Una vez había un grupo que siempre quedaba por hacer paellas

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Una sartén con amigos

Era una pandilla hecha medio por azar. Este amigo trajo a ese otro, y el otro, a la pareja. No se veían mucho, costaba quedar, todo el mundo iba tan ajetreado y tenía tantas otras pandillas... Había alguno sobrevenido, el ex de uno de los amigos, el nuevo novio de la otra... Los hijos se habían hecho grandes y ya sólo venían a veces. Había uno que era lo que siempre convocaba.

Siempre que quedaban, verano e invierno, hacían la misma comida. Una sartén, que preparaba el valenciano. El chat que tenían se decía: “¿Hagamos una sartén?”. Cada vez que se veían, él preguntaba: “¿De qué la queréis?”. Y todo el mundo decía la suya (que tenga pato, que tenga alcachofas...) y si se decidía que de marisco, todo el mundo quería contribuir a pagar, pero el valenciano, que era excelentemente valenciano, se negaba. Entre dos o tres ponían papeles de periódico en el suelo de la terraza, para no manchar, y los dueños de la casa se encargaban del butano y el difusor. El vino lo llevaban entre todos y era bonito ver las botellas dentro de los cubos llenos de hielo, junto a las macetas de flores. Los que querían comer en la valenciana, de la sartén estando, se sentaban en medio de la mesa. Los que podían estar y querían plato, en los extremos. Siempre había aperitivos alegres e intrascendentes, como patatas fritas, aceitunas, un látigo. Todo el mundo explicaba las pequeñas cosas del trabajo, porque allí, quien más quien menos, todo el mundo era artista de una u otra forma. Era extraordinaria y muy reconfortante la curiosidad que todos demostraban -y era sincera- por los demás. Después, si sobraba algo, hacían alcaparras. Lavar la sartén, qué pereza, siempre lo hacían dos o tres, los mismos, con la manguera de regar y el jabón de los platos que se anuncia especialmente para lavar sartenes.

Ninguno de los de la colla podía imaginar que un día, uno de ellos ya no estaría. Lo que convocaba, lo que se sentaba en medio de comer en la valenciana, lo que recogía los papeles, lo que preguntaba a todos los demás qué estaban haciendo, lo que escribía, en sus dietarios, que quedaba con esos amigos por hacer paellas.

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