El 'Washington Post', la pornografía y la oscuridad

La Fachada de las oficinas del 'The Washington Post'.
16/03/2025
Periodista, Profesor de la Facultad de Comunicación y Relaciones Internacionales Blanquerna URL
4 min

Ann Telnaes era una de las dibujantes estrella del Washington Post. Un día de principios de este enero, Telanes, ganadora de un Pulitzer, vio rechazado uno de sus dibujos. En él aparecen un grupo de multimillonarios arrodillados, reverenciando una enorme estatua de Donald Trump, entonces presidente electo. Se ven el fundador de Meta, Mark Zuckerberg; Sam Altman, de OpenAI; Patrick Soon-Shiong, propietario de Los Angeles Times, y el ratón Mickey Mouse, emblema de la Walt Disney. Y también Jeff Bezos, dueño de Amazon y –eso es lo más relevante– del Washington Post mismo. Telnaes sabía que su viñeta incomodaría a los responsables del diario y, probablemente, quería comprobar si la libertad de expresión –de opinión– de la que había gozado desde que en el 2008 se estrenó en las páginas del diario seguía siendo la misma o había mermado. El responsable de las páginas de opinión del diario, David Shipley, le devolvió el dibujo. Y ella respondió dimitiendo y relatando lo sucedido en un texto en la red Substack. Hablaba de "punto de inflexión" y advertía de que lo que está ocurriendo es peligroso.

El Washington Post no es un diario como cualquier otro, en modo alguno. Es el diario que destapó el escándalo Watergate, que acabó provocando la caída del presidente Richard Nixon. El Washington Post es un símbolo para cualquier persona que ame el periodismo. Como lo son los periodistas que investigaron el caso, Bob Woodward y Carl Bernstein; el director de entonces, Ben Bradlee, y la editora, Katharine Graham. En noviembre del 2022 tuve ocasión de asistir a una charla con Woodward, justamente en el hotel Watergate, epicentro del caso que acabó con la carrera de Nixon. Lo pude saludar personalmente. Para mí fue un honor.

Menos de dos meses después de la abrupta salida de Telnaes, Shipley, la persona que había rechazado su dibujo, también dimitía. Jeff Bezos, el propietario del diario, había publicado en X (antes Twitter) el siguiente texto: "Os escribo para informaros de un cambio que se producirá en nuestras páginas de opinión. Escribiremos cada día apoyando y defendiendo dos pilares: las libertades personales y el libre mercado", para concluir: "Los puntos de vista opuestos a estos pilares dejaremos que los publiquen los demás". Elon Musk aplaudió a Bezos pública y obscenamente. El punto de inflexión que había detectado nuestra dibujante –que tiene un estilo limpio y elegantísimo– se hacía patente.

De hecho, los problemas habían comenzado antes, durante la campaña electoral, cuando Bezos impidió que su periódico publicase un editorial de apoyo a la candidata demócrata, Kamala Harris. Que los diarios se pronuncien a favor de uno de los aspirantes es común en Estados Unidos. Aquel veto hizo perder al rotativo un cuarto de millón de suscriptores y algunas de sus firmas más destacadas decidieron irse, como después haría Ann Telnaes. El admirado Washington Post –que había sido el summum de la vigilancia periodística de los excesos de los poderosos– se encuentra actualmente metido en una espiral de decadencia de desenlace imprevisible. Bezos ha dilapidado su buena reputación, y ya se sabe que en el periodismo –como en la vida– la buena reputación se gana a base de mucho tiempo y esfuerzo, pero puede perderse en un instante.

Lo que está pasando con el Washington Post es una consecuencia, una más a pesar de su significado, del momento que viven los Estados Unidos y, por ende, en todas partes. Es un momento peligroso e inverosímil, fruto de la alianza de los hombres más ricos del mundo con el presidente de Estados Unidos, un tipo primario y narcisista totalmente fuera de control. Una especie de acosador, de chulo de patio de escuela, a quien nadie le para los pies. No somos ingenuos: siempre ha habido relación entre el poder político y el poder económico, pero nunca en la historia democrática de Occidente habían hecho explícita de forma tan descarnada su unidad de acción. Su comunión viciosa. La toma de posesión, las imágenes de Musk moviendo la cola frente a los secretarios de estado, el vídeo sobre Gaza, los insultos y la humillación a Zelenski, etcétera: pura pornografía. Pornografía de la peor clase, vomitiva. Si tenemos en cuenta que los nuevos amigos de Trump controlan las redes y algunos importantes medios de comunicación, la situación resulta angustiosa.

En su discurso de despedida, el presidente Joe Biden, un político de la escuela clásica, nos avisó sobre la aberración que se avecinaba, sobre la conjura de los poderosos para imponer sus pulsiones más delirantes sin matices: "La prensa libre se está hundiendo […], las redes sociales están renunciando a la verificación de los hechos, la verdad está siendo ahogada por mentiras que se dicen para obtener poder y ganancias. Debemos exigir a las plataformas sociales que rindan cuentas para proteger a nuestros niños, nuestras familias y nuestra democracia del abuso de poder".

Abuso de poder. Directo y brutal. Palmario y orgulloso. Sin disimulo ni subterfugios. Exhibicionista. Pornográfico. Un tiempo de oscuridad ha empezado.

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