Diada

La Diada de la discordia tensa la cuerda del Procés

La división dentro y fuera del Govern acentúa el riesgo de cronificar la desorientación y desmovilización del movimiento

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La fiesta de este año se presenta como un polos interno dentro del independentismo

BarcelonaDiez años después de la manifestación que dio el pistoletazo de salida a la movilización del Procés, el movimiento independentista parece haber seguido trayectoria de v invertida. A su punto álgido del 1-O, cinco años después de aquella primera demostración de fuerza en las calles, lo siguió una etapa de represión y posterior reorientación de partidos y entidades que ahora, cuando ya ha pasado un lustro de los hechos del 2017, afrontan el Once de Septiembre con más división de la última década. La ausencia este domingo del president de la Generalitat, Pere Aragonès, en la manifestación de la ANC –un hecho inédito desde el gobierno de Artur Mas– ilustra el divorcio entre el primer partido independentista y la entidad que ahora preside Dolors Feliu, pero sobre todo evidencia el mal estado de salud del independentismo. La falta de unidad estratégica se ha convertido en norma, con partidarios y detractores de un diálogo con el Estado que ha dado pocos frutos y la incapacidad de definir alternativas compartidas. Y el grado de enfrentamiento entre los actores del movimiento amenaza no solo con hacer implosionar el Govern, sino también con cronificar la desorientación y desmovilización del Procés.

Si la Diada del año pasado, la primera con los presos políticos ya indultados, tenía que marcar el inicio de la reconstrucción de la hoja de ruta independentista, doce meses después todo queda por hacer. Se mantiene el mínimo común denominador en cuanto a los objetivos, la autodeterminación y la amnistía, pero se ha ampliado el desacuerdo sobre cómo conseguirlo y la vía negociadora que Esquerra defiende en solitario continúa, en este sentido, chocando con el veto del gobierno español. Después de tan solo dos reuniones de la mesa de diálogo en el último año, en las cuales no ha participado Junts, los republicanos llegan a la Diada habiendo arrancado al PSOE un compromiso con la desjudicialización –pendiente de concretar este otoño– y la protección del catalán en la escuela, convertido en principal preocupación del movimiento en los últimos meses. La sensación de una cierta tregua en el ámbito represivo, en cambio, contrasta con la montaña de causas que todavía se acumulan en los tribunales, el exilio que todavía dura o el escándalo de espionaje al independentismo del Catalangate, justificado por el Estado y todavía con muchas incógnitas por resolver. Todo ello, mientras líderes del 1-O como Carles Puigdemont, Jordi Sànchez y Jordi Cuixart han dado un paso al lado. Una renovación de liderazgos que, hoy por hoy, no ha servido de revulsivo: la mayoría en el Parlament se ha demostrado inoperativa y en el último barómetro del Centre d'Estudis de Opinió (CEO) el sí a la independencia volvía a tocar fondo (41%). 

Es ante este escenario, aliñado con una tensión al límite entre ERC y JxCat en el Govern, que la Assemblea ha planteado un Once de Septiembre crítico con los partidos y, especialmente, con la vía dialogada de Esquerra. La movilización de este año, que después de dos años será sin mascarillas y teñirá el centro de Barcelona de camisetas negras, quiere rehuir el tono festivo de ediciones anteriores. Se convoca bajo la premisa de que ya "no se puede esperar nada de los partidos" y que "solo el pueblo y la sociedad civil" conseguirán la independencia. La entidad, de hecho, ya se plantea presentar una lista cívica a las próximas elecciones.

En juego la continuidad del ejecutivo

Es una incógnita si en el contexto actual se conseguirá mantener las cifras de asistencia del año pasado (400.000 personas según la organización y 108.000 según la Guardia Urbana) en el acto de la Diada por excelencia, pero el punto de partida ha sido suficiente para que Aragonès –que sí que participará previamente en el acto de Òmnium, inmerso en un juego de equilibrios a ambos lados del independentismo– y la totalidad de los consellers republicanos se ausenten de la cita por primera vez en una década. Tampoco estará el líder de ERC, Oriol Junqueras, que, como el president, ya fue silbado en la marcha de hace un año. La máxima representación de los republicanos, con todo, será la expresidenta del Parlament (y de la ANC), Carme Forcadell.

Mientras Esquerra ve en las tesis de la Assemblea una deriva "excluyente", "populista" o incluso "en contra del independentismo mayoritario", Junts defiende que hay que recoger las críticas en la calle, y la plana mayor del partido, encabezada por Laura Borràs y el vicepresident, Jordi Puigneró, así como los consellers de la formación, asistirá a la manifestación. Se evidenciarán así, una vez más, la distancia cada vez mayor que separa a los dos socios de la Generalitat. La Diada, de hecho, llega en plena resaca del choque por la suspensión de Borràs como presidenta del Parlament y cuando faltan dos semanas para que acabe el plazo que Junts dio a ERC para reconducir el Procés. Un ultimátum con el cual amenaza con romper el ejecutivo y que compromete la continuidad de la legislatura.

Nueva oportunidad para el acuerdo

La decisión final la tomará la militancia basándose en una propuesta de la dirección, y la prueba de fuego será el resultado del debate de política general, que arrancará el día 27 en el Parlament. Aragonès anunció que llevaría una propuesta "mucho más amplia" para la autodeterminación, mientras que en los últimos días Junts ha presionado para avanzar en la reformulación de una dirección estratégica del independentismo a la cual, a priori, también se sumaría la CUP. A la espera de más concreciones –también en la carpeta antirrepressiva que ERC ha abierto con el PSOE–, el independentismo explorará nuevamente un difícil punto de acuerdo que, ya de entrada, no encontrará en otros ámbitos. Los cupaires se han autodescartado de la negociación presupuestaria y el Govern se ve abocado a pactar las cuentas con los comuns –ha cerrado la puerta al PSC– para estrenar números en las puertas de un año marcado por la crisis económica derivada de la guerra en Ucrania y que, a mayores, dará pie a un nuevo ciclo electoral con las elecciones municipales de mayo.

La posibilidad de perder la mayoría independentista en el Parlament es un escenario ya contemplado en las encuestas –donde el PSC y el PP se han disparado– y, si la Diada sirve para medir fuerzas en la calle en un momento de máxima desunión del movimiento, será los próximos meses cuando se definirá si partidos y entidades son capaces de encontrarse y empezar un nuevo camino que vuelva a cambiar la uve del Procés o si, diez años después, lo acaban enterrando por inanición.

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