El populismo, que fácilmente se transforma en un eufemismo pegajoso del fascismo, se extiende como un virus con cada mentira pública y a cada gesto antipolítico. Con cada victoria del cinismo, con cada engaño al elector y con cada “todos son iguales” repetido sin pensar, vamos perdiendo la oportunidad de transformar el futuro y construir un país donde valga la pena que vivan nuestros hijos. Por eso la oportunidad de votar es una responsabilidad extraordinaria en cualquier circunstancia, y si no que se lo pregunten a nuestros abuelos, que se jugaron el cuello para que nosotros, bien alimentados, arrastremos los pies hacia los colegios electorales.

Finalmente las elecciones se celebrarán el día 14 de febrero y llegan en medio de una tormenta de arena invisible, una pandemia que todo lo destruye, la salud y la economía, y que confunde y amenaza la confianza en el sistema democrático, incapaz, evidentemente, de aportar soluciones mágicas a problemas complejos.

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En este entorno de incertidumbre, de cansancio mental, de desesperación de tantas personas ante los estragos de la enfermedad y de un deterioro inédito de la economía, es el momento de reivindicar la política, la buena política, y de denunciar más que nunca sus enemigos. Los que la destruyen desde dentro y los que la desprecian y la ignoran desde fuera. Es legítimo preguntarse de qué sirve la política cuando no mejora la vida de los ciudadanos y se convierte en un plató de televisión, pero también hay que recordar cuál es la alternativa a las muchas imperfecciones de la democracia.

Gestión de la pandemia

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El covid tiene una lógica propia y siniestramente efectiva que siempre nos obliga a correr detrás de su capacidad de destrucción. En la evolución de una pandemia intervienen centenares de factores no controlables, pero hay una gestión política con valores asociados y consecuencias a largo plazo. La siniestra realidad nos obliga a pensar en los costes de los tiempos que vivimos en número de muertes y en puntos del PIB, y del equilibrio para evitar a unos y a otros salen las decisiones de los ejecutivos de todo el mundo.

Las políticas públicas que tan a menudo se desprecian nos condicionan la vida, y lo que es cierto es que los ciudadanos no tenemos una información transparente sobre sus objetivos ni sobre si están bastante basadas en la evidencia y el conocimiento.

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Por esto, en este momento clave, los ciudadanos tendríamos que exigir conocer de manera transparente como se están tomando las decisiones, cuáles son sus objetivos y valorar las consecuencias y el impacto a largo plazo. Desde el punto de vista sanitario, económico, laboral, medioambiental, político, social, ético, tecnológico, sobre la libertad individual y la privacidad. Sobre todos estos ámbitos impactan las decisiones de aquellos a los que confiamos una parte de nuestro futuro y que nos gestionan los impuestos que pagamos.

De manera prioritaria nos tienen que importar las consecuencias de la pandemia y de las decisiones asociadas en el campo de la educación. Estamos ante casi dos cursos que para muchos niños y jóvenes no han sido una oportunidad de disfrutar de la alegría del conocimiento, sino una fuente de aislamiento y chasco para los más mayores y de incertidumbre y desconfianza para los más pequeños. Se está salvando la situación gracias a los profesores y a tener los centros abiertos, al menos parcialmente, pero la brecha del acceso al conocimiento y la digitalización se puede estar ampliando en sociedades como la nuestra, que ya están enfermas de una desigualdad creciente.

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Desinformación

En la política, la confianza también se basa en la transparencia, pero vivimos inmersos en enormes cantidades de desinformación. Responsabilidad de los medios de comunicación y de la política, seducidos en los dos campos por el corto plazo y el espectáculo. Un mal alimentado de pereza y precariedad en los medios y de mal gobierno, miedo y apuestas a corto plazo en la política.

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La desinformación nos trae, por ejemplo, a oír como se pone de ejemplo de la gestión de la pandemia en la Comunidad de Madrid, territorio que desgraciadamente registra el número más elevado de muertos del Estado. Los expertos en salud pública coinciden en dar por real una correlación entre mortalidad y movilidad ciudadana, pero muchos medios madrileños muestran la gestión de la Comunidad de Madrid como un éxito. No es momento de triunfalismos, y menos con un virus que nos desborda constantemente y con una economía temblando, pero justamente por eso es tan importante conocer las políticas públicas que cada partido defiende. ¿Vamos a votar?