Sandra Ortega: "Alguien nos tendría que pedir perdón por no habernos dejado acercar a nuestros familiares"

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Se acerca el segundo aniversario del gran confinamiento de marzo de 2020 y las heridas emocionales que provocó todavía no se han cerrado para los hijos y nietos de aquellos miles de personas, la inmensa mayoría de edad avanzada, que tuvieron que morir solas. Sandra Ortega Sánchez (Sant Quirze del Vallès, 1979), hematóloga del Banco de Sangre y de Tejidos del Hospital de Bellvitge, no ha podido superar el duelo y tiene muy grabada la escena del último día que vio vivos a sus padres y qué palabras usó la última vez que pudo hablar con ellos. Todavía le duele haberlos tenido que enterrar unas cuántas semanas más tarde y sin haber podido compartir el dolor y recibir el confort de un abrazo de los parientes y amigos. En esta entrevista hay mucho dolor no resuelto, una sugerencia para resolverlo y un planteamiento vital de futuro porque la vida continúa, como bien sabe Sandra, que se quedó embarazada en medio de tanta pena.

¿Se le hace extraño estar aquí?

— Sí, es un plató que veo cada día y ahora se me hace extraño estar en él, y le agradezco la oportunidad.

Pues empecemos por el principio.

— En marzo de 2020 nos confinan. Mis padres, de 75 años los dos, personas muy activas y apacibles, empiezan a estar irritables de repente. Mi hermana y yo pensábamos que era porque no podían salir, pero se ve que este cambio de carácter está descrito con el covid y los íbamos llamando para animarlos hasta que un día no cogieron el teléfono. Cuando ya estábamos por saltarnos el confinamiento e ir a ver qué pasaba, mi madre contestó y mientras hablábamos empezó a toser. Y entonces sí que decidimos ir a ver qué pasaba. Al llegar a su casa vimos que estaban como si... esta imagen no se me olvida, como si se hubieran soltado, todo desordenado... Nos reconocieron, pero no sabían ni si habían desayunado.

Total, que fueron al hospital.

— No era tan fácil. El 061 estaba colapsado, no respondían. Al final, los llevamos al Hospital de Terrassa. Estaban totalmente desorientados, no eran ellos. Yo estaba en recepción, dando los datos con las tarjetas sanitarias, y veo que los hacen pasar y que van hacia adentro. Y cuando voy a abrazarlos una trabajadora me dice “¡Usted no puede pasar!” Habían puesto una línea roja en el suelo y yo la había atravesado. Y yo: “¡Pero es que no me están haciendo caso!” Tengo aquella imagen de verlos entrar sin girarse para decirnos adiós, mientras la trabajadora me decía “Ya recibirán noticias”. Era el día 22 de marzo.

¿Pudo hablar con ellos por teléfono?

— Sí, a mi padre le pusieron oxígeno y reavivó, y nos escribía mensajes y preguntaba por mi madre, porque a ellos los separaron, y con mi madre, gracias a las enfermeras que colaboraban, habíamos podido hacer alguna llamada. Recuerdo que nos preguntaba “¿Cómo va la curva?” No sé qué debía de haber oído sobre la curva, y nosotros le decíamos que estaba bajando, para darle ánimos, y yo le decía que no se preocuparan por nosotros, que se concentrara en respirar... Y me cuesta recordarlo, porque es un tema que durante muchos meses no he podido revisar, porque pensar que estaban solos allí dentro me duele mucho.

Y llega el día de la última llamada.

— Mi madre se ahogaba mucho, con aquella explosión inflamatoria... Y me dijeron que no había nada que hacer, que tenían que sedarla, que era el momento de las curas paliativas. Intenté negociar con la doctora pero no sirvió de nada, claro, y entonces le supliqué que, si era el final, por favor nos dejara ir, que nos pondríamos todas las batas que hicieran falta, pero me dijo que no podía ser.

Era la norma.

