BarcelonaLa cara de Isabel Díaz Ayuso demostraba desde el momento en el que ha puesto el pie en los jardines del Palacio de Pedralbes para asistir a la XXVIII Conferencia de Presidentes que se encontraba en una emboscada política planificada hasta el último detalle por los cerebros malignos del sanchismo. De entrada, quien ejercía de anfitrión era Salvador Illa, una persona tan correcta que ni siquiera Ayuso es capaz de buscarle las cosquillas. Sonrisa forzada y mirada perdida en el horizonte de la que se sabía objeto de todas las miradas. Y una foto que seguro que Miguel Ángel Rodríguez hubiera querido evitar.
El apretón con Illa es el prolegómeno de las muchas que vendrán después con una larga lista de enemigos. Una de las cosas que se ve claramente en la cumbre es que Ayuso está bastante sola cuando sale de Madrid. No se ve que tenga una gran relación con ninguno de los barones populares. El veterano Alfonso Fernández Mañueco es el único que le da conversación, mientras el murciano Fernando López Miras enseña fotos a la navarra (y socialista) María Chivite entre grandes carcajadas y el andaluz Juan Manuel Moreno Bonilla charla amigablemente con el lendakari, Imanol Pratales. El ambiente es distendido, y eso hace que la incomodidad de Ayuso todavía destaque más. Esta imagen de normalidad institucional y buenrollismo con los socialistas es lo que la madrileña quiere evitar cueste lo que cueste. Y nadie en su partido parece hacerle caso. Están confraternizando con el enemigo delante de sus narices. Por suerte, ella se encara con la ministra de Sanidad, Mónica García, a la que acusa de haberla tildado de "asesina" por las muertes en las residencias durante el covid. Con esto marca territorio respecto a sus compañeros.
La tensión vuelve a dispararse cuando aparece en escena Pedro Sánchez. El presidente español utiliza hábilmente al rey Felipe VI como escudo protector. El monarca abre paso y él se pone a rueda. El apretón entre Sánchez y Ayuso se produce con una frialdad máxima, calculada y compartida por ambos. Esto es un descanso para Ayuso, que por lo menos puede comprobar de primera mano que la animadversión es mutua y que Sánchez no pretende hacerse el simpático con ella. El contacto físico entre los dos es tan gélido que es como si tuvieran miedo a quedar electrocutados. Por suerte no ocurre nada.
Una entre 17
Ayuso no soporta ser una más entre 17 y, encima, debiendo aceptar que protocolariamente Euskadi y Catalunya ocupan los dos primeros puestos en virtud de la fecha de aprobación de sus respectivos Estatutos. Es un baño de realidad que demuestra que más allá de la M-30 las cosas son un poco distintas. Su manera de mantener su cuota de protagonismo es protagonizando una protesta infantil contra el catalán y el vasco: cuando alguien habla alguna de estas lenguas (Rueda solo saluda en gallego, una licencia permitida por la Puerta del Sol) ella abandona la sala. Sin embargo, ningún compañero de partido la secunda, por lo que vuelve a quedar aislada, como una niña malcriada que tiene que sobreactuar en todo momento.
Hoy la celebración de la cumbre misma es oxígeno para Sánchez, que necesita romper el relato alimentado precisamente desde Madrid para dibujar España como una especie de república bananero-bolivariana, justamente la semana que más lo ha parecido con el vergonzoso espectáculo protagonizado por Leire Díez y Víctor de Aldama.
Ella espera poder vengarse el domingo, cuando las masas madrileñas la aclamarán como lo que es: la némesis de Pedro Sánchez, su kriptonita, y no una mera alternativa como el insípido e incoloro Alberto Núñez Feijóo.