¿La IA nos hará más prósperos?

Un procesador informático avanzado.
15/09/2024
4 min

Ahora que se ralentiza el crecimiento económico mundial, muchos tienen la esperanza de que la innovación tecnológica sea una posible solución. Por ejemplo, el último World Economic Outlook del Fondo Monetario Internacional destaca el potencial de la inteligencia artificial para fomentar la productividad y el PIB. Pero el informe también advierte que, dada la incertidumbre sobre el alcance que tendrá el impacto de la IA, estas previsiones deben tomarse con una buena dosis de precaución. Aunque la IA podría abrir la puerta a una era de prosperidad, esta posibilidad depende de la evolución de estas tecnologías emergentes.

La actual ola de tecnooptimismo, así como la preocupación por las eventuales repercusiones de las tecnologías emergentes en los mercados laborales, pueden atribuirse a la idea de que la IA es lo que los economistas denominan una “tecnología de uso general” . Las innovaciones de este tipo penetran en toda la economía en vez de limitarse a un solo sector.

Las tecnologías de uso general se pueden dividir en dos grandes categorías: las que revolucionaron la energía, como la máquina de vapor y la electricidad, y las que transformaron la comunicación, como la imprenta y el teléfono. Aunque estas innovaciones suelen tardar años, incluso décadas, en desplegar todo su potencial, pueden propiciar un aumento de la productividad y un rápido crecimiento económico.

El mundo está ahora en medio de dos revoluciones tecnológicas: la transición a una economía limpia cero (en la que los gases de efecto invernadero procedentes de las actividades humanas están en equilibrio con las emisiones que se eliminan de la atmósfera), por un lado, y el rápido crecimiento de la IA y otras tecnologías digitales, por otro. En conjunto, estas revoluciones están a punto de remodelar nuestras economías y cambiar nuestra forma de trabajar, los bienes y servicios que producimos y consumimos, y la estructura y dinámica de los mercados financieros. Pero la pregunta sigue siendo la misma: ¿se traducirán estos cambios radicales en un crecimiento económico más rápido?

La historia nos ofrece unos datos valiosos sobre cómo se podrían desplegar estas transformaciones. Una conclusión fundamental es que, aunque los avances tecnológicos suelen parecer graduales y superficiales mientras los vivimos, a largo plazo sus efectos pueden ser profundos y de gran alcance. Nos resulta sorprendentemente difícil cuantificar la contribución de la energía de vapor y los ferrocarriles al crecimiento del PIB en los siglos XVIII y XIX, pero de este período se llama la Revolución Industrial por un buen motivo. Estos cambios, reflejados de forma memorable por novelistas como Charles Dickens y Émile Zola, afectaron a todas las facetas de la vida cotidiana de la gente, tanto en el entorno laboral como en casa.

Además, los avances tecnológicos no siempre conllevan mejoras inmediatas en la calidad de vida y pueden provocar terribles convulsiones. Un buen ejemplo de ello es la invención de la imprenta de tipos móviles por Johannes Gutenberg a mediados del siglo XV. Al permitir traducir la Biblia a las lenguas locales y poner ejemplares asequibles a disposición de la gente corriente, allanó el camino para cambios sociales y culturales trascendentales.

La consiguiente desaparición del control eclesiástico sobre los textos religiosos alimentó el auge del protestantismo, lo que, a su vez, desembocó en una serie de brutales guerras religiosas. Como es sabido, Max Weber afirma que la ética protestante del trabajo es el fundamento del capitalismo. Aunque muchos estudiosos han cuestionado esta teoría, no cabe duda de que la imprenta y la proliferación de libros a un precio asequible hicieron crecer a los índices de alfabetización y sentaron las bases para la Ilustración.

La imprenta también tuvo un papel fundamental a la hora de preparar el terreno para la Revolución Industrial, porque desató una ola sin precedentes de cultura experimental, al tiempo que fomentaba el espíritu de investigación científica. Si bien a los economistas les cueste establecer una relación causal directa entre la imprenta y el crecimiento económico, es evidente que, si no la hubieran inventado, no existiría el mundo tal y como hoy lo conocemos.

Todo ello hace pensar que deberíamos moderar nuestras expectativas sobre el impacto económico de la IA, al menos en un futuro previsible. Aunque la propia industria de la IA esté preparada para empezar a crecer rápidamente, existen pocos motivos para pensar que haría crecer el PIB a corto o medio plazo.

Además, las turbulencias sociales y políticas causadas por la revolución de la IA podrían llegar a eclipsar el impacto directo que tendría en la economía. Es cierto que los economistas ya han explorado los posibles efectos de la IA en el mercado laboral, y los politólogos han analizado el poder desestabilizador de la desinformación y de los deep fakes o hipertrucajes propagados por los grandes modelos de lenguaje, pero las tecnologías de la información y la comunicación también son capaces de afectar a las normas e instituciones de una manera sutil pero significativa.

Piense, por ejemplo, en el desarrollo de la red ferroviaria, que facilitó el transporte de personas y mercancías, acelerando así el crecimiento de ciudades densamente pobladas y con una economía próspera. Y la llegada de la televisión redefinió también las aspiraciones de los consumidores y cuestionó las normas establecidas sobre la participación de las mujeres en el mercado laboral.

Sin duda, estos cambios son de natural imprevisibles. Pero por eso mismo debemos reflexionar detenidamente sobre el tipo de sociedad que queremos crear y qué uso debemos hacer de la tecnología para conseguir hacerla realidad. Todas las tecnologías de uso general, como la electricidad y las redes de alcantarillado, han estado determinadas por el debate político y social. Si bien no podemos revertir ni frenar el desarrollo de la IA, los dirigentes y responsables políticos deben tomar medidas para que estas potentes tecnologías estén al servicio del bien común, tanto si promueven un crecimiento económico visible como si no.

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