Transición energética, rábanos y hojas
Desgraciadamente, el modelo económico catalán no es sino una variante del de Europa meridional, la que integran Portugal, España e Italia. Este modelo se caracteriza fundamentalmente por la baja incorporación del conocimiento en la producción. Tres indicadores lo ponen de manifiesto: en estos países entre el 30% y el 40% de los trabajadores ocupados tienen como máximo los estudios secundarios inferiores (el equivalente a la ESO), cuando en el centro y norte de Europa la proporción no supera el 15%; en estos países la inversión en I+D que hacen las empresas privadas no llega al 1% del PIB, cuando allá se sitúa entre el 1,5% y el 2,5%; finalmente, en estos países no hay ninguna universidad situada entre las mejores 150 del mundo (de acuerdo con la clasificación más utilizada para medir este concepto evanescente).
En consecuencia, la productividad por hora trabajada, que había crecido a tasas rapidísimas en los años 1950, 1960 y 1970, ahora está estancada, lo que significa que la distancia que nos separa de los países del centro y norte de Europa crece. En el contexto de una población envejecida y cada vez más exigente con la calidad de los servicios públicos, esto significa que la financiación de estos países está y estará permanentemente en crisis.
Es a la luz de estos hechos que creo que tenemos que considerar tres impulsos que nos llegan de la Unión Europea. El primero es el creciente compromiso con la lucha contra el cambio climático. El segundo es la creciente convicción de que Europa se tiene que reindustrialitzar. El tercero es la síntesis de los anteriores: la convicción que la neutralidad carbónica puede ser la base de una economía creadora de puestos de trabajo altamente productivos. La presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, lo sintetiza proclamando que “Green Deal es la nueva estrategia de crecimiento europea”.
En paralelo, los países miembros están aprobando, bajo la forma de los fondos Next Generation, un gigantesco programa de apoyo a la modernización de los aparatos productivos que tiene como objetivo principal financiar las transiciones ecológica y digital en los países mediterráneos y orientales.
En Catalunya (como en el resto de Europa meridional) tenemos, pues, un problema gravísimo, un diagnóstico y los medios para llevarlo a la práctica. Lo que queda de artículo tiene por objeto alertar del peligro que, en la puesta en práctica del remedio, nos equivocamos de objetivo.
Para empezar, tengo que destacar que la transición energética exige tres tipos de acciones, que son complementarias pero muy diferentes.
La primera consiste en incidir sobre el consumo de energía. Estamos hablando de mejorar el aislamiento de los edificios, de instalar sensores para optimizar el consumo, de cambiar las calderas de calefacción por otras de más eficientes y si es posible eléctricas, de sustituir los vehículos de combustión interna por eléctricos (y, por lo tanto, de instalar cargadores en las calles de nuestras ciudades), etc.
La segunda consiste en producir mucha electricidad renovable. Estamos hablando de instalar aerogeneradores y placas solares.
Las anteriores son acciones imprescindibles, pero que no nos ayudarán a resolver nuestro problema con el modelo productivo, con la productividad y con la sostenibilidad de nuestro estado del bienestar. Para ponerlo de manifiesto, imaginemos que un país extremadamente atrasado decidiera electrificarse completamente (incluyendo la totalidad de su parque móvil y su rudimentaria industria) y producir tanta electricidad verde como consume, y aconteciera, de este modo, neutral carbónicamente. El país en cuestión se transformaría en un modelo para otros muchos, y su hito constituiría un ejemplo de solidaridad con el resto del planeta, pero es importante destacar que no habría avanzado ni un milímetro en la carrera para proporcionar a sus habitantes un futuro económicamente mejor: ni más puestos de trabajo, ni mejores sueldos.
Nos equivocamos, pues, si creemos que Catalunya transformará hacia mejor su modelo de crecimiento a base de instalar aislamientos, aerogeneradores y placas solares o a base de adquirir vehículos eléctricos y sus correspondientes cargadores.
La única vertiente de la transición energética que puede constituir una “estrategia de crecimiento” es la tercera: fabricar aislamientos, aerogeneradores, placas solares, vehículos eléctricos, sensores, sistemas de control y cualquier producto “verde” (desde hidrógeno a acero).
Es de acuerdo con este razonamiento que me estremece constatar que, para muchos, la clave de lo que tenemos entre manos no es otra sino que Catalunya produzca mucha electricidad verde a base de ocupar el territorio con placas chinas y aerogeneradores daneses. Es, efectivamente, coger el rábano por las hojas.
Miquel Puig es economista