Crímenes cometidos por menores: poco habituales pero de mucha complejidad

Trece chicos cumplen una medida en un centro de justicia en Catalunya por asesinato, homicidio o intento

BarcelonaUn chico de 14 años se presentó hace un mes y medio en la comisaría de Badalona de los Mossos d'Esquadra. La policía lo había buscado los días anteriores por la cuchillada que le había clavado en medio de una pelea en la calle a un chico de 17 años que acabó muriendo por esta herida. En Catalunya 13 menores cumplen una medida en un centro de justicia juvenil por asesinato, homicidio o intento. Son el 2,5% de los 511 chicos y chicas que ahora están en un centro, pero la estancia por estos hechos tan violentos es la más larga: si lo ha cometido un menor de 14 o 15 años, comporta un ingreso en un centro de régimen cerrado de entre uno y cinco años, y si lo ha cometido un menor de 16 o 17 años, de entre uno y ocho años –si tienen 13 años o menos son inimputables.

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A pesar de ser crímenes muy poco habituales, ¿qué hace que un menor llegue a este extremo ? “Es el fruto de su desarrollo integral y su historia evolutiva”, explica el psicólogo Juan José Martínez, que trabaja con menores que cumplen medidas en centros de justicia. Es el resultado de una situación que ha actuado como “detonante”, pero detrás se esconden factores que han incidido a nivel psicológico y relacional. “Son unas pautas de crianza. Los padres o los cuidadores posiblemente no han sido capaces de conectar con sus necesidades y esto ha provocado que este chico tenga unos factores que lo van predisponiendo”, dice.

Coincide el psicólogo infantil Roger Ballescà, vicesecretario del Colegio Oficial de Psicología de Catalunya, que considera que son menores poco valorados que vienen “de dificultades familiares, de un fracaso escolar o de un cierto abandono emocional”. Ante el hecho de “sentirse desarraigados del lugar donde viven”, esto puede implicar “deprimirse o luchar”. Y, por lo tanto, el riesgo de canalizarlo con la violencia y la rabia.

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La dificultad de un perfil

A pesar de todo, Martínez asegura que es difícil definir “un perfil” porque los menores que cumplen una medida por asesinato u homicidio “son bastante heterogéneos”. Pero los puntos de coincidencia son “déficits” en algunas funciones, como por ejemplo regular las emociones. Esto se acostumbra a arrastrar hasta la plena etapa de la adolescencia, que es cuando se puede llegar a esta situación “que favorecerá una explosión violenta”. Martínez insiste que es “una amalgama de factores que se interrelacionan” surgidos de las competencias de los chicos y su biografía.

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Y, en casos así, ¿qué atención reciben los menores en un centro de justicia juvenil? Martínez explica que una de las primeras medidas para los chicos que han cometido actos violentos contra la vida de las personas son las habilidades y las capacidades en grupo: “Queremos impactar a nivel más emocional para desarrollar este aspecto a nivel más intelectual y cognitivo, de una manera integrada”. También se trabajan los valores sin la violencia, que marca su forma de enfrentarse a la vida, para introducir la compasión, el respeto y la tolerancia en las relaciones que tienen con los compañeros del centro.

Después, el tratamiento pasa por acciones individuales en que los menores analizan episodios “de su mundo interno”. Son escenas familiares o con grupos de amigos “para poner el foco en los estados mentales y poder discernir qué sienten”. Esto incluye una evaluación y un diagnóstico en que, según Martínez, se encuentran “bastantes traumas en nivel personal y de vivencias”. Los centros intentan “dejar huella e influir en dos o tres factores de riesgo” de los chicos, además de hacerles responsables de sus actos y consecuencias.

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Un sistema que falla

A pesar de que Ballescà admite que un extremo con tanta violencia “no es fácil de reconducir”, porque depende de varios factores que “están mal”, piensa que el sistema social “ha fallado” cuando los menores cometen crímenes: “Es difícil pensar que no se haya producido ninguna alarma que tenía que ser atendida, en que un chico necesitaba ayuda”. Martínez explica que, antes de que acabe la estancia en los centros de justicia, hacen una “autogestión” con los menores para que sepan cómo “desactivar” sus factores de riesgo, con el objetivo de que afuera “no exploten o haya menos probabilidades que lo hagan”.

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“Intervenimos en una franja en la que hay muchos cambios”, reconoce Martínez, porque los chicos viven en una etapa en que se están “dando forma”. Por eso, una buena salida de los centros va muy relacionada con poder tener “una cierta estabilidad a lo largo de la vida”.