Anàlisi

Historia de una animadversión que viene de muy lejos

Mas no digirió el 'tripartit' ni Junqueras la lista única

Oriol Junqueras y Artur Mas en una imagen del 2015 en el Parlamento  de Cataluña.
y David Miró
28/03/2021
2 min

Esquerra tardó muchos años en emanciparse políticamente de CiU después de la Transición. No fue hasta que, con un golpe de estado interno en 1996, Josep-Lluís Carod-Rovira y Joan Puigcercós echaron el tándem formado por Àngel Colom y Pilar Rahola, que con los años acabarían acercándose a las siglas de Jordi Pujol. Entonces inició el camino que la llevaría a convertirse en la alternativa municipal a CiU en la Catalunya interior, donde muchos alcaldes convergentes provenían del franquismo y los socialistas tenían poca penetración. Su bandera no era el nacionalismo clásico, sino lo que Carod teorizaba como la izquierda nacional, el intento de romper el duopolio CiU-PSC.

Aún así, después de las elecciones de 2003 que ganó Artur Mas por sorpresa, en CiU todavía reinaba la sensación que ERC no se atrevería a pactar con los socialistas y echarles. De hecho, Mas se fue de vacaciones unos días confiando que no tendría problemas para ser presidente. ERC mantuvo conversaciones a dos lados hasta que se decantó por el tripartit, una jugada que CiU, y especialmente la cabeza de lista convergente, no perdonó nunca. En el trasfondo de la animadversión actual entre los dos espacios, el tripartit es un fantasma recurrente.

Por el contrario, lo que Esquerra, y especialmente Oriol Junqueras, no perdonó nunca a los convergentes fue la presión ejercida sobre los republicanos para formar una lista unitaria de cara a las elecciones de 2015 cuando las encuestas ya pronosticaban una victoria suya. Pero Junqueras cedió en una reunión en el Palau con Mas, Carme Forcadell, entonces presidenta de la ANC, Muriel Casals (Òmnium) y Josep Maria de Abadal (AMI). David Fernàndez se fue cuando se empezó a hablar de la lista unitaria.

Aquella operación todavía cuece porque se interpretó como una maniobra de los convergentes para retener el poder y anular al líder de los republicanos. Y a pesar de que al principio parecía que con Carles Puigdemont había más sintonía, rápidamente aparecieron los recelos y las desconfianzas mutuas, que explotaron en los momentos previos a la DUI.

El último capítulo de las desavenencias tiene que ver con la lectura de octubre del 17. Oriol Junqueras opta por afrontar la prisión y vira la nave de ERC hacia el pragmatismo porque ve un peligro de fractura social. Mientras tanto, Puigdemont hace la lectura inversa: opta por el exilio y defiende la vía de la confrontación insistiendo en la dinámica de bloques. El nuevo paradigma se hace evidente el 30 de enero de 2018, cuando Roger Torrent suspende el pleno donde se tenía que investir a Puigdemont porque hay dudas legales. En Junts lo consideran una traición, y todavía lo recuerdan.

Los papeles históricos de CiU (ahora Junts y PDECat) y ERC han acabado intercambiados, y la victoria de los republicanos el 14-F todavía ha agravado la herida de Junts, que ahora supura por el papel de Puigdemont. Pero la realidad es que ésta es una historia que viene de lejos.

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