Trump, Putin y el retorno de la amenaza nuclear
La semana pasada, un año después de su regreso al poder, Donald Trump anunció que había ordenado al departamento de Guerra de Estados Unidos que retomara de inmediato los ensayos con armamento nuclear. En cuestión de meses, el inquilino de la Casa Blanca ha ido desplegando la letra pequeña del manual ultraconservador que la Heritage Foundation diseñó, en 2023, para remodelar el gobierno de Estados Unidos. Las más de 900 páginas del llamado Proyecto 2025 preveían ya el despido de miles de funcionarios, la ampliación del poder presidencial y el desmantelamiento del departamento de Educación y otras agencias federales. Pero también abogaban por la reanudación de las pruebas nucleares en el desierto de Nevada. Aunque detonar una bomba nuclear subterránea violaría el Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares (CTBT, por sus siglas en inglés), que Estados Unidos firmó en 1996, Trump ha vuelto a sacar del cajón la amenaza nuclear en medio de un gran plan de modernización del arsenal acumulado.
Además, en pleno cierre del gobierno federal, la administración republicana lograba también desbloquear la semana pasada 80.000 millones de dólares para el grupo Westinghouse Electric Company para la construcción de nuevos reactores nucleares para 2030. Ante la voracidad energética de la inteligencia artificial, los gigantes tecnológicos se están convirtiendo en activos defensores de la nuclear, y empresas como Microsoft, Amazon y Oracle han anunciado que quieren conectar sus centros de datos a los reactores. De hecho, Microsoft está ayudando a reactivar la planta nuclear Three Mile Island, en Pensilvania, que cerró en 2019, mientras que Google (propiedad de Alphabet) y Amazon están invirtiendo en tecnología nuclear de próxima generación.
Este impulso a la producción de energía nuclear, que puede romper récords mundiales este 2025, se ha mezclado en la agenda trumpista con una escalada retórica. Según el SIPRI, el Instituto Internacional de Estudios por la Paz de Estocolmo, Rusia tiene hoy 5.459 cabezas nucleares, seguida de Estados Unidos con 5.177 y China en un distante tercer puesto con 600. Por eso, el mensaje de Trump –publicado poco antes de reunirse con Xi Jinping y después de de haber probado con éxito un dron submarino de propulsión nuclear con capacidad para crear un tsunami que podría arrasar ciudades enteras– alimentaba el retorno de la amenaza de la destrucción mutua en plena incertidumbre sobre qué instrumentos nos quedan para detener este proceso de rearme.
El 4 de febrero de 2026 se acaba la prórroga que mantiene vigente el Tratado de Reducción de Armas Estratégicas, conocido como Nuevo START, el último acuerdo de armas nucleares que quedaba entre Rusia y Estados Unidos, que Putin ya abandonó en el año 2023. El director general del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA), Rafael Grossi, advertía hace apenas unos días de que el mundo podría pasar de 9 a "25 o 30" países con armamento nuclear si se debilita aún más el régimen internacional de no proliferación.
En paralelo a la retórica de la confrontación que gastan Washington y Moscú, también los dos estados nucleares europeos –Francia y Reino Unido– están inmersos en su propio proceso de modernización del armamento atómico. Desde 2021, el gobierno británico ha ido ampliando su arsenal de cabezas nucleares y, como miembro del acuerdo trilateral del AUKUS, junto a Estados Unidos y Australia, está formando a cientos de oficiales australianos en la gestión de reactores para preparar a Canberra para su futura adquisición de submarinos propulsados con energía nuclear. También Francia está desarrollando su propio diseño de submarino "de última generación" para garantizar "la disuasión nuclear en el mar".
Casi tres décadas después del tratado que puso fin a las pruebas nucleares y restringía la capacidad de los arsenales atómicos, la amenaza vuelve a la agenda. En un momento de crisis de la gobernanza internacional y de rearme generalizado, las palabras de Trump, incluso si no pasan de la sobreactuación verbal, alimentan el riesgo de una nueva carrera para reforzar los arsenales nucleares.