El gran error de la Generalitat Valenciana

MadridA medida que pasan los días hay menos barro por las calles de las localidades afectadas por la DANA, pero cada vez hay mayor certeza sobre las imprevisiones y errores cometidos por la administración autonómica valenciana, con su presidente, Carlos Mazón, en el líder. No es tan importante con quien comió ese 29 de octubre, como el hecho de que hasta las siete de la tarde no se ocupara de lo que estaba pasando en sus pueblos. Se ha sabido que en la mesa se sentó con la periodista Maribel Vilaplana para ofrecerle la dirección de la televisión autonómica. Antes había circulado la supuesta información que había estado en una fiesta de cumpleaños. Es terrible que las mentiras y los rumores circulen con tanta facilidad en el contexto de una tragedia. Pero el primer interesado en detener esta dinámica debería ser el propio Mazón, que la próxima semana comparecerá en las Corts Valencianes para dar explicaciones.

Tarde, también aquí va tarde, como el día de la catástrofe. Seguramente necesita tanto tiempo para preparar su intervención porque es consciente de la existencia de muchas lagunas en sus versiones sobre los hechos. Lo principal es que explique cómo actuó una vez recibidas las primeras noticias del grave riesgo que la DANA representaba para varios núcleos de población en torno a la capital valenciana. Y, sobre todo, por qué no se movilizó antes, una vez recibidas las alertas. De momento, Mazón ha sido más o menos absuelto por su partido, como resultado de la reunión telemática del pasado viernes, presidida por el líder popular, Alberto Núñez Feijóo, y con asistencia de los varones de la organización. Pero en este caso hay mucha cuerda pendiente de desarrollarse. Y ya veremos si el PP puede superar por completo la prueba de un presidente autonómico tan cuestionado como en estos momentos lo está Mazón.

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Feijóo es muy consciente de estas dificultades, por lo que el cierre de filas ha intentado hacerlo con el pueblo valenciano en general y con las víctimas de la DANA muy en particular. Pero ese mensaje también resulta muy pobre. Qué es lo mínimo, sino expresar toda la solidaridad con los damnificados. Al PP le ha caído la catástrofe de lleno, por lo que le ha alterado su agenda política y ha condicionado sus planes y su estrategia de oposición. Ahora tiene menos sentido que nunca según qué tipo de declaraciones y actuación parlamentaria. La primera tentación de los populares fue la de atacar de frente al gobierno de Pedro Sánchez, pero pronto se vio que en este caso no funcionaría la línea que se siguió durante la pandemia. La situación general de la población, el profundo dolor de las víctimas, todo ello llevaba a reclamar una actitud diferente, más alejada de la bronca y más cercana a las expresiones de solidaridad y colaboración.

Los hechos de Paiporta, hace una semana, supusieron un revulsivo, al menos temporal, y han condicionado el comportamiento de los partidos. La presencia del rey Felipe VI, su decisión de quedarse a intentar hablar con los vecinos, y no irse a pesar del lanzamiento de barro y el ambiente crispado, dieron paso a una reacción de las fuerzas políticas y las administraciones. Aquí nadie perdonará nada, pero es posible que tengamos todavía unos días de relativo paréntesis, en los que las energías se concentren en las ayudas a víctimas y damnificados. Es vergonzoso, por contraste, el espectáculo vivido en la Asamblea madrileña, con el enfrentamiento entre la portavoz de Más Madrid, Manuela Bergerot, y la presidenta de la comunidad, Isabel Díaz Ayuso, en especial por las réplicas de la segunda en las acusaciones de la primera. Ya tenía poco sentido que Bergerot preguntara a Ayuso sobre Valencia, pero menos que la interpelada aprovechara la ocasión para pedir cuentas sobre la moralidad del dimitido Íñigo Errejón. "¿Usted –dijo la presidenta madrileña– me ha preguntado por el clima o por el clímax? Porque si de algo sabe su partido es de calentamiento. Explícamelo, amiga, yo sí te creo. ¿ Beneficiarán con su ley del sólo sí es sí Errejón?" Lamentable. Imagínense cómo se podría sentir cualquier afectado por la catástrofe de Valencia sintiendo este tipo de debate.

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Máxima prudencia

Posiblemente por el convencimiento de que ahora no podría sacarse demasiado rédito político de este tipo de enfrentamientos, Pedro Sánchez y en general todo el gobierno han optado por la máxima prudencia. Siguieron el manual no escrito de Salvador Illa, el que utilizó durante la pandemia, con comparecencias parlamentarias en las que evitaba pelearse con la oposición y sus acusaciones de fracaso por los miles de muertos que la cóvido provocó. La prioridad sigue siendo ahora afrontar las consecuencias de la nueva tragedia, con una elevada movilización de recursos. Sin embargo, la ministra Diana Morant, líder de los socialistas valencianos, no ha dejado de decir que si ella hubiera cometido algunos de los errores que se atribuyen a la administración autonómica, no habría podido levantarse del suelo. Algunos creen que Sánchez ha sido maquiavélico dejando que Mazón lleve el protagonismo de las actuaciones, cuando había motivo por decretar un estado de emergencia que habría puesto al presidente del gobierno al mando de las operaciones. En cualquier caso, si se hubiera apartado la administración autonómica, habríamos oído muchas críticas sobre la conducta "autócrata" de Sánchez.

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Con todo lo que ya se ha podido establecer, lo que está claro es que Mazón y su equipo no supieron reaccionar a las advertencias. La delegada del gobierno, Pilar Bernabé, tiene mucha información al respecto. Fueron muchas las llamadas y conversaciones durante todo el 29 de octubre, fecha del desastre. La consejera de Justicia e Interior de la Generalitat Valenciana, Salomé Pradas, conocía la existencia del sistema Es-Alert, que permite enviar avisos a los móviles. Pero el mensaje de alerta no se emitió hasta pasadas las ocho de la tarde. Hacia esa hora, el secretario de estado de Medio Ambiente, Hugo Morán, hablaba con la consejera desde Colombia –donde estaba en viaje oficial– y mencionaba la posibilidad de que la presa de Forata no aguantara, aunque fuentes del gobierno dicen que sólo le ofreció ayuda. Pero ya era tarde, muy tarde, y se había producido una infravaloración del riesgo que supondría al menos 223 muertes –es el cálculo actual– y daños ingentes, dejando a Valencia con una marca de dolor que tardará muchos años en desaparecer.