— Me dijo que, si quería, todavía podíamos hablar, pero que tenía que ser en aquel momento porque la enfermera estaba con mi madre. Y me encuentro diciéndole a mi madre que estuviera tranquila, y ella diciéndome que estaba cansada y yo que le contesto “Pues ahora duerme”. Y yo ya sabía que dormiría, pero por siempre jamás. Es muy duro cuando sabes que es la última vez que hablas con tu madre. Ella sufría por la enfermera, me decía que teníamos que colgar y yo le decía “Mamá, vamos a seguir hablando un poco más”. Y ella me dijo “Ya hablaremos”. Y aquí se acabó la conversación.

¿La tiene grabada en el cerebro, verdad?

— Es que no era una conversación de solo hablar yo y que ella me escuchara. Me respondía y me decía que la enfermera tenía que irse, como para decirme que yo estaba molestando, y yo alargaba la conversación diciéndole “A nosotros nos gusta mucho hablar”, y entonces ella me dijo “Sí, pero ella se tiene que ir”. Y vino el “Mamá, vamos a seguir hablando un poco más” y su “Ya hablaremos”. No sé si era consciente de que era la última vez que hablábamos. Si lo era, lo quiso dejar así.

Y murió al cabo de un día y medio.

— Me llamaron y me dijeron “Ya está, ya se ha ido”. Y que podíamos ir, pero solo a recoger su anillo de casada y el móvil. Mientras tanto, mi padre iba empeorando cada día, y tuvo que haber un cambio en los protocolos porque nos dejaron entrar a verlo, pero solo una persona. Mi hermana tuvo un acto de generosidad absoluta conmigo. “Ve tú”, me dijo. A mi padre le costaba respirar, casi no me habló ni preguntó por mi madre, pero al menos me despedí de él en silencio y estos segundos con él me dieron mucha paz.

En pocos días, el padre y la madre.

— Mi hermana vino a casa y al menos pasamos aquel día juntas. Estábamos en estado de shock. Encima, eran aquellos primeros días que la gente salía a aplaudir a las ocho, a jugar al bingo en los balcons, a cantar el Resistiré, que el Ayuntamiento hizo el lema aquel de “Ens en sortirem”. Y lo siento mucho, pero a nosotros todo aquello nos hacía daño, porque nosotros no lo habíamos conseguido. Tardaron más de un mes en darnos las cenizas.

¿Y ahora qué se puede hacer?

— Penso muy seriamente que algún día alguien nos tendría que pedir perdón por no dejarnos despedir de nuestros padres. Fue de las cosas más crueles que se hicieron aquellos días. Y si estoy haciendo esto es porque se hable de ello. Ya sabemos que es muy difícil que un político diga “Nos hemos equivocado” y quizás ni lo espero. Pero ahora que se devuelve el dinero de las multas puestas, ¿nadie piensa en nosotros, en una decisión que fue muy cruel?

Usted es médico y sabe qué significa que entren familiares en el hospital.

— Totalmente. Pero cuando pienso que mis padres murieron solos, sin poder ver a sus seres queridos una última vez, todavía me duele mucho. Y para los que nos hemos quedado, esto ha sido de una crueldad muy grande. A veces pienso que estaría bien hacer un encuentro todos los que no pudimos despedirnos de nuestros padres o abuelos.

Al cabo de poco volvió al trabajo.

— Sí, al cabo de unos días. Todo el hospital se transformó en hospital covid, de forma que tampoco me ayudaba a quitarme a mis padres de la cabeza. Y allí hice otro descubrimiento.

¿Cuál?

