Trump y la clase media
Hace unos meses se estrenó una película aparentemente ligera. La guerra civil ha vuelto a Estados Unidos en un futuro inconcreto y se enfrentan el gobierno federal y varios movimientos secesionistas. El presidente hace un discurso televisado para intentar que se mantenga la calma en un país en medio del caos y dominado por la violencia y cuatro periodistas que están en varios grados de ensuciamiento vital, moviéndose entre la ingenuidad, el cinismo y la lucidez, viajan en dirección a la Casa Blanca. Los bandos no tienen etiqueta, pero hay ganas de venganza, racismo, miedo a perder la identidad, sangre y armas, muchas armas. La película Civil war genera inquietud por la verosimilitud de la situación de una realidad polarizada donde la violencia política no es extraña. Hay sobradas muestras históricas de la lucha por los derechos civiles y de violencia en los años 50, 60 y 70.
Estados Unidos, uno de los países más diversos del mundo, ha construido su identidad en el exterior y en el interior con la fuerza (el poder militar o hard power) y un sueño (el soft power de Hollywood) hecho de valores de superación, aspiracionales e inspiradores. Hoy, la imagen que de América tienen los estadounidenses se ha ido deteriorando con el malestar de la globalización, los cambios tecnológicos, las epidemias –se llamen covid o fentanilo– y una desigualdad creciente que se va comiendo las expectativas de la clase media. Un bienestar de los trabajadores más o menos calificados que ven cómo sus expectativas de confort y la confianza en el futuro se van desvaneciendo.
El sueño americano ha saltado por los aires y el nuevo punto de inflexión de la violencia política estadounidense ha sido un nuevo atentado contra un candidato a la presidencia. En Estados Unidos hoy existen inmensas minorías dispuestas a mantener o expulsar a Donald Trump utilizando la violencia.
Según un estudio de los politólogos del Chicago Project on Security and Threats, publicado antes del atentado, alrededor del 10% de los adultos estadounidenses, el equivalente a 26 millones de personas, apoyan el uso de la fuerza para impedir que Donald Trump llegue a la presidencia de EE.UU. El 7%, otros 18 millones, apoyan el uso de la fuerza para restaurar a Donald Trump en la presidencia. Por tanto, 44 millones de estadounidenses hoy admiten el uso de la violencia para poner o sacar a un candidato. La línea entre lo implícito y lo explícito es cada día más fina y más fácil de traspasar en un entorno donde el acceso a las armas es bastante fácil.
Violencia y polarización
Periódicamente, cuando un tirador ataca al presidente de EEUU –se llame Lincoln, Roosevelt, Truman, Kennedy, Reagan o Trump–, se produce un episodio de trauma colectivo. El efecto de la violencia provoca un alineamiento casi espiritual con el comandante jefe. Trump tiene hoy un aura de invencibilidad difícil de contrarrestar por los demócratas, incluso sustituyendo a Joe Biden, que se va dirigiendo lentamente hacia la puerta de la Casa Blanca, pero que deja muy poco tiempo a su partido para construir un proyecto alternativo.
Los años de liderazgo de Trump han dejado un Partido Republicano tradicional desbastado y hecho a su medida. Han puesto fin al partido clásico y lo han llenado de trumpismo con la elección de su nuera como copresidenta del partido y la familia jugando un papel determinante en la elección del candidato a vicepresidente, el senador JD Vance, un converso al trumpismo. Vance le da una pátina interesante y con recorrido de hombre hecho a sí mismo, como explica en su libro Hillbilly Elegy o cómo un joven de una familia rota de Ohio llega a graduarse en derecho en Yale.
Un puño que contiene la rabia
La reacción de Trump, con el puño en alto y llamando a la lucha, lo catapulta a la victoria y no es solo por una cuestión superficial, una imagen ya icónica que pasará a la historia. El puño y el grito de "Fight!" contienen toda la rabia de los desheredados. Pero, además, Trump centra su discurso en los temas que dan miedo a la mayoría de la población: la frontera, la inflación y China. Algunas ciudades industriales de Estados Unidos son hoy carcasas fantasmagóricas, los precios convierten a los pobres en paupérrimos y a la clase media en casi pobre, y el miedo a la disolución identitaria se atiza con facilidad apelando a la inmigración. Fuera, el enemigo chino significa la conquista económica y la humillación del orgullo estadounidense.
El atentado contra Trump es fruto de una sociedad no solo polarizada, sino también armada. Estados Unidos ha evitado el asesinato del candidato presidencial favorito porque el asesino, de 20 años, erró el disparo por pocos centímetros. El país y el mundo pueden no ser tan afortunados la próxima vez. Cuando un chico de 19 años mató en Sarajevo al archiduque Francisco Fernando, nadie contaba con que el mundo entraría en guerra.