Dos viajes por Europa

Este fin de semana mi mujer y un servidor hemos hecho dos recorridos por Europa. Como no tenemos coche, ni moto, ni bicicleta, ni nada, vamos a pie a los sitios. El punto de partida es nuestra casa, en la línea divisoria exacta entre Gràcia y Sant Gervasi, en medio de la ciudad de Barcelona. El sábado 1 de junio decidimos viajar a otra ciudad, l'Hospitalet de Llobregat. Las elecciones europeas son dentro de unos días y creo que es adecuado programar la mirada en este sentido preciso –la mirada debe programarse como se programa una lavadora–. Encaro Travessera de Gràcia hasta Diagonal, pasando por donde viví hace 42 años, el Passatge de Marimon, que ha experimentado un cambio urbanístico positivo. Alrededor de la confluencia entre esta pequeña vía y Travessera me he cruzado a veces con dos personas que tienen en común llamarse igual (Ignacio) y militar en partidos de derechas. Uno es Ignacio Martín Blanco, del PP (lo tuve de alumno en la facultad, efímeramente), y el otro es Ignacio Garriga, de Vox (no lo conozco de nada). Hace 42 años esta tipología humana disponía de su sancta sanctorum en Casa Tejada, al lado del Turó Park, que tenía fama de hacer las mejores croquetas de derechas de la ciudad; las croquetas de izquierdas eran las de los bares populares. Cuento todo esto para poner de manifiesto que, a pesar de los previsibles cambios en los comercios, etc., allí todo sigue socialmente donde estaba. En el lugar al que nos dirigimos en este primer viaje, en cambio, las cosas han cambiado muchísimo.

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Antes de cruzar la frontera con l'Hospitalet –no hay ningún trámite administrativo ni es necesario el cambio de divisa– tomamos un café en el bar Eric's, en la Avinguda Sant Ramon Nonat, donde hace 40 años coincidía los sábados por la mañana con el entonces ministro de Sanidad, Ernest Lluch (lo asesinaron a poca distancia de allí). Ahora el establecimiento lo lleva una familia china, amable y eficiente. Al otro lado de la frontera marcada por la Riera Blanca, ya en la ciudad de l'Hospitalet de Llobregat, las mutaciones que han ocurrido en los últimos años son acusadas. La transformación demográfica es llamativa. Hace cuatro décadas, cuando viví en ella, no se veían latinoamericanos. Hoy son claramente mayoritarios en algunas zonas. En todo caso, no percibo la menor tensión, y me alegro mucho. Ahora: si esta es también la percepción de los autóctonos o no ya no lo sé. Veo numerosos carteles electorales que no he localizado en la Barcelona de clase media en la que vivo. El enunciado es rotundo: "Si no es español, no es de izquierda". Impresionante. ¿Una afirmación tan demente como esta tiene un público? En el sitio donde vengo, que es mayoritariamente catalanohablante y con una renta razonable, creo que no. Aquí lo desconozco. ¿Todo esto es Europa? ¡Sí, por supuesto! Es la Europa que ha sido ignorada por cierta izquierda. Hace muchos años, hacia 1990, en un bar en Rosny-sous-Bois, cerca de París, donde los camareros apenas me entendían en francés, tuve una intuición funesta que finalmente se ha hecho realidad: muchos autóctonos han terminado votando a la extrema derecha. En estas elecciones las opciones radicales, agrias y malcaradas se normalizarán, y esto implica a largo plazo un peligro que no podemos ignorar.

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Al día siguiente, el domingo dos de junio, planeamos un segundo viaje por Europa, en este caso en la zona de la Vall d'Hebron (no al hospital). Subimos por Vallcarca y pasamos por delante de la iglesia ortodoxa rusa cerca del puente. Depende del patriarcado de Moscú. El templo está lleno hasta los topes. Las mujeres van cubiertas y cantan maravillosamente: la puerta siempre está abierta y se oyen desde la calle. Europa, Eurasia... Cogemos después la calle Cardedeu, donde a veces hemos visto a Joan Manuel Serrat paseando a un perrito, y vamos subiendo hacia el Passeig de la Vall d'Hebron. El nombre proviene del antiguo monasterio de Sant Jeroni de la Vall d'Hebron, fundado en 1393 cerca del término de Sant Genís dels Agudells, que está detrás mismo del hospital, en la falda de Collserola. Y aquí hay dos datos inesperados que conducen a las mismas raíces de Europa. Resulta que la iglesia de Sant Genís data –atención– del 931 (es anterior, por ejemplo, a Sant Climent de Taüll). En el minúsculo cementerio cercano fue enterrado durante muchos años Manuel Carrasco i Formiguera, fusilado por los sediciosos franquistas en Burgos (por catalanista) después de tener que huir de la FAI (por católico). En cualquier caso, la manera de entender el mundo de Carrasco fue la misma que la de los verdaderos inspiradores de la Unión Europea actual: Robert Schuman, Alcide De Gasperi, Konrad Adenauer, Jean Monnet... Pero la memoria nos falla, y todos estos nombres ya no nos dicen nada.