Cataluña 2025: ¿dónde estamos?

El soberanismo recupera la agenda clásica del catalanismo mientras Isla busca el "centro" desde la Generalitat

La bandera que se ha izado en el Parlament de Catalunya en un palo de 25 metros
11/09/2025
5 min

BarcelonaSi hace una década, el Once de Septiembre previo a las elecciones llamadas plebiscitarias, hubieran explicado a los líderes del Proceso cómo acabaría la película que apenas empezaban a protagonizar, probablemente habrían pensado dos veces si empezar esa hoja de ruta. Nunca sabremos si, en caso de que la máquina del tiempo les hubiera permitido ver la Catalunya del 2025, habrían tomado las mismas decisiones que marcaron el 16, el 17, el 18, el 19... La realidad del Principado, diez años después, es muy diferente a la que se perfilaba hace una década: del 2015 nada tiene que ver con la composición de la cámara catalana actual. Ahora no hay mayoría soberanista en el Parlament y hace un año del gobierno de Salvador Illa, que ha sacado al PSC de sus horas más bajas para ocupar el poder en las principales instituciones del país, desde el Palau de la Generalitat –por primera vez en solitario– hasta el Ayuntamiento de Barcelona. Lejos queda lo que soltó Gabriel Rufián en Madrid ("en dieciocho meses dejaré mi escaño" para volver a la República Catalana) ahora que Junts y Esquerra tienen la clave de la gobernabilidad en España. Es más: ahora que los dos principales partidos independentistas se han convertido en un nuevo motor de reforma del Estado de mano del PSOE y Sumar. Un marco de juego político que se parece mucho más a los primeros años de pescado al empollo de Jordi Pujol que al intento de reformar el Estatut de Pasqual Maragall y al que vino después.

El regreso a los clásicos

Por este contexto, la jornada de este Once de Septiembre, el día nacional, tiene inevitablemente un tono diferente al de los últimos años: las principales entidades independentistas –ANC, Òmnium y el Consejo de la República– han convocado una manifestación para el estado propio en Barcelona, ​​Girona y Tortosa, pero en un contexto de desmovilización –"el independentismo está en depresión, en una entrevista en el ARA– y en un momento en que el lema ya no es "Vía libre hacia la República Catalana", como en 2015, sino "Más motivos que nunca".

Y es que todo el independentismo, y eso incluye a las entidades civiles, ha devuelto a los clásicos. Tras intentar saltar el muro sin éxito, volvieron a situar en el centro la situación del catalán y los agravios que consideran que tiene el Principado para formar parte del Estado, y denunciaron déficit en infraestructuras, financiación y competencias. Han vuelto a las reivindicaciones tradicionales del catalanismo, algo que también ha acercado una parte del soberanismo –Esquerra– al PSC. Un PSC, por otra parte, que pese a que durante el Proceso se alineó en los momentos de mayor tensión con el PP y Ciutadans, también se ha reubicado en el tablero político.

Lo evidencia el discurso de este miércoles del presidente de la Generalitat, que también ha contado con los ingredientes del catalanismo tradicional: "Fortalecer nuestra cultura y nuestra lengua", ha dicho Illa, que también se ha reafirmado "continuar desplegando plenamente las competencias" que corresponden a Catalunya. Una forma de buscar el "centro" para hacerse fuerte en la Generalitat. De hecho, el tono que predomina ahora en la política catalana dista de la inflamación diaria de Madrid. Se han hecho un hueco en el debate público temas que durante años habían sido relegados: la vivienda, la seguridad y la inmigración aparecen como principales preocupaciones de los catalanes.

