Una calle del centro histórico de Palma Llena de turistas.
20/08/2025
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Empresarios de restauración y hostelería de Mallorca despiden a trabajadores en plena temporada turística. Intentan justificarlo con el argumento de que este año hay menos turistas, algo que no se puede creer nadie porque los datos de Ibestat y del INE dejan claro que el verano de 2025 sigue la misma línea que el de 2024; es decir, se pulverizan todos los récords turísticos. De hecho, este año, justamente, el gasto crece aún más que el número de turistas. En concreto, y solo en Mallorca, entre enero y junio llegaron a la isla casi seis millones de turistas (un 3,7% más que el año pasado), que han hecho un gasto de 6.712 millones de euros, una cifra que representa un aumento del 6,7% respecto al año anterior.

Los restauradores mallorquines, sin embargo, no dejan que la realidad les estropee las excusas. Hace unas semanas decían que los turistas sí venían pero consumían menos ("piden un bocadillo y se lo comen entre cinco", se lamentaban). Ahora dicen que sí vienen pero hacen menos pernoctaciones ("si antes se quedaban diez días, ahora se quedan tres", afirman), o directamente que no vienen, aunque los institutos oficiales de estadística, y la propia Aena, los desmientan. No importa. Al fin y al cabo, cuando seguramente no saben qué otra excusa poner para dejar a los trabajadores en la calle, declaran que los turistas, esta especie protegida, no vienen este año a Mallorca (o no consumen, o no pernoctan) como "antes" (este "antes" siempre queda dentro de la inconcreción) por culpa de la turismofobia. Aquí llegamos al núcleo de la cuestión.

La supuesta turismofobia que denuncian ciertos restauradores y hoteleros, y contra la que mantienen un combate singular que incluye incluso vistosas campañas publicitarias, no pasa de consistir en unas pocas pintadas y en alguna acción simbólica de Arran o de algún otro grupo anticapitalista. Cosas muy pequeñitas comparadas con la potencia arrolladora de una industria turística acostumbrada a hacer exactamente lo que quiere con la costa, la montaña, la ciudad y los espacios públicos, explotando en beneficio propio lo que es bien común, espacio vital cuidado y mantenido con el dinero de los contribuyentes. La realidad es que los ciudadanos de Mallorca, como los de Barcelona y de tantos otros lugares, se han acostumbrado a convivir con una exagerada turistificación de los lugares donde viven y trabajan, sin que los beneficios generados por esta actividad reviertan nunca en ellos.

Los empresarios turísticos tienen muchos más motivos para expresar agradecimiento a la ciudadanía que para acusarla de fobias que no existen, y que si acaso son formas legítimas de protesta contra un modelo turístico acelerado y depredador, capaz de dejar en la calle a los trabajadores en medio de la temporada turística. Tal vez el problema no sean los ciudadanos, ni tampoco los turistas, ni mucho menos los trabajadores. Quizá tenga más que ver con la cantidad de oportunistas que llegan a Mallorca, ávidos de dinero fácil, presentándose como empresarios de la restauración o la hostelería sin merecer ese nombre.

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