En la Barceloneta, turismo interior y vigilancia "a rebufo"

El barrio no está colapsado, la actividad no es frenética, pero hay un ambiente intenso

BarcelonaLa Bombeta es un clásico de toda la vida de la Barceloneta, en la calle de la Maquinista casi tocando con Joan de Borbó. Hace algo más de un año, cuando la pandemia todavía estaba presente, abrieron una sucursal a pocos metros. Y han resistido el embate devastador del covid. Otro irreducible del barrio, quizás todavía más clásico, Cal Pinxo, no ha tenido la misma suerte. Nacido con el histórico nombre de Casa Costa, el restaurante cerró la semana pasada incapaz de hacer reflotar las pérdidas de los últimos meses. La Barceloneta, barrio metamórfico, sometido como ningún otro a las estocadas criminales del mercado, a los vaivenes especulativos, a la imperiosa necesidad del turismo, vive con estoicismo las inclemencias y las incertidumbres del ciclo desconcertante de aperturas, cierres, relajaciones y endurecimientos sucesivos y caprichosos de las restricciones. Cuando llega el buen tiempo y sale el sol, en Barcelona hay pocas cosas parecidas al latido de los sábados por la mañana en la Barceloneta.

A la hora del vermut quedan algunas mesas en las dos Bombetes, pero los camareros ofician el servicio convencidos que en poco rato no habrá sitio. El barrio no está colapsado, la actividad no es frenética, pero hay un ambiente intenso. A medio gas, sí, pero con picos de gas a fondo. “¿Turistas? Algunos, sí, pero esto no tiene nada que ver con los buenos tiempos”. Me lo explica Loles, que vive en la calle Pepe Rubianes y que, a pesar de todas las suspicacias que lleva adheridas como una sanguijuela, es una fanática del barrio donde nació. “Lo que sí que verás es mucho turismo interior. Muchos españoles que se han movido por Semana Santa”. Mark y Sandy se toman unos bíter en la terraza del Marisma, en la plaza del mercado. Han venido a visitar a su hijo, Jeremy, que estudia en Girona, y juntos se han escapado el fin de semana a Barcelona. La terraza no está llena, pero casi. Igual que la de L’Arròs y la de Can Ramonet. Tienen reservas a pesar de que no están desbordados: “Hoy, si te esperas quince minutos, comes seguro sin problema”. Buen espíritu persuasivo, marca de fábrica de los buenos camareros de la Barceloneta.

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Maribel y Aranzazu, pamplonesas, tienen 71 años y son amigas de toda la vida. Hoy es el cumpleaños de Maribel y su hija la felicita por teléfono. Hacía meses que tenían pendiente una escapada y la ocasión ha llegado gracias al relajamiento Pasqual. Hace unos meses leí que Leo, del Bar Leo de la calle Sant Carles, claro, se quería jubilar. Nada, rumores no contrastados. Ahí la tenemos, captando clientela con la locuacidad que la ha hecho mítica y tan querida. “No sé hasta cuándo durará esto, pero no sé hacer ninguna otra cosa y me gusta la gente, ¡por lo tanto estoy aquí!”

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“Las vistas al mar no se pagan con dinero”

No hay ninguna otra terraza más grande que la del Salamanca. Delante del mar, con el sol chasqueando que cae vertical y clientes fulminando tapas y vino blanco a velocidad ultrasónica. “Las vistas al mar no se pagan con dinero”, exclama Leo, no la del bar sino la que lleva tres cervezas bien acompañada de Mari y de unos calamares a la andaluza. Viven en la Sagrera y tienen que bajar al mar como mínimo dos veces al mes. Y el Salamanca las vuelve locas. Después de comer seguro que hacen la digestión (y una siesta) sobre la arena. “¿Con mascarilla ?”, les pregunto. “Pero no es obligatoria en la arena, ¿verdad?”, responden asustadas.

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Hay mucha vigilancia. Guardia Urbana y policía de paisano. El auricular y el micrófono les delatan. Observan las distancias de seguridad sobre la arena y previenen a quien haga falta contra las aglomeraciones. Ayer, aquí mismo, docenas de jóvenes bailaban sin mascarilla ni distancia. El vídeo de Antena 3 se hizo viral. La Guardia Urbana desalojó a más de 500 personas entre la Barceloneta, el paseo del Born y la plaza dels Àngels. “A rebufo, cuando se trata de vigilar siempre van a rebufo”, protesta Maite, que pasea al perro y piensa en qué restaurante comerá para cumplir con su ritual de cada dos sábados. En la Bombeta ya hay cola.