Xi Jinping en París

Dependencias. El pasado verano el gobierno alemán selló el final de su ilusión china. "China ha cambiado y nosotros también tenemos que cambiar nuestra posición respecto a China", admite la nueva estrategia oficial del ejecutivo de Olaf Scholz. No solo Berlín; la Unión Europea ya había calificado, mucho antes, a la China de Xi Jinping de “rival sistémico”. Bruselas tiene una relación complicada con Pekín: dependencias económicas, desconfianza política y, una vez más, divisiones internas entre estados miembros.

Pero también China se ha visto obligada a hacer un gesto. Xi Jinping ha pisado la Unión Europea por primera vez en cinco años para pedir a París "colaboración estratégica".

Las sonrisas diplomáticas en la puerta del Elíseo entre Emmanuel Macron, Ursula von der Leyen y el presidente chino no escondían la tensión. Titulares a favor de una “tregua olímpica” cocinados en un escenario de disimulada guerra comercial.

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La Comisión Europea tiene abiertas varias investigaciones contra China y su política de subvenciones de coches eléctricos, acero, turbinas eólicas, paneles solares o dispositivos médicos, que inundan el mercado europeo en competencia desleal con los productos fabricados en la Unión.

Además, en una UE obsesionada por las influencias extranjeras, que vive su propia cacería de espías, en los últimos meses han sido políticamente delicados con la detención en Alemania de tres personas sospechosas de intentar vender tecnología militar sensible a China y acusaciones contra eurodiputados de la extrema derecha alemana y flamenca por, supuestamente, trabajar de forma encubierta y durante años para China.

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El vértigo electoral ha aumentado la presión sobre unas relaciones que no son ajenas al escenario de competición global en el que la UE intenta no quedar atrapada.

Confrontación. La Unión Europea está en plena construcción de un espacio propio en la confrontación entre China y Estados Unidos. En un mundo que no es binario, pero en el que la guerra tecnológica, económica y de influencia militar y geopolítica entre Washington y Pekín está reconfigurando las alianzas globales, Bruselas ha decidido endurecer también posiciones.

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Desde la irrupción de Donald Trump en la Casa Blanca, la UE quiso considerar a China como una aliada en el multilateralismo, aunque desde visiones muy distintas a lo que debe ser el sistema de gobernanza internacional. Ahora la distancia geopolítica se ha ensanchado y el temor a un retorno de Trump a la presidencia de Estados Unidos aumenta los niveles de incertidumbre.

La Unión Europea es el primer socio comercial tanto de China como de Estados Unidos. Pero este mundo globalizado comienza a mostrar grietas cada vez más profundas. Vuelve la idea de los bloques; de cierta fragmentación en torno a los dos grandes polos globales: Estados Unidos y China. Y, cada vez más, las relaciones comerciales dentro de cada uno de estos bloques van al alza. Un cambio global va imponiéndose por la vía de los hechos. Pero la UE no quiere renunciar a su propio espacio.