Las cloacas de la Sido

La cruz de Jorge Fernández Díaz

Las grabaciones vuelven a situar al exministro del Interior como la X de la operación Catalunya

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El exministro del Interior Jorge Fernández Díaz.

BarcelonaAhora parece mentira, pero hubo un tiempo en el que Jorge Fernández Díaz y la familia Pujol tenían buena relación. La noche electoral del 20 de noviembre del 2011, cuando el escrutinio ya ofrecía la certeza de una mayoría absoluta del PP, Oriol Pujol fue de los primeros en llamar al teléfono del dirigente popular para felicitarlo con una efusividad y una confianza que sorprendió a los presentes. Aquella acabaría siendo una de las últimas conversaciones cordiales entre ellos. Al cabo de pocas semanas, Fernández Díaz sería nombrado ministro del Interior, y aquella sintonía que venía de lejos –en 1984 el entonces líder de Alianza Popular en el Parlament votó a favor de la investidura de Jordi Pujol en plena crisis de Banca Catalana– quedaría atrás hasta el punto que, tal como han confirmado los audios publicados por El País esta semana, el popular se tenía que convertir en el hombre que azuzaría las cloacas del Estado contra el expresidente de la Generalitat. La X de la operación Catalunya.

No es la primera vez que la publicación de unas conversaciones dejan en mal lugar a Fernández Díaz. Las grabaciones han sido su cruz. Ya en 2016, durante otra campaña de las elecciones generales, la difusión de una reunión entre el ministro del Interior y el entonces director de la Oficina Antifraude de Catalunya, Daniel de Alfonso, evidenciaba las gestiones del dirigente popular para imputar trapos sucios al independentismo. Aquel “esto la Fiscalía te lo afina” acabaría precipitando la retirada de la primera línea política de un Fernández Díaz que hasta entonces se sentía prácticamente invulnerable. 

Durante un tiempo lo pareció. Su ángel de la guarda, que él mismo explicó que se llamaba Marcelo y que lo ayudaba a aparcar, tuvo trabajo para evitar que Fernández Díaz claudicara. Devoto de Santa Teresa de Jesús, de quien llegó a decir que intercedía por España, durante un tiempo pareció un milagro que resistiera en el cargo. La sarta de escándalos da miedo. Los primeros indicios de la operación Catalunya, la muerte de inmigrantes en la playa del Tarajal mientras la policía les disparaba pelotas de goma o la reunión en su despacho ministerial con Rodrigo Rato cuando lo estaban investigando son solo una muestra de un mandato en que también menudearon intervenciones regadas de ultracatolicismo. Supernumerario del Opus Dei, Fernández Díaz –que confesaba haber tenido una aparición divina en 1991 en Las Vegas y que hacía que su equipo le buscara siempre iglesias cerca de los actos para poder ir a misa– representaba el ala más conservadora del PP, y una ojeada a la hemeroteca es suficiente para reencontrar aquella inefable comparación entre el aborto y ETA, o revivir la polémica por haber condecorado la Virgen Maria con la insignia policial más alta.

La fidelidad a Rajoy

Pero no sólo fue cosa de Marcelo que el exministro del Interior se sobrepusiera a todo. También jugó un papel clave su control de los medios más conservadores y el hecho de ser un hombre de la máxima confianza de Mariano Rajoy, de quien era uno de los pocos amigos en el consejo de ministros y con quien había trabajado en los ministerios de Administraciones Públicas, Enseñanza y Presidencia. “Siempre has sido fiel, como mínimo a mí”, le dijo públicamente el expresidente español durante un mitin en Barcelona en 2011. Una fidelidad, sin embargo, que no fue recíproca. Rajoy lo dejó fuera del consejo de ministros una vez ya había salido a la luz la conversación entre Fernández Díaz y De Alfonso. Era el inicio de la decadencia de un Fernández Díaz a quien muchos auguraban un futuro como embajador al Vaticano pero que ha acabado siendo protagonista solo en los tribunales, donde está pendiente de juicio oral por el caso Kitchen y, desde hace unos días, también tiene una causa abierta en Andorra por la operación Catalunya. Su estrategia, a pesar de los audios, continúa siendo la de negarlo todo.

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