no BarcelonaMuchos son los llamados, pero los elegidos son siempre los mismos. Al tiempo que en el interior del Liceu trescientas personas escuchaban la epístola de Sánchez a los corintios, en la Rambla una multitud se manifestaba en contra de este acto con pancartas, esteladas y alguna camiseta con la cara de Puigdemont como un Bélmez lejano (hay horizontes lejanos, tambores lejanos y Bélmez lejanos). Los manifestantes pedían la amnistía por encima de los indultos (contra la opinión de los indultados, que lo que quieren es salir de prisión cuanto antes, como todo el que está encerrado). Los mossos tenían cortadas todas las calles próximas al edificio y controlaban el único acceso que quedaba libre para llegar ante la fachada del Liceu. El lugar donde antiguamente se ponían los contraculturales para abuchear a los burgueses que salían de la ópera. Pero hoy la contracultura no existe y la cultura tampoco. Está tan obsoleto ir a la ópera como ser hippie. Hasta los ministros y las ministras salen ahora con chupas de cuero. También por los laterales y por la parte de atrás del Liceu estaba todo cortado con vallas y con hileras de mossos. Las furgonetas de la policía tapaban a la vista de la gente la entrada de las autoridades. El poder es un fantasma invisible, al que le gusta que lo miren. En la Rambla, los carteles anunciaban el estreno de La Bohème (Rodolfo: Nei cieli bigi...), y del mismo modo que hay dos Bohèmes (la de Puccini y la de Leoncavallo) tenemos también dos realidades, que juntas conforman un único mundo (es l'apparente dualità, que decía Battiato).
Aparente, pues en ninguna de las dos realidades cabía hoy la gente que no pertenece a este juego. Esto es porque la realidad política solo acepta sus propias contradicciones, pero no las que llegan de fuera. Igual que las criaturas de un acuario viven inmersas en sus grandes peceras dando vueltas entre la nada, en el juego del poder horroriza todo lo que no pertenece a su mundo. Quien no forma parte de este juego, no cabe. Era esto lo que pudo verse este lunes al mediodía en una Barcelona cortada para la gente a la que le hubiera gustado ir al Liceu, con el fin de darse el mero gusto de mirar, ir a contemplar la entrada de las autoridades, es decir, ir a comprender una gran cosa a través de su acción insignificante de abrirse una puerta de cristal. Una Rambla cortada también para la gente que tan solo pretendía pasar por allí, porque tiene todo el derecho del mundo a pasar, y porque la Rambla ofrece a los barceloneses la gran oportunidad de pasar de largo sin irse muy lejos. Así, un grupo de turistas que permanecía en la zona cortada pidió ayuda a los mossos para salir de ahí, y los mossos se sorprendieron al enterarse de que había tantas calles cortadas. También se quedó dentro una furgoneta de reparto del pan Bimbo. Y de cuando en cuando, una manifestante se quitaba la mascarilla para pitar con su silbato, que sujetaba en los labios como una rosa de Papasseit. Déjame entrar en tu juego, así lo cantaba La Mode.
La invisible pobreza
También se había juntado un montón de gente en la parte de atrás del Liceu, en la calle Arc de Sant Agustí. Gente pobre que hacía cola para recoger una bolsa de alimentos (con el correspondiente bote de gel desinfectante), que cada mañana (menos los jueves) reparten en plena la calle las hermanas Misioneras de la Caridad con la ayuda de voluntarios. La pobreza es más invisible que el poder aunque esté en medio de la calle. No hay una puerta delantera ni una puerta trasera para salir y entrar de la pobreza. Alguien se ha quedado todas esas puertas.
Además de manifestantes y de gente que se ha hecho famosa en Twitter por salir cada dos por tres en las fotos, había también ante el Liceu secretas soplándose secretos al oído, y un tipo muy gordo que andaba con bastón y llevaba impreso en la mascarilla el símbolo de la Legión Española. Nadie le hacía caso. Era una burbuja de irrealidad en un juego donde ninguna realidad tiene cabida.