TV3 y la enésima muerte de la cultura
Hay que hacer memoria. Hace más de 25 años que Bibiana Ballbè corre por la televisión pública catalana; lo ha hecho como presentadora, en programas como Silenci? y Bestiari il·lustrat, y como directora y presentadora, en Caràcter. También participó en la primera temporada de Ànima y, últimamente, a través de su empresa, The Creative, ha impulsado programas en TV3 como Dopamina. Ballbè, pese a la animadversión que ha provocado en el sector cultural y las polémicas que ha encarnado, nunca ha desaparecido de nuestros presupuestos públicos. En 2013 quiso inaugurar su época de comisaria del Arts Santa Mònica con una fiesta a la que invitó a cien artistas, muchos de los cuales renunciaron a estar allí. El acto no llegó a celebrarse porque el departamento de Cultura lo detuvo, pero Ballbè nunca ha bajado del burro de las tendencias y de una cierta exitosa venta ambulante de humo que clama que el futuro de la cultura es una pasarela. Todo esto hasta llegar a Bestial, el programa que TV3 estrenó el domingo y que ha recibido un alud de críticas en la red. El problema no es el personaje, que no engaña al público –es lo que es–, sino los políticos y personas influyentes de nuestros medios de comunicación que la pusieron al frente de aquel proyecto en su momento, y aquellos que ahora le han dado voz y voto para certificar la enésima muerte de la cultura en prime time en nuestros medios públicos. El linchamiento personalista que se ha hecho a través de las redes sociales a Ballbè no ayuda a comprender el quid de la cuestión. En 2013 Joan Minguet Batllori hablaba de ella como síntoma de una cierta banalización de la cultura. Más de diez años después de este artículo, podríamos decir que el debate ya no está en la banalización de la cultura, sino en su secuestro, en su desaparición mediática.
Vamos a la historia de las infraestructuras. Con la llegada de las televisiones autonómicas en la década de los ochenta, los programas culturales hacían lucir unas parrillas con toda una vida por delante. El modelo de TV3 era el británico, donde la cultura y los "nuevos formatos" tenían mucho peso. En 2010, la liberalización de la TDT, junto con la crisis económica, aceleró un proceso de multiplicación de los canales y de repentina contracción o fusión. No había suficiente publicidad para todos, la cosa se tenía que volver a regular, y el tijeretazo acabó, como siempre, en la cultura. En 2023 se produjo un cambio aún más substancial: la CCMA incorporó la marca 3Cat. Algunos de los programas culturales se han gestionado a través de La Crida, concursos públicos en los que, a menudo, han ganado las productoras de siempre –la endogamia del negocio también ha afectado a la salud cultural– y las que aparecen de nuevo lo hacen de paso con formatos que nacen empapados de todos los tics de los contenidos que circulan por las redes sociales: clickbait, personajes célebres, exultación visual y verbal, neolenguas y empobrecimiento del catalán... Las instituciones públicas siempre van tarde, porque son estructuras muy pesadas, pero en una época de aceleración informativa más vale entender que "ir tarde" puede ser una oportunidad para hacer las cosas con cabeza, alejándose de la ansiedad del éxito inmediato o del populismo. Cuando TV3 "plataformiza" sus contenidos, las plataformas sociales son ya otra cosa, dejan de ser el escaparate de las tendencias culturales y se convierten en espacios de guerras económico-políticas, monopolios empresariales y espacios de gestión algorítmica de los contenidos, es decir, clickbait, economía financiera y neuromarketing. Intentar imitar esto no solo es imposible por una cuestión de desproporción económica respecto al sector privado, sino también reprobable en términos deontológicos y de servicio público.
En televisión, los formatos y las personas son clave. Hay personas que pueden deshacer los corsés de los formatos (Grasset lo hizo con el Més 324 cuando convirtió el infotainment en un programa de libros; Anna Guitart hace de la entrevista un modelo de slow TV y Jordi Lara, de literatura de aventuras; Anna Pérez Pagès en Betevé transformó un magacín en un programa de interés cultural, y Xesco Reverter transforma la noticia en ensayo político), pero son una excepción. Los profesionales de la cultura han sido sustituidos por influencers que hablan de todo de la misma manera, que intercambian el conocimiento por la apariencia y el argumento por el estilo. Los formatos culturales, por otra parte, se han reducido al infoentretenimiento o a las cápsulas de edutainment en un portal digital de difícil organización que toma la estructura delscroll infinito y donde la categoría cultura está junto a la de divulgación, sinónimo de la habitación de los trastos. La homogeneización de los formatos de TV3 se ha avivado, también, por la eliminación del histórico Departamento de Nuevos Formatos Televisivos, una pérdida silenciada.
La digitalización de la televisión pública catalana habría sido una oportunidad única para hacer contenidos de calidad –que también pueden ser muy entretenidos– que permanezcan en el tiempo, para volver a los programas culturales, entrar en las aulas, ayudar a ser ciudadanos de democracias complejas, poner sobre la mesa ingredientes –formatos, voces, contenidos– inesperados. Pero en vez de eso se ha optado por el copiado suicida del modelo de las plataformas, por la tautología (la circularidad fúnebre de personajes según el hype o la fama) y por la cultura del casting (una cara del "paraíso digital" vale más que mil carreras). Se ha escogido la alienación bestial, los formatos de hiperexcitación colectiva, en los que el influencer encarna una lógica aspiracional basada en la cosmética, el narcisismo de clase y las lentejuelas –eso es lo que dejaremos a los jóvenes–. Hemos pasado de la política a la polémica, del Bestiari il·lustrat a la ilustración de bestias de temporada recicladas –el eterno retorno de los mismos fantasmas–, que lo único que demuestran es que, como decía aquél, un desastre nunca se improvisa.