Trump hace grande a China

China se consolida como la gran ganadora de la hiperactividad caótica de Donald Trump. Mientras el presidente de Estados Unidos acapara a los titulares de una reconfiguración comercial y política global acelerada por las amenazas arancelarias y la erosión de alianzas tradicionales, el régimen de Xi Jinping se ofrece como garantía de estabilidad para una recomposición alternativa de los equilibrios mundiales.

Un nuevo orden se despliega desde la obsesión y la necesidad de superar las dependencias con Estados Unidos y la concepción de unas relaciones internacionales construidas a medida del poder estadounidense de la segunda mitad del siglo XX.

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La cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghai, celebrada en Tianjin, una ciudad portuaria cercana a la capital china, ha sido el escenario perfecto para recordar que el mundo no gira solo en torno a Trump. Xi Jinping ha reunido a Vladímir Putin; Narendra Modi; el presidente iraní, Masoud Pezeshkian, en pleno pulso nuclear con Occidente; el dictador norcoreano, Kim Jong-un, y el bielorruso, Aleksandr Lukashenko. Es la fotografía de un desafío. Pero, también, de una realidad: la potencia económica, demográfica y geopolítica que se articula en torno a la alternativa china.

A principios del 2021, Xi Jinping describió a Estados Unidos como "la principal amenaza" para el desarrollo y la seguridad de China. Desde entonces, el régimen chino se concentró en reducir su vulnerabilidad al poder estadounidense y aumentar su propia capacidad de maniobra. Pero el regreso de Trump y su política de coerción económica a la Casa Blanca, y la demolición definitiva de la credibilidad moral que le quedaba a Occidente con el aval en el genocidio de Israel en Gaza, han reforzado aún más la posición global de China.

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Los aranceles prohibitivos del 50% impuestos por Donald Trump a la India han sido el empuje final que ha lanzado a Narendra Modi a los brazos de Pekín.

Hace solo cinco años las relaciones bilaterales entre China e India pasaban por la peor crisis de su historia reciente: combates fronterizos en el valle de Galwan, en el Himalaya, y limitaciones a las inversiones chinas en territorio indio. Sin embargo, desde entonces la normalización de las relaciones entre los dos países se ha ido construyendo sobre la base de este "plurilateralismo" que está reconfigurando las relaciones en el Sur Global.

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En 2020, el ministro de Asuntos Exteriores indio, S. Jaishankar, escribía en su libro The India way: strategies for an uncertain world: "Este es el momento de comprometernos con Estados Unidos, gestionar a China, cultivar a Europa, tranquilizar a Rusia, incorporar a Japón en el juego y atraer a nuevos aliados para ampliar la vecindad más allá de los apoyos tradicionales". Durante más de una década, India se ha presentado como un nodo clave en un nuevo orden multipolar: un pie en Washington, otro en Moscú y una mirada cautelosa a Pekín. Pero la coerción económica de Trump se ha vivido como una traición en Nueva Delhi y esto reforzará aún más la potencia de China, que en el 2024 ya se convirtió en el primer socio comercial de la India, superando a Estados Unidos. Por eso, más que una normalización de sus relaciones con China, hay expertos que consideran que el país ha caído en una resignación ante el poder imparable de Pekín.

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Y es en este marco que Xi Jinping despliega, esta semana, su demostración de fuerza: de la influencia geopolítica exhibida en la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghai al gran desfile militar que mañana marcará el 80 aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial y de la capitulación japonesa. Por la avenida de la Paz Eterna de Pekín, que atraviesa la plaza de Tiananmen, Xi hará exhibición del poder que le otorga ser el segundo país del mundo con mayor gasto armamentístico, después de Estados Unidos. Flanqueado por Putin y los líderes de Corea del Norte, Irán y Myanmar, además de una muchedumbre de representantes de otros países del Sur Global, el evento, milimétricamente coreografiado, será un despliegue de aviones de combate, sistemas de defensa antimisiles y armas hipersónicas, resultado de una larga campaña de modernización del Ejército Popular de Liberación Chino, purgado a fondo después de varios escándalos de corrupción. Además, Pekín ha puesto en marcha un plan a veinticinco años para reforzar su presencia en el espacio, que incluye desplegar casi treinta mil satélites con el objetivo de convertir a China en el líder mundial de la ciencia y la tecnología espaciales antes del año 2049.

El domingo Xi presentaba a China, ante sus invitados, como "una fuente de estabilidad y certeza". La alternativa a un Donald Trump que ha abrazado la doctrina de la imprevisibilidad como arma de distracción y sometimiento. Un Trump que con la promesa de hacer a América grande otra vez ha reforzado, aún más, la capacidad de influencia global de China.