Vida y muerte tras las rejas
Profundamente conmovida por la muerte de Núria, trabajadora del proyecto más importante para dotar de capacidades formativas a quienes cumplen penas de privación de libertad. Era uno de esos trabajadores públicos que atraviesan las rejas carcelarias sabiendo que, en ese mundo cerrado que el otro mundo quiere olvidar, hay personas que los poderes públicos deben intentar educar y reeducar.
Siempre he admirado este trabajo silento y desconocido. Al tiempo que quiero que los conciudadanos admiren a los trabajadores penitenciarios, también soy consciente de que la mayoría de casos de éxito de reinserción posterior a la condena permanecen anónimos y secretos. Porque hay demasiadas personas que, al igual que desmerecen el trabajo de los trabajadores penitenciarios, tampoco perdonan los delitos cometidos, aunque la persona que haya salido de la cárcel sea muy diferente a la que entró, y quiera rehacer su vida con derecho a la reeducación que proclaman nuestros textos legales.
Pero la teoría no es suficiente, y es necesario que haya miles de personas que trabajen de profesores, psicólogos, criminalistas, vigilantes y otros oficios que, con una vocación admirable intenten convertir a los presos en sus aprendices, en el sentido clásico de la palabra.
Aunque los altos muros de las cárceles han hecho creer que el mundo penitenciario es un mundo diferente al de las personas libres, las cárceles forman parte de este mundo; del único mundo, de lo que tiene cosas buenas y malas, donde los límites del bien y del mal no son todos nítidos ni perceptibles a los ojos de todos los humanos.
Núria era una cocinera-profesora de cocina. Las cocinas de las prisiones son programas de enseñanza de oficios vinculados a la hostelería. El trabajo que realizan es mucho. Pero, ¿qué sabemos? Hablamos a menudo del incremento de delitos violentos, nos sobrecoge la expresión de la violencia extrema, pero nunca pensamos qué ocurre después de que el juez dicte prisión incondicional. Cuando en un juicio se condena a los acusados a muchos años de cárcel, muchos se limitan a respirar aliviados ante la pantalla que nos transmite la información.
Durante unos años, sin que nunca lo hubiera deseado, como consejera de Justicia fui responsable del mundo de las prisiones. Había que dignificar. El plan de equipamientos penitenciarios construyó edificios mejor acondicionados. Algunos de los que nos encontramos eran tan indignos que no se arreglaban con aquél alabarse por el hecho de haber asumido la competencia. Pero el plan quedó sin culminar porque la ciudad de Barcelona nunca ha cumplido con la solidaridad con los municipios que ahora acogen prisiones nuevas. Ningún plan puede servir para incrementar la reinserción si no hay suficientes profesionales de las diversas disciplinas.
Ahora que hay voces que piden que se envíe a chicos de dieciocho años a la cárcel por robar un móvil, hay que preguntarles qué esperan de la cárcel a la que quieren enviarlos. Si lo que esperan es que recuperen los estudios reglados o que aprendan un oficio, deben hacer un gran homenaje a Núria, la cocinera valiente que ha perdido la vida y que conocía a dos de las grandes prisiones de Catalunya y sus internos.
Cuando un preso no responde adecuadamente al ofrecimiento formativo y de reinserción, debe apartárselo del programa. El peligro de los programas de formación y reinserción es que la administración los pueda considerar personal estructural e imprescindible para el funcionamiento del servicio, porque entonces no es fácil apartar a un preso disciplinariamente, lo que podría pervertir esta concepción avanzada, abierta, que defendemos los que defendemos la inserción.
Al igual que defendemos un modelo policial para Cataluña que utilice la mediación en determinados conflictos, también debemos ver las prisiones catalanas como un modelo que no quiere renunciar a la reinserción. Con este objetivo, es necesario que los gobiernos no olviden esta responsabilidad a veces ignota. Al contrario: es necesario que destinen grandes y acertados esfuerzos. Y también necesitamos que la sociedad nos acompañe y que no desfallezca ni en los peores momentos, como estos días, en los que el dolor desgarrador de la muerte de una servidora pública valiente no nos deja respirar.