Todos somos trans

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Tots somos trans

Vamos en taxi a la celebración de los premios de narrativa y cómic de la librería Finestres, que, además, coinciden con la inauguración de la Finestres 250, el nuevo local dedicado a libros de artes, que, junto con la librería originaria, situada delante, han convertido el tramo de la calle Diputación que va de Balmes a rambla Catalunya en un espacio luminoso. Lástima que la academia de ballet de los Corella se haya trasladado a un cortijo entre los Tremolencs y Cànoves i Samalús, por debajo del poblado ibérico de Puig del Castell; y la Fundación Mapfre en la avenida Litoral, porque, a pesar de que tanto unos como otros han salido ganando, la cosa habría quedado de película de cine protagonizada por Diane Keaton, es decir, de aquellas que retratan una sociedad acomodada y civilizada.

Mi lady in waiting me comenta que la terapia la está dejando, y cito textualmente, “devastada”. Me temo, le digo, que hay un cierto tipo de terapias psicoanalíticas que solo se pueden permitir los pijos, que son, como se sabe, los únicos que tienen tiempo de profundizar en sus traumas de niñez y lamerse las heridas tantas horas al día como haga falta. Si tienes la desgracia, como es el caso, de formar parte de las clases operaria y recolectora, no puedes atender tus traumas y, al mismo tiempo, sirgar diligentemente, a partir de las seis de la mañana, para conseguir un salario que cubra tus necesidades y las necesidades de tu progenie o similares (perros, amantes, amigos y otra parentela) y también dé de sí para pagar, con estricta puntualidad, los impuestos correspondientes.

Llegados a este punto, el de la tristeza, nos dan ganas de jugar, una vez más, al Un, dos, tres y, por veinticinco de las desaparecidas pesetas, hacemos una lista de libros en que las protagonistas, siempre mujeres, deciden, un poco como en la Gran Dimisión protagonizada por los trabajadores de los Estados Unidos, abandonar: soltarse y dejar de intentarlo, apartarse, desaparecer, huir de la mirada de la otra, de aquella presión que obliga a hacer y, sobre todo a ser, aquello que ni quieres hacer ni puedes ser.

Mi año de descanso y relajación de Ottessa Moshfegh (Alfaguara), Sola de Carlota Gurt (Libros del Asteroide), Reunión de Natasha Brown (Anagrama), La Loca de Cristina Fallarás (Ediciones B), Cauterio de Lucía Ljtmaer (Anagrama), Mamut de Eva Baltasar (Literatura Random House)...

Como, a la manera parisina, hay manifestaciones y protestas en cada esquina, no en vano somos estos días más europeos que nunca, la carrera va lenta, lo cual nos permite, a pesar de que seguro que volvemos a llegar tarde, seguir adelante.

Comentamos la preocupación de algunas personas con responsabilidades académicas ante la posibilidad que la juventud en masa pida, de repente y como si fueran yonquis, hormonas subvencionadas (sic) para iniciar una transición de género. Tenemos la sensación de que estas compañeras, tan y tan preocupadas por el futuro genérico de nuestras, según ellas, despistadísimas, adoctrinadas y manipulables criaturas, no han tenido todavía la oportunidad de hablar de verdad con personas trans para intercambiar experiencias, porque, si lo hubieran hecho, no dirían lo que se atreven a decir. Desde aquí las animamos, de todo corazón, a conocer de primera mano, es decir, a través de personas trans, qué supone ser una persona trans y cuáles son sus auténticas reivindicaciones y necesidades, reivindicaciones y necesidades, que, por cierto, no interfieren en ningún punto con las reivindicaciones y necesidades feministas, más bien al contrario.

También, y en la misma línea, nos sorprende la cantidad de personas acomodadas y progresistas (acomodadas hoy porque fueron progresistas ayer) que encuentran que proclamar el “no a la guerra” es naif, inocente, infantil, poco adecuado dadas las circunstancias actuales y definitivamente idiota. Dicen que proclamar la paz desde el confort de nuestros salones es hipócrita, a pesar de que a nosotros nos parece más grave -y de tenerlos cuadrados- proclamar la guerra desde salones igualmente confortables. Eliminar del debate público el pacifismo sería tan grave como prohibir hablar de la felicidad.

Y mira, seis respuestas acertadas, a veinticinco de las antiguas pesetas cada una: ¡ciento cincuenta pesetas! Ya tenemos para pagar el taxi.

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