— Que no sabemos muy bien cómo hacerlo para acompañar en el dolor. Algunas personas, con la mejor voluntad, me decían “No te preocupes, el tiempo pasará”. En realidad, un sencillo “Te acompaño en el sentimiento” o incluso “Lo que te ha pasado es una putada” es mucho más reconfortante, porque reconoce que lo estás pasando mal. Un “No sé qué decirte” sería genial también, o “Lloro contigo”. Encima, al no haber funeral, no te podías abrazar con nadie. Con uno de mis mejores amigos, que también es médico y vivimos cerca, quedamos en los contenedores de la basura, y allí, medio a escondidas de la policía que pasaba y de los vecinos que vigilaban desde los balcones, que esto también pasaba, nos abrazamos.

Y con el tiempo, esta desazón no le pasó.

— No, porque los primeros meses vives en un estado de piloto automático, y vas a trabajar y haces vida normal. Pero meses más tarde... ¿Sabes aquel primer pensamiento que tienes por la mañana, aquellos segundos que te despiertes y te dices a ti misma “No estoy bien pero no sé por qué”, hasta que piensas “Ah, claro, los padres...”, y se te pone aquel nudo en la garganta? Yo a veces pensaba “¿Qué más nos puede pasar?” Pero no lo quería decir porque quizás podían pasar más cosas [ríe]. Y porque, al fin y al cabo, tengo muchas cosas que agradecer a la gente de mi trabajo, a mis amigos y familiares, a mucha gente de Sant Quirze, donde mis padres eran muy queridos.

Y entonces vino un giro de guion.

— Sí, en junio, del todo inesperadamente, me quedo embarazada. Yo tomaba anticonceptivos, y con el lío emocional me dejé tres pastillas y me quedé embarazada... Me pasó a mí, que soy médico, y después de muchos años de haber evitado el embarazo.

Ya tenemos el “Que más puede pasar”.

— De repente, otra bomba en mi vida. De entrada, sinceramente, no fue fácil, y tuvimos que tomar una decisión, pero después cambiamos el chip. Eso sí, estaba triste y a la vez tenía ilusión por el embarazo. Son cosas que pueden no parecer compatibles pero el hecho es que había ratos que estaba ilusionada y de repente me venía todo lo que todavía tenía encima. De repente había dejado de ser hija y me tenía que convertir en madre. Me volví muy susceptible a los comentarios, y si estaba contenta pensaba que traicionaba un poco el dolor por la pérdida de los padres, y en septiembre paré. Suerte de la ayuda psicológica que tuve. Y en enero de 2021 nació Mar.

Al final, más que estar triste por la muerte de sus padres lo está por no haberse podido despedir de ellos.

— Si se hubieran muerto en un accidente, o de un infarto, no puedes hacer nada. Pero que yo, y tanta gente como yo, no nos pudiéramos despedir y que murieran solos fue la decisión de alguien. A veces mi hermana y yo nos decimos “Es que solo nos entendemos nosotras”.

¿Cómo está Mar?

— Muy bien. Yo sufría pensando que como lloraba tanto durante el embarazo me saldría una niña melancólica, pero no, es una niña muy risueña.

Puestos a encontrar frases para la ocasión, ¿cree que es verdad que lo que no te mata te hace más fuerte?

— Al menos para mí, sí. Me siento más fuerte. Yo, a veces, me tomaba las cosas muy a pecho, y ahora me las tomo con más calma. O te decías aquello del carpe diem pero no lo practicabas. Ahora, en cambio, es como vivo. Con mi hermana ya no nos haremos regalos materiales nunca más, solo nos regalamos experiencias, ir al teatro, ir de viaje... Nos regalamos tiempos juntas, hicimos este pacto.

¿Y su pareja qué dice?

— Gonzalo fue un apoyo imprescindible. Sin él quizás sí que hubiera caído en una depresión. Y esto que a él, en plena pandemia le subieron el alquiler de la tienda una barbaridad [ríe]. ¿Que más puede pasar? Pero tenemos que aprovechar el tiempo que tenemos porque mañana quizás no llega nunca. Y déjeme que dé un abrazo muy fuerte a todos los que han sufrido debido al covid y, especialmente, a los que sufrieron en marzo y abril de 2020.

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