125 euros por tirar una colilla al suelo

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París prohibirá fumar en los parques y jardines públicos

Me encuentro, por cuestiones que no vienen al caso, visitando una importante ciudad extranjera oriental. Es siempre interesante contrastar culturas y, especialmente, cómo se organiza una sociedad en la vida civil. Mi faceta de economista no puede evitar someterlas a juicio.

Voy paseando por una avenida. De pronto, una persona que camina delante de mí, y que va fumando, se desvía hasta un gran cenicero y deposita ahí la colilla. Compruebo las aceras y me percato de que no hay ni una sola colilla en el suelo. Ni un papel. Me acerco a la persona y, sin tapujos, la abordo: “Disculpe, he visto cómo depositaba su colilla en el cenicero. En mi país, muchas personas la habrían tirado al suelo.” Me responde: “Está prohibido tirar cosas al suelo”. Sin más.

Llego al hotel y pregunto a la recepcionista, una mujer resuelta y alegre, si existe sanción por tirar una colilla en la calle. Me responde: “Sí, son 125 euros. Y si tira algo desde el coche, son 250 euros”.

Bien, arranco el debate. ¿Les parece bien o les parece mal?

Daré mi opinión. A mí me parece muy bien. Creo que es la forma adecuada de proceder. ¿Es una sanción desmedida? Sí. Sin duda. Pero logra su objetivo. El ser humano funciona mediante recompensas y castigos. La psicología lo llama condicionamiento operante. La multa es un disuasorio y, si queremos que funcione, el disuasorio tiene que ser suficiente.

Si una sociedad decide que con sus normas de civismo todos vamos a adoptar el compromiso de no llenar las calles de basura, tenemos que ser consecuentes. A quien me dijese: “Esa sanción es desproporcionada”, yo le diría: ¿Acaso tienes pensado tirar colillas y papeles a la calle?” Si la respuesta es que no, que no va a hacerlo, ¿por qué le preocupa la sanción? Y, si tiene pensado comportarse así y por tal motivo solicita una sanción menor, ¿no está entonces tomándonos el pelo? La persona desea laxitud, que se haga la vista gorda o que no se la multe porque no piensa respetar la norma.

La laxitud normativa es un autoengaño social.

Por cierto, en esta ciudad no hay basureros barriendo ni recogiendo cosas de la calle. El ahorro en impuestos que suponen las calles limpias permite una tasa de impuestos mucho menor.

No me gustan los castigos ni las multas. Pero hasta que el civismo y la educación las hagan innecesarias, a veces no hay más remedio. 

Fernando Trias de Bes es escritor y economista
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