro..» Y todo esto lo empezamos ya en Reus", recuerda Anna Bofill.
Como antecedentes del Walden, pues, está el barrio Gaudí de Reus, pero también formalmente se puede considerar el Castillo Kafka de Sitges, el edificio Xanadú de Calpe y, el más significativo aunque nunca se llevó a cabo, el proyecto de ciudad en el espacio de Moratalaz, que era interesante por su estructura comercial, ya que se querían vender "acciones" y no metros cuadrados. El Walden, explicaba Ricardo Bofill en una entrevista, fue una manera de aplicar estas ideas a una escala más reducida pero controlable, aunque al final también lo consideró un fracaso, entre otras cosas porque la urbanización del proyecto se quedó a medias y no hubo mezcla de usos.
Un millón de pesetas por 120 m2
Pero visto desde hoy, es sorprendente la vitalidad que tiene todavía aquella utopía. Sobre todo si se tiene en cuenta que el Walden era una promoción de vivienda protegida que, eso sí, se saltó las estrictas normas de las VPO de ese momento gracias a los contactos de Bofill.
"En 1975, mi piso, que era de 4 módulos, que son 120 m2, y un parking, costó un millón de pesetas", explica Fernando Marzà en la azotea del edificio, uno de los puntos álgidos de la excepcional visita guiada que nos hace por el laberíntico edificio. "Era asequible en ese momento, pero eso sí, te daban las cosas básicas, no había ni suelo ni baldosas en el lavabo. Si querías los acabados tenías que adaptarte a sus propuestas". Esto suponía, por ejemplo, toda una serie de innovaciones, como interiores escalonados que servían para hacer las funciones de sofá o cama, o unas mamparas de ducha que eran a la vez una pantalla de proyección. Con los años, los vecinos han ido adaptado los pisos a sus necesidades, pero algunos han mantenido los dos armarios-libreria que separan la zona de la cocina de la sala y que originalment estaban unidos por una mesa que era de comedor y de despacho a la vez. Se conoce como la H de Bofill.
"Yo llegué al Walden cinco años después, en 1980, y ya pagué un poco más, pero de todos modos era asequible", explica Miquel Abella, uno de los vecinos históricos del edificio, que como experto en jazz ha sido un gran activista cultural en Sant Just, que inicialmente recibió el experimento con reticencias, pero ha acabado convirtiéndole en símbolo de la población. Buena parte de su piso, también de cuatro células, que comparte con su esposa, Lola Castañ, está ocupada por discos y libros sobre blues. Es un piso luminoso y cómodo, el segundo que han ocupado en el edificio –"Nos cambiamos cuando nació nuestra hija, porque ya éramos cuatro y no cabíamos", explica–, y que originalmente había sido del poeta y arquitecto Joan Margarit. Y es que entre los habitantes del Walden hay de todo, pero también viven o han vivido personajes conocidos como Carles Santos, Carme Elias, Gabriel Brncic o Carles Segarra, por citar a algunos. Aunque era vivienda protegida, las características del edificio hicieron que se instalaran allí sobre todo gente con estudios, profesionales con ganas de experimentar cosas nuevas y que más o menos compartían las ideas del proyecto, cuya promoción se hizo en gran parte gracias al boca a boca. "Entonces estaba muy aislado, mal comunicado con transporte público, pero en coche no había los atascos de ahora y en diez minutos te plantabas en Barcelona", recuerda Abella. Ahora tienen una parada de tranvía, llamada Walden, en la puerta de casa, y Sant Just ha crecido hacia ellos, lo que ha hecho que el antiguo polígono ganara vida.
"Los espacios comunitarios interiores, como los patios azules y los grandes halls, no han funcionado demasiado", reconoce Marzà, que se muestra orgulloso de que se mantenga una mesa de ping-pong que, dice, fue una de sus aportaciones, junto con Miquel Abella, para hacer más amigables estos espacios que ahora la nueva junta también tiene ganas de reavivar dándoles nuevos usos. "Lo cierto es que la cubierta, donde desde el inicio los dos depósitos de agua para los bomberos se reutilitzaron también como piscinas, y las plazas exteriores han sido lo más útil para crear comunidad, añade. La cubierta, con unas vistas excepcionales a la montaña y al mar, está llena de rincones para esconderse a leer y tomar el sol, pero no es apta para gente con vértigo y es, como todos los edificios muy altos, demasiado atractiva para los amantes de los abismos.
Sin embargo, los vecinos también utilizan mucho las "calles" que dan acceso a las diferentes viviendas y que sirven como pequeñas terrazas. El edificio es descrito a veces como un castillo y otras como una casba porque está lleno de rincones, escaleras y pasillos, lo que, dicho sea, es algo incómodo para las personas mayores. "Por la mañana, en hora punta, quizás puedes encontrar cola en el ascensor, pero no es habitual, generalmente es tranquilo. Si te fijas, en el largo rato que hemos estado dando vueltas por aquí no nos hemos encontrado a mucha gente", comenta Lola Castañ.
Efectivamente, es una de las cosas curiosas del Walden. "Quizá lo sorprendente es que he encontrado mucha tranquilidad y que es un lugar muy habitable", explica David G. Torres, crítico de arte y uno de los responsables, junto con el fotógrafo Gregori Civera, del Taller de Arquitectura Bofill, de organizar en el marco del 50 aniversario la exposición sobre el edificio en los patios de la planta baja. "Vinimos a vivir aquí hace diez años por varias razones. Una es que yo soy de Esplugues pero estudié en el instituto de Sant Just, y tenía amigas en Walden. Ya entonces el edificio me fascinaba. Siempre había pensado que era un lugar que me gustaba mucho para vivir, y después de años viviendo en Barcelona, decidimos cambiar porque la ciudad cada vez era menos habitable".
Es una fascinación que cada vez comparte más gente. La cola de interesados que esperan para visitarlo es larga, pero durante años no ha recibido suficiente consideración, posiblemente porque, aunque en Francia era considerado una estrella, en Cataluña Ricardo Bofill no estaba muy bien visto entre un amplio sector del establishment de la arquitectura. De hecho, lamenta Marzà, todavía no se ha realizado ninguna gran exposición sobre el Taller de Arquitectura, aunque él lo intentó hace unos años. El acercamiento de Bofill a la jet set –su hijo mayor se casó con Chabeli, la hija de Julio Iglesias, en la casa estudio que ocupa las ruinas de la antigua cementera, junto al Walden– y la deriva digamos academicista de las obras de los últimos años, como el INEFC, el TNC o el aeropuerto, han hecho que su trabajo no se haya divulgado con el rigor que se merece.
"El Walden es historia de la arquitectura, forma parte de edificios y proyectos de convivencia míticos como la Unidad de Habitación de Marsella o el Barbican de Londres", dice David G. Torres. "En este sentido, muestran elementos de una convivencia y unas maneras de hacer que podríamos decir utópicos, propios de los años sesenta o setenta. Pero, por otra parte, soluciones como los espacios modulares, la convivencia familiar en espacios que son cocina, comedor y sala, y la comunidad de habitáculos que responden a diferentes necesidades son todavía hoy cuestiones vigentes y pertinentes."
Sin embargo, lo que atrapa de este edificio es su espectacular belleza. "Al Walden o lo amas o lo odias, porque es muy potente artísticamente", dice Anna Bofill, de cuya obra ahora puede verse una exposición en solitario en la ETSAB. "¿Cómo se vive aquí? Maravillosamente. Es una enorme escultura habitada, una gran obra de arte. Si eres sensible al arte vives aquí muy bien, pero si solo lo miras como un lugar para comer y dormir pues puedes encontrarle millones de defectos, que seguro que los tiene". Torres lo reafirma: "El edificio por dentro es precioso: desde los materiales hasta las formas, pasando por los cambios de luces y las perspectivas... Vivir en un sitio así también es calidad de vida".