Sáhara: historia de una traición

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Camp de refugiados saharauis en Argelia.

BarcelonaEl posicionamiento repentino del Gobierno español a favor de una autonomía para el Sáhara Occidental, poniéndose junto a las tesis marroquíes, ha sido realmente una sorpresa, aunque más en las formas que no en el fondo. Se trata de un tema más complejo de lo que puede parecer si no se mira únicamente desde un prisma de solidaridad e incluso del derecho internacional. Desde que en 1988 el Consejo de Seguridad aprobó una resolución autorizando el nombramiento de un representante especial del secretario general de la ONU, han pasado muchas cosas en el ámbito de la política real que han ido condicionando lo que verdaderamente ha sido una historia de traición, porque el Sáhara Occidental forma parte desde 1963 de los diecisiete territorios no autónomos que todavía integran la lista del Comité Especial de Descolonización de las Naciones Unidas, o C-24. Es, de hecho, el territorio más grande de esta lista. Todos estos territorios pueden decidir por sí mismos su destino y muchos de ellos, de momento, han decidido formar parte de la metrópoli (Gibraltar, por ejemplo), pero no ha sido así en el caso del Sáhara, que se le prometió celebrar un referéndum en 1975, antes de la ocupación marroquí, y aún la espera. Han pasado cuarenta y seis años, y el referéndum no se hará nunca. Intentaré explicarlo brevemente, a la espera de comentarlo con más detalle en otra ocasión.

Después de un alto el fuego en 1991, en 1997 se firmaron los Acuerdos de Houston, que dieron esperanzas al pueblo del Sáhara. El tema había entrado en la agenda del Consejo de Seguridad y las Naciones Unidas se hacían responsables de las mediaciones. En aquella época, todas las resoluciones del Consejo de Seguridad hacían referencia al referéndum de libre autodeterminación, porque el territorio estaba en la lista de las pendientes de descolonizar. Pero todo cambió en el año 2000 cuando estas resoluciones empezaron a ir acompañadas de los términos “solución convenida” y “mutuamente aceptable”, y ya cambió de manera definitiva cuando, a partir de 2001, se eliminó para siempre la palabra referéndum y se sustituyó por “encontrar una solución justa, duradera y mutuamente aceptable”, que ha sido la fórmula a la que se han acogido muchas de las diplomacias de Europa, incluida la española, y que quiere decir que dejan en manos de las Naciones Unidas la búsqueda de un acuerdo entre las dos partes, lo que ha sido siempre imposible porque las dos han jugado a una diplomacia de “suma cero”: una gana y la otra pierde.

En 2007, el rey de Marruecos hizo una propuesta de autonomía para el territorio del Sáhara, que permitía que el propio Frente Polisario se hiciera cargo del gobierno autonómico. Evidentemente, los saharauis no lo aceptaron, ni entonces ni después, entre otras cosas por una gran desconfianza. En aquel momento, y con la certeza total de que nunca se haría el referéndum y de que las personas refugiadas se quedarían en el desierto de Argelia para siempre, con las Naciones Unidas estuvimos pensando la manera de blindar internacionalmente esta autonomía, para dar plena seguridad de que no habría trampas y, a la vez, de que el Sáhara continuaría presente en la lista de territorios para descolonizar. Se trataba, por lo tanto, de aceptar una propuesta transitoria y gradualista, pero que mejoraría el bienestar de la población saharaui. Tampoco se aceptó y el resultado es el que se puede ver ahora: todo continúa igual que hace cuarenta y seis años.

En medio de todo esto que explico, ha habido otras propuestas, se han sondeado iniciativas a través de terceras personas, se han hecho encuentros reservados en el ámbito de la diplomacia internacional, una de ellas en un hotel de Barcelona, y han salido algunas oportunidades que se podían explorar, siempre que la estrategia a seguir fuera la del win-win, es decir, que todo el mundo saliera ganando, aunque no con todo lo que se quería de entrada. Esta historia de oportunidades la puedo explicar en otro momento y en un formato más amplio, porque el mundo de la diplomacia está lleno de matices y es incompatible con la simplificación. En todo caso, todo esto ha sido una traición reiterada a la propia doctrina de las Naciones Unidas, pero también la historia de los malos resultados que derivan de no querer moverse en las posiciones. Continuará.

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