Ni vender las casas ni ir de alquiler
Reparamos una noticia de hace pocos días, de David Marquès en el ARA Baleares: “Menorca se queda sin pisos de alquiler” es el titular. La noticia explica que el mercado desbocado del alquiler turístico, unido a la falta de nuevas promociones, hace que muchos menorquines no encuentren viviendas por alquilar durante todo el año. El ejemplo que se menciona es contundente: un menorquín o una menorquina que se separe, lo más probable es que tenga que volver a vivir en casa de sus padres porque no encontrará un piso ni una casa para alquilar. También leemos que, en el momento de escribir la noticia, el portal Idealista, de referencia en el mercado, tan sólo tenía trece pisos para alquilar durante todo el año en Menorca. De ellos, cinco estaban en Mahón y ninguno bajaba de los 1.100 euros al mes. En Ciutadella tan sólo había uno y “solo” pedían 650 euros al mes, pero era un estudio de 45 metros cuadrados.
El problema para encontrar un sitio para vivir en Baleares se está convirtiendo en permanente y estructural, es decir, monstruoso. De Ibiza hace tiempo que llegan noticias de profesores y funcionarios que duermen dentro de los coches o que van y vuelven cada día de Mallorca a Ibiza en avión, porque incluso esta solución descabellada les sale más a cuenta, económicamente, que el precio de un alquiler. De Menorca nos llega ahora que sencillamente no hay alquiler por pagar ni por buscar, y tanto en un caso como en el otro la compra es una ocurrencia inalcanzable para una amplia mayoría de la población. En cuanto a Mallorca, según el propio portal Idealista, el precio medio del metro cuadrado en junio era de 4.272 euros en Palma. La llegada constante de población a Baleares (funcionarios, inmigrantes, expados, turistas y jubilados de otros países que deciden establecerse, y también casos como el ya mencionado de las separaciones) hace que la demanda se sitúe muy por encima de la oferta. Naturalmente, esto genera especulación, mercado negro y oferta ilegal, de modo que el problema no hace sino ramificarse capilarmente dentro de la sociedad a través de las economías domésticas. Dicho de otro modo, todo el mundo quiere sacar lo posible del pastel y la avaricia disfrazada de libre mercado queda muy por encima del derecho (humano e incluso constitucional) de las personas a una vivienda digna.
Obviamente, el problema no se limita a Baleares y no tiene un diagnóstico ni un tratamiento sencillos, porque es el fruto de décadas de persistir en una serie de prácticas que han llevado hasta aquí. El mismo tipo de prácticas, por ejemplo, que defiende el alcalde Collboni cuando convierte a Barcelona en un decorado para la Fórmula 1 o para las regatas de la Copa América, o las que en el fondo propugna el presidente Isla cuando defiende ideas como la ampliación del aeropuerto de El Prat y el macrocomplejo turístico del Hard Rock. No es atracción de inversiones extranjeras: es vender las casas para después no tenerlas ni para ir de alquiler. Hay quien lo llama turbocapitalismo y el nombre es acertado para designar un modelo que acelera uniformemente a ninguna parte.