La clave del Estado

El ejemplo más ilustrativo de este cambio de agenda por parte del independentismo es su rol en Madrid. Para ser exactos, tanto Junts como Esquerra han ligado los pilares de su discurso político a lo que pase en la legislatura estatal ya las concesiones que les pueda hacer Pedro Sánchez, en constante callejón sin salida por la derecha y la cúpula del poder judicial –el independentismo ha dejado de ser el principal blanco de los poderes del Estado–, pero también por sus hechos Congreso con la reducción de la jornada laboral. Con la amnistía ya aprobada –pero aún pendiente de aplicarse plenamente, sobre todo en lo que se refiere al regreso del expresidente Carles Puigdemont–, el principal campo de batalla de los de Oriol Junqueras es el nuevo modelo de financiación, mientras que Junts ha hecho de la oficialidad del catalán en Europa y las competencias en inmigración las aspiraciones más inmediatas.

De la evolución de estas reivindicaciones –además del regreso de Puigdemont, que será clave para la política española y catalana– dependen los presupuestos del Estado y la viabilidad de Pedro Sánchez en la Moncloa, a pesar de que el jefe del ejecutivo español asegure que seguirá hasta el 2027 tengas cuenta.

La particularidad de este cambio de agenda dentro del soberanismo es que ambos partidos lo han hecho con los mismos liderazgos a la cabeza, ambos renovados en los últimos meses como capitanes de sus organizaciones políticas. Junqueras con una disidencia interna en hibernación –tras ganar una guerra fratricida contra los roviristas– y Carles Puigdemont con un partido bien alineado con su liderazgo pero con bajas sonadas como la del ex conseller Jaume Giró –que ilustran un malestar latente del sector más pragmático del partido. La CUP sí ha renovado liderazgos, pero vive inmersa en un debate sobre su papel.

La extrema derecha

Pero la Cataluña de 2025, que ya supera los 8 millones de habitantes, no sólo es diferente a la de 2015 por el cambio de mayorías en el Parlamento y de agenda a la política, sino también por la irrupción de nuevos actores que, visto el contexto internacional y la realidad demoscópica, van al alza: la consolidación de la extrema derecha español la extrema derecha independentista de Aliança Catalana en el Parlament con dos escaños. Un nacimiento que cambia la correlación de fuerzas en el movimiento independentista. La prueba más palpable del nuevo escenario es la decisión de Silvia Orriols de ir a la manifestación del ANC. Habrá que ver cuál es la reacción de los manifestantes después de que este miércoles haya irrumpido por primera vez sin incidentes en el Fossar de les Moreres; frente a la determinación "personal" de Oriol Junqueras de no asistir.

Aliança Catalana no sólo contamina el discurso del soberanismo con una retórica etnicista –que durante el Proceso sus líderes intentaron reducir a la mínima expresión– y antiinmigración que hasta ahora no había tenido un altavoz en ese espectro ideológico, a diferencia del unionismo, que ya contaba con Vox. La existencia de la fuerza ultra dentro del movimiento también dificulta forjar pactos entre soberanistas. Cuanta más fuerza tenga Sílvia Orriols, más inviable será una mayoría independentista en el Parlament, ya que hasta ahora ni Junts, ni ERC ni la CUP se han mostrado favorables a pactar. Ahora bien, la prueba de fuego en este punto será sobre todo para Junts, como lo fue para el PP en España, que optó por pactar con Vox; o para la CDU en Alemania, que ha elegido aislar la AfD. Con Aliança Catalana haciendo agujero entre su electorado –según las encuestas, los de Junts serían los más perjudicados, aunque también rascaría votantes de ERC y CUP–, las elecciones municipales serán la prueba del algodón para los de Carles Puigdemont. Primero, para medir si siguen siendo fuertes en sus principales feudos; y, segundo, porque tendrán que decidir si llegan a acuerdos o no con Silvia Orriols. Y, en esto, alcaldes, concejales y diputados tienen divergencia de opiniones.

La Catalunya del 2025 es diferente a la de hace una década, pese a que el cóctel que llevó a la revuelta que fue el Proceso –la falta de financiación, el déficit de infraestructuras y la mala salud del catalán– sigue bien presente.

stats