La violencia obstétrica y la sindemia
Tal como planteaba este diario el pasado domingo 12, hablamos de violencia obstétrica (VO) cuando la relación terapéutica de ginecología o la comunicación -con profesionales o alumnos de la obstetricia, anestesia, pediatría, enfermería, matronería y auxiliares; o de las áreas de información, limpieza, administración, transporte- se caracteriza por ser grosera, ofensiva, paternalista, coercitiva e irónica, ya sea sobre factores como los orígenes étnicos, la organización familiar, los sentimientos expresados o la corporalidad. La VO también puede caracterizarse por una excesiva instrumentalización del proceso del parto debido a una visión esencialmente patológica, y por prácticas quirúrgicas y maniobras que alteran la fisiología del nacimiento y que pueden generar secuelas físicas y psicológicas en la mujer y su bebé. La VO es un problema estructural: por eso hay muchas desigualdades en las experiencias de las mujeres. No es lo mismo parir en una comunidad autónoma que en otra, en un servicio público o en uno privado. Estas diferencias proceden de las diversas culturas médicas y han sido ampliamente estudiadas por las antropólogas Robbie Davis-Floyed y Melissa Cheyney, que observan cómo estas diferencias en la atención al nacimiento revelan los valores fundamentales de una sociedad. Así pues, cuando hablamos de VO no apuntamos el dedo hacia un profesional, sino hacia el sistema, el mundo patriarcal, capitalista y colonial tal como está definido por el pensamiento decolonial. Un mundo que sigue invisibilizando los cuidados y las necesidades de las mujeres gestantes y de las puerperias, pero también de las profesionales.
Ahora bien, me gustaría repensar las maternidades y la VO a través de uno de los conceptos propuestos por las antropólogas Merrill Singer y Barbara Rylko-Bauer: la sindemia, un término utilizado para indicar la interacción sinérgica del covid-19 con más enfermedades u otras condiciones de salud, sociales o ambientales, y con la violencia estructural que proviene de estructuras de desigualdad como el racismo o el sexismo, y que impactan negativamente en la vida. Estas antropólogas observaron que la violencia estructural impulsa la sindemia y que es fundamental para comprenderla. Hoy, pues, la cuestión no es solo estudiar el virus, su mortalidad y la lógica de la propagación, sino mantener un análisis (plural, contextual, sincrónico y diacrónico) capaz de observar que el covid ha llegado en un mundo ya gravemente afectado por las enfermedades crónicas, las crisis económicas, los desastres ambientales, las guerras, la corrupción de los gobiernos, el dominio de las farmacéuticas, la crisis de los sistemas públicos de salud, etc. La sindemia es más profunda debido a las reglas patriarcales, que mayoritariamente afectan a la salud de niñas, mujeres y ancianas, que han intensificado las desigualdades sociales sobre todo por razones de género y que han determinado un incremento de la violencia de género y de la VO en el estado español y en el mundo. En este contexto, se ha observado que, cada vez más pero ya antes del covid, dedicarse a las maternidades ha significado ocuparse de VO. Es decir, de las ausencias, de la crisis de la presencia (que teorizó De Martino) y también del exceso de otras presencias en el proceso de embarazo, parto y crianza.
Las ausencias son múltiples. Solo para citar algunas, van desde la omisión de formación e investigación sanitarias en cuestiones de género hasta la simple imposibilidad de representar, en los recursos audiovisuales-digitales, un parto fisiológico vaginal o una lactancia materna sin ironía o cosificación. Estas ausencias pasan también por los gobiernos, que, en lugar de cuidar y proteger las maternidades y la infancia dándoles la posibilidad de conciliar y elegir, contribuyen a la comercialización y la explotación de los cuerpos reproductivos. Con crisis de la presencia me refiero a todas aquellas situaciones del ámbito sanitario en las que una persona habría tenido que estar acompañada y cuidada por otra de su elección, así como por profesionales amorosas y expertas que, a su vez, tendrían que haber podido disponer del tiempo para atenderla y descansar, para afrontar sus miedos y preocupaciones frente al virus, etc. Finalmente, por presencias entiendo el exceso de abuso y control ejercido sobre nuestros cuerpos por una ciencia sesgada, hecha para el cuerpo masculino.
Hay que decir, para acabar, que las profesionales están desarrollando un espíritu crítico en estas materias. Muchas están luchando contra el universalismo, el paternalismo, el esencialismp y el androcentrismo en la salud. Están llevando a cabo revisiones críticas sobre sus prácticas, formaciones y estudios internos sobre el grado de percepción de la VO en sus servicios, tal como lo han recogido la Sociedad Catalana de Obstetricia y Ginecología (SCOG) y el Consejo de Colegios de Médicos de Catalunya (CCMC). Porque la VO existe y necesita un análisis desde la complejidad.