Una victoria del movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos
La condena al policía Dereck Chauvin por el asesinato de George Floyd es un hecho tan inusual en Estados Unidos que se ha convertido en una victoria del movimiento por los derechos civiles. El mismo presidente del país, Joe Biden, admitió que era un veredicto "demasiado poco frecuente", puesto que antes de este caso ha habido muchos en los que la policía había matado a disparos afroamericanos desarmados y prácticamente nunca había habido una sentencia condenatoria. En muchos casos no se llegaba ni siquiera a celebrar un juicio. Ha hecho falta, pues, que hubiera un vídeo viral de nueve minutos donde se veía cómo Floyd agonizaba con la rodilla de Chauvin aplastándole el cuello y diciendo "I can't breathe" (no puedo respirar) y una oleada de disturbios y manifestaciones por todo el país bajo el lema Black Lives Matter (la vida de los negros importa) para que finalmente un jurado se haya atrevido a condenar a un policía por asesinato. En el caso de Floyd también fue importante el testigo en el juicio del jefe de la policía de Mineápolis, el primer afroamericano en ocupar el cargo, que dejó claro que Chauvin había violado todos los protocolos con su actuación.
Para hacerse una idea del carácter histórico de la sentencia, solo se tiene que tener en cuenta que, según el recuento del criminólogo Philip Stinson, de la Bowling Green State University de Ohio, un caso de una persona muerta a disparos por la policía solo tiene una oportunidad entre 2.000 de acabar con condena. De hecho, desde 2005 solo 140 casos han llegado a juicio, y de estos, solo siete han acabado con un veredicto de culpabilidad. Huelga decir que la mayoría de víctimas eran negras. Por eso este miércoles los Estados Unidos han respirado aliviados con el veredicto del jurado, puesto que una absolución habría provocado una explosión de rabia de la comunidad afroamericana.
El caso Floyd, y también su juicio, han servido para poner de relieve el racismo estructural que anida en muchas instituciones de Estados Unidos, y particularmente en su policía. La esperanza es que este caso sea un punto de inflexión que ponga fin a la impunidad policial, pero no solo, porque esta impunidad solo es posible porque el racismo se extiende por todo el estamento judicial, desde los fiscales hasta los jueces. En 2008 pareció que, con la llegada de Barack Obama en la Casa Blanca, las cosas podían empezar a cambiar de verdad. Pero la realidad es que este problema ha continuado enquistado porque los cambios culturales son, desgraciadamente, mucho más lentos.
Visto desde Europa resulta incomprensible la facilidad con la que los policías norteamericanos disparan a personas desarmadas (se calcula que cada año mueren 1.000 personas en Estados Unidos por disparos de las fuerzas del orden), pero se entiende mejor si sabemos que hasta ahora las condenas eran la excepción de la excepción. Si a partir de ahora se toman las medidas necesarias para que el sistema judicial no ampare esta violencia policial, que castiga especialmente las minorías, es esperable que al menos se haga realidad lo que reclama el lema del movimiento, que solo es que la vida de los negros también es